Crítica: Lo saludable y lo diáfano. La ORCAM interpreta Mozart bajo la dirección de Alondra de la Parra
LO SALUDABLE Y LO DIÁFANO
Mozart: Sinfonía nº 31 París K 297, Misa en Do menor K 427. Siobhan Stagg, Olivia Vermeulen, Antoni Literes y Manel Esteve, solistas. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM). Alondra de la Parra, directora. Auditorio Nacional, 5 de noviembre de 2024.
Un programa ambicioso con dos obras maestras, cada una en su estilo. Sobre todo, claro, la inacabada gran Misa en Do menor, composición de mucha enjundia, armonías sorprendentes, contrapuntos de libro e inaudita belleza melódica, en la que no faltan desde luego algunas sombras, si bien conjuradas por lo diáfano del mensaje y la soberana construcción. En todo caso, la obra es muy libre, realizada con la típica sucesión de números engarzados mediante una arquitectura de carácter sinfónico.
La partitura plantea notables exigencias a la soprano principal, que ha de ascender a las alturas del Do natural sobreagudo y practicar el canto di sbalzo en una línea muy florida y cuajada de agilidades, combinada con momentos de transido recogimiento. Teniendo en cuenta los modestos medios de que disponía Constanze, creadora y esposa del compositor, es raro que la parte sea tan comprometida. En este concierto apechugó con ella la soprano lírica australiana Siobhan Stagg; y lo hizo con propiedad, medios bastante ajustados al cometido y general pulcritud.
Tardó un poco en asentarse, pues sus primeras intervenciones a solo o a dúo mostraron cierta inseguridad, cambios tímbricos y ligeras desafinaciones. Pero se fue aplomando y resolvió con brillantez su difícil parte en el exigente Et incarnatus. Buenas agilidades, trinos y ascensos fulgurantes al agudo. Pese a ciertos pequeños desajustes con las maderas solistas el número fue de lo mejor de una noche en la que se lució también la segunda soprano, Olivia Vermeulen, lírico-ligera, más lo primero que lo segundo, que cantó asimismo con propiedad y exhibió una coloración más homogénea.
Los solistas masculinos se comportaron bien en sus muy breves intervenciones: Literes como tenor sólido de timbre poco sedoso, y Esteve, como barítono bien puesto y bien timbrado. Las distintas secciones de la Orquesta, con unas cuidadosas maderas y unos sonoros metales, contribuyeron a que la caudalosa travesía, poblada de accidentes, de pasajes intrincados, de compleja polifonía, de fugas y tersas melodías llegara a puerto tras el Benedictus, con el que se cierra la incompleta partitura, ofrecida aquí en la edición de Frans Beyer.
No todo estuvo encajado y claro, transparente y bien delineado pese a la despierta y animosa actitud de la batuta, ágil, movediza y comunicativa, de Alondra de la Parra, una directora entusiasta y dispuesta, que marca con elegancia y que dibuja la música con una base rítmica bien estudiada. El impulso, la anacrusa sugerente, la subdivisión de compases, los brazos ampliamente abiertos son factores que contribuyen a que sus edificios se levanten con prontitud y facilidad. Pero no siempre logran, y en los momentos más intrincados pudo apreciarse, la transparencia, el equilibrio de líneas, la idónea regulación de las dinámicas.
De la Parra consiguió, sí, instantes muy afortunados, como en el Kyrie, bien construido y respirado con lógica expositiva. Mucha fuerza en los ataques del Gratias y tenso dramatismo en el Qui tollis. Tras un algo confuso Cum sancto spiritu, el Credo alcanzó momentos muy expresivos, no siempre con la hondura fraseológica deseada, pero con un ritmo de base, con esas fulgurantes y obsesivas corcheas tan características bien resaltadas. Muy animado, tras un Sanctus no siempre límpido, el Hosanna. Bien dibujadas las corcheas del entusiasta Benedictus, que es que el que cierra la incompleta composición, en donde encajaron a satisfacción los solistas vocales.
En conjunto una saludable interpretación con desigualdades y pasajeros emborronamientos, a falta de un trabajo más depurado en busca de un balance más logrado y de un mayor empaste del conjunto coral, que sonó desabrido en bastantes ocasiones y en otras -pecado de la batuta falto de matización, de regulación, de transparencia. La Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), atenta y generalmente pulcra, siguió las evoluciones de la ágil batuta sin pestañear.
La Sinfonía nº 31 París, sonó con poder y decisión a falta de un mayor y mejor trabajo de clarificación. La diestra batuta de De la Parra no busca o no consigue en muchas ocasiones el ideal balance, el juego de texturas que impida la borrosidad de la exposición. Su música, eso sí, siempre aparece envuelta en un singular calor.
Como es costumbre programa de mano, con las oportunas notas de Gonzalo Lahoz, ausente. Al menos se podía leer un breve resumen y los nombres de los intérpretes.
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