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Por Publicado el: 18/11/2018Categorías: En vivo

Critica: Orozco-Estrada, enérgica empatía

Andrés Orozco-Estrada

Enérgica empatía

Critica de clásica / Auditorio Nacional

Obras de Dvořák y Beethoven. Orquesta Freixenet de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Mohamed Hiber, violín. Alejandro Viana, violonchelo. Dirección musical: Andrés Orozco-Estrada. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 14-XI-2018.

Año tras año noviembre trae la buena noticia del altísimo nivel de los músicos jóvenes que estudian en España, sintetizada en el concierto inaugural del curso académico de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Pocos proyectos de mecenazgo cultural son tan pertinentes y necesarios como éste, en un ámbito cada vez más complejo de perspectiva laboral y unas instituciones que suelen primar lo seguro. La apuesta por lo intangible, por lo tanto, se agradece. En esta ocasión el director encargado de construir el sonido de la Orquesta Freixenet de la ESMRS era Andrés Orozco-Estrada, maestro de lo enfático cuya carrera meteórica puede aportar al podio de director algunas claves más allá de los aspectos meramente técnicos.

Durante la primera parte se escuchó el Concierto para violonchelo y orquesta en Si menorde Dvořák, una pieza tan hermosa como traicionera por su irreal equilibrio tímbrico. Algunos fragmentos del solista quedan por debajo del límite sonoro de la escucha cuando comparten espacio con una orquesta de sesenta músicos, y encontrar la proporción justa se convierte en utopía. El solista en este caso fue el madrileño Alejandro Viana, poseedor de una voz propia sorprendente para sus poco más de veinte años, con buen sentido del fraseo y la dirección expresiva suficiente para dotar al concierto del alma necesaria. Faltan aún un punto de cuerpo y proyección, pero le sobra tiempo para conseguirlo. El sonido de la orquesta fue cálido y con capacidad de evocación (fantásticos los flautas), aunque se hubiera agradecido que Orozco-Estrada hubiera moderado el volumen en algunos de los fragmentos de sonoridad más frágil.

La segunda parte viraba hacia Beethoven y su Séptima Sinfoníaen un claro acierto de programación por lo que estos pentagramas se benefician de un enfoque entusiasta. Aquí salió a flote la principal virtud del concierto: la empatía en cuanto a extroversión musical entre director y orquesta. Este entusiasmo dio lugar a más de un desequilibrio pero siempre dentro de un orden general. Tras el brillante primer movimiento, el Allegretose ciñó a la tradición interpretativa (llevándolo más a Adagio) con un crescendo bien planificado. Tercer y cuarto movimientos se desbocaron un tanto e incurrieron en problemas serios de balance, problemas que no hicieron peligrar el discurso vitalista.

Con ambiente festivo, se ovacionó a director y orquesta. Qué sirva esa calidez como reserva de ánimo para la larga (y a veces tortuosa) carrera que todos les auguramos. Mario Muñoz Carrasco

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