Crítica: Orquesta y Coro Nacionales con Bruckner como eje
BRUCKNER COMO EJE
Temporada Orquesta y Coro Nacionales: obras de Mauricio Sotelo y Anton Bruckner. Nicolas Hodges, piano. Director: David Afkham. Madrid, Auditorio Nacional, 24 de febrero de 2018.
Arturo Reverter. Mauricio Sotelo (Madrid, 1961) es compositor inquieto, imaginativo, colorista y recreador de músicas de procedencia abiertamente popular. Y poseedor de una sólida técnica orquestadora. Su nueva creación, encargo de la ONE, se titula “Con segreto susurro: De vinculis, concerto per pianoforte e orchestra, 2017”. Un curioso acercamiento a la “Sinfonía nº 9” de Anton Bruckner (1824-1896), un trabajo casi osmótico que plantea un nuevo tratamiento de algunos de los temas más reconocibles de la partitura del músico austriaco, imbricándolos en un tejido de nueva creación realizado de acuerdo con los cánones contemporáneos que maneja actualmente el creador madrileño.
Sotelo se muestra sagaz para construir un discurso ameno en el que ha sabido deslizar hábilmente las células brucknerianas que ha tenido la osadía de combinar con propuestas inesperadas, ritmos danzables diversos y, como colofón, unas bulerías, en seguimiento de su ya tradicional apego, como elemento constructivo, a estilemas de procedencia flamenca, a ecos del cante jondo. Lo pudimos apreciar sobre todo en el último movimiento de los tres en que se divide la obra, que se tocan sin interrupción: Misterioso, Sostenuto y Scherzo. Sorprende la repentina irrupción, algo sacrílega, de una suerte de danzón con protagonismo de bongós, que casa un poco forzadamente con los ecos de la “Sinfonía” bruckneriana que Afkham tiene bastante ahormada y de la que da una visión vigorosa, bien trabajada y generalmente equilibrada.
No se evitaron ciertas brusquedades, como la observada en el “crescendo” que sigue al desarrollo y las cuerdas no fueron siempre juntas. Pero la coda fue bien edificada, con los planos estupendamente colocados, aunque la orquesta sonó muy rudamente en los ascendentes compases finales. Hubiéramos pedido una mayor exactitud en los pizzicati que inauguran el Scherzo, en el que faltó claridad polifónica, pero en el que advertimos un satanismo, una acentuación de extraordinaria violencia que contrastó crudamente con el trío. La entrada de la cuerda en el comienzo del Adagio fue de alto rango, bien marcados los tiempos. Afkham, muy embebido en el conflicto temático, supo desarrollar una música que va de la desolación al grito y que, a la postre, nos abre la puerta al trascendido lirismo de los pentagramas postreros en donde la nota tenida de las trompas nos conduce al más allá.
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