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Por Publicado el: 12/02/2022Categorías: En vivo

Crítica: ORCAM con Guillermo García Calvo. Lo poético, lo ancestral y lo bullicioso

Lo poético, lo ancestral y lo bullicioso

Obras de Schubert, Mozart, Soutullo y Atterberg. André Cebrián, flauta; Nicolás Tuillez, arpa. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Guillermo García Calvo. Auditorio Nacional, 10 de febrero de 2022.

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García Calvo dirige la ORCAM, Ensayo

Un programa insólito el que tenía en sus manos el director musical del Teatro de la Zarzuela, Guillermo García Calvo, que se ha vuelto a encontrar aquí con la orquesta a la que suele dirigir en el foso de ese coliseo. El gesto amplio y armonioso del director, que, como tantos hoy en día, no utiliza batuta, es comprensible y didáctico, cercano y claro, lo que ayuda a establecer la unión y a que no haya graves problemas de balance.

Así se pudo comprobar en la “Obertura Rosamunda” (del “Arpa mágica”) de Schubert, que sonó plena, robusta, bien organizada desde los solemnes acordes del “Andante”. Los dos temas del “Allegro” en forma sonata se expusieron de manera vívida. Echamos en falta de todos modos una mayor flexibilidad rítmica, un balanceo más cordial, una dosificación de dinámicas más delicada. Hubo desequilibrio entre vientos y cuerdas y faltó un toque más soñador y poético.

Enseguida se nos ofreció el “Concierto para flauta y arpa” de Mozart, interpretado con gusto, cuidado y elegancia por dos magníficos instrumentistas, el arpista francés Nicolás Tuillez y el flautista gallego André Cebrián. Este sobre todo, que es entre otras cosas primer atril de la Orquesta de Cámara Escocesa, nos causó una gran impresión, no por esperada menos relevante; por su bello y proporcionado sonido, por su homogeneidad de registros, por su dúctil y poético fraseo. Director y orquesta se amoldaron como un guante a ellos.

Se presentó luego “Alén”, una suerte de poema sinfónico de otro gallego, Eduardo Soutullo, ganador con él del X Premio AEOS-BBVA, y que hace referencia a un conjunto de rocas de granito, a Porta do Alén. Obra de unos diez minutos bien urdida, estupendamente construida y orquestada, prieta de escritura, espejeante de timbres, de colores exquisitamente amalgamados, que se va elevando poco a poco desde su rumoroso inicio, envuelto en misteriosos “glisandi”. Lo ancestral, lo granítico del paisaje se adivina a través de múltiples efectos de buena ley, en la estela, podríamos decir sin detrimento de ningún tipo, de un impresionismo de nuevo cuño, en el que se producen continuos pasajes en ebullición, atmósferas ora crepitantes ora delicuescentes en combinación con instantes en los que las maderas elevan su chirriante canto. Todo se recoge súbitamente de manera muy poética. La interpretación nos pareció de altura.

El concierto daba cima con una composición situada en otro universo, más bien efectista, aunque bien hecha, debida al sueco Kurt Atterberg, su Sinfonía nº 6, nacida por un encargo de la Columbia en los años 30 de estética tradicional pero sabia, conectada con la música folklórica nórdica, que emplea temas muy reconocibles y goza de una esplendorosa orquestación que recuerda no poco a Shostakovich y nos adelanta alguno de los modos del cinematográfico John Williams. En los “fugati” del “Vivace” final advertimos una semejanza con el tema de la “Marcha al suplicio” de la “Sinfonía Fantástica” de Berlioz. Todo pareció sonar en su sitio. Arturo Reverter

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