Crítica: La ORCAM con Joan Enric Lluna y Jordi Francés, nunca acomodarse.
ORQUESTA COMUNIDAD DE MADRID
Nunca acomodarse
Obras de Bartók, Torres y Shostakóvich. Joan Enric Lluna, clarinete. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Jordi Francés. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 28-I-2020.
La ORCAM ha destacado ya desde hace bastantes años por transitar con gusto ciertos repertorios poco manidos e hilvanar programas muy poco acomodaticios. Es, nunca se olvide, una necesidad invisible del oyente que apenas pueden cubrir las orquestas públicas, menos esclavas (o al menos así debería ser) de la taquilla. Se agradece, pues, poder escuchar dos de las muy bellas Canciones campesinas húngaras para orquesta de Bela Bartók en su versión orquestal, con inagotable gama de matices tímbricos y la fuerza rítmica que siempre aporta el sustrato folclórico. Ese “elogio de aldea” que pretende en último término el compositor húngaro, esa humildad de la vida rural y sus idealizados encantos, los reforzó la ORCAM gracias a unos trabajados unísonos iniciales. Las notas pedales y los aires de danza, subrayados por el gesto claro de Jordi Francés, supieron convocar toda la humanidad que destila la partitura, particularmente en “Ballads”.
La primera parte se completaba con el Concierto para clarinete y orquesta de Jesús Torres, obra compuesta en 2016 para el propio Joan Enric Lluna y que se estrenaba en la velada. La pieza, dividida en tres movimientos, requiere de Lluna un esfuerzo técnico considerable, y una variedad de recursos que no disimula un lirismo atomizado, de vuelo corto pero intenso. Colaboró con acierto el músico valenciano en la construcción tímbrica y en la exposición de acordes que el buen gusto de Torres supo orquestar expresivamente. En definitiva, un concierto bien expuesto y empaquetado por el director alicantino y con un segundo movimiento evocador y suntuoso.
La Sinfonía nº 15 de Shostakóvich es un laberinto sin salida, algo que el propio autor intuía ya como congénito a todas sus últimas creaciones. Inexplicable, cargada de referentes y veladas alusiones, supone un problema de equilibrios para cualquier orquesta, más importante aún que lo críptico de su sentido último. Jordi Francés supo priorizar y mantuvo un férreo control rítmico, con algunos emborronamientos de empaste en las entradas comprometidas de los metales y las llamadas a Guillermo Tell. Hubo cuidado en la gradación dinámica de los dos últimos movimientos y misterio en los compases finales, aunque faltó un punto de brillantez en la cuerda que ayudara a dulcificar el sarcasmo casi impertinente de la obra. Acabó el concierto y no hubo tantos bravos como en otras ocasiones, pero a veces la recompensa es abrir, aunque sea tímidamente, un resquicio de ventana para ese sol que nos espera. Mario Muñoz Carrasco
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