Crítica: Orquesta y Coro Nacionales en el Festival de Granada
Impecable y punto
71 FESTIVAL DE GRANADA. Orquesta y Coro Nacionales de España. Katharina Konradi (soprano), Peter Mattei (barítono). David Afkham (director). Brahms: Un réquiem alemán. Lugar: Granada, Palacio de Carlos V. Fecha: 7 julio 2022.
El Réquiem alemán es de esas obras que te dejan al final con un nudo en la garganta. Tocado. Su caleidoscópica fuerza dramática, telúrica y tierna hasta el infinito, establece una de las cimas de la expresión romántica. Obra nacida del dolor, del impacto que, como cuenta Pablo L. Rodríguez en las escuetas y precisas notas al programa, provocó en el joven Brahms -21 años- el intento de suicidio y demencia de su admirado Robert Schumann. Años después, con los apuntes esbozados de entonces, Brahms estrena la versión definitiva en siete episodios, en la Gewandhaus de Leipzig. Corría febrero de 1869.
Ha sido esta obra intensa, profunda, esperanzada, también temerosa, con la que el Coro y Orquesta Nacionales de España han regresado al Festival de Granada, su casa desde los tiempos de Argenta, cuando actuaron, en junio de 1952, en el inicialmente llamado “Primer Festival de Música y Danza Española”. Si entonces recalaron en el alhambrista Palacio de Carlos V con Falla en los atriles, ahora ha sido con el monumental réquiem brahmsiano, que el alemán David Afkham (1983), acaso de modo inconsciente, despoja de sus expresiones más extremas y rotundas para empeñarse en cuidar los detalles, los puntos y comas de una lectura corta de intensidades, aliento y calado. Impecable en el detalle, pero tibia en su globalidad. Faltó parsimonia, espacio, aire (“Luft”) y ese hondo y doliente misticismo que tanto lo distingue. Los largos segundos de silencio que siguieron al descuidado final (¡Jesús santo! ¡ese arpegio del arpa convertido en nada!) fueron más de respeto y reconocimiento a la mano inmóvil en las alturas del maestro que fruto natural del impacto emocional y sensorial ante lo que acababa de ocurrir, de escucharse.
El director titular de la Nacional conoce y se sabe la partitura al dedillo. Y así, al dedillo, marcó cada entrada y detalle. Sin batuta y con una gestualidad siempre elegante, siempre pertinente. Pero esa atención al detalle, a cada entrada, inflexión o matiz, no encontró correspondencia ni con la calidad del sonido ni con el interés de la expresión. La ONE, con las desafinaciones y desajustes propios de tocar al aire libre, sonó bien, como el conjunto profesional, rodado y competente que es, con intervenciones dignas de aplauso y mención, como las del flauta solista -el gran Álvaro Octavio– o el timbalero, que fue soporte de los momentos más vibrantes de la correcta y templada versión.
El Coro Nacional es otro cantar. Sin rondar la perfección, tampoco es el tremebundo conjunto que tantos se empeñan en decir que es. Salió airoso ante una obra de enormes y variadas exigencias, con el reto añadido de cantar al aire libre y desacostumbradas distancias. Comenzó mal, descuidada, su primera y grave intervención, el coro “Selig sind die da Lied tragen”, en el que Afkham parecía no haber entrado en materia, con una dirección puntillosa, pero fría y distante. Impreciso y desempastado resultó igualmente el inicio del último número, su “reverso”, “Selig sind die Toten” entonado por sopranos y mezzos.
Lo mejor radicó en los números en los que intervinieron los dos certeros solistas, la soprano kirguisa Katharina Konradi (1988), que cargó de intención y expresión su única intervención, el lacerado “Canto a la madre” que tanto se correspondía con su embaraza figura de madre inminente, y el barítono sueco Peter Mattei (1965), quien revalidó en Granada el inmenso éxito conseguido recientemente en el Palau de les Arts de València, donde protagonizó la ópera Wozzeck, de Alban Berg. Su intervención inicial, en “Herr, lehre doch mich” (Señor, enséñame) alzó la temperatura emocional, y aportó efusión y calidez a una noche de triunfo, sí, pero de aséptica impecabilidad. Y punto. Justo Romero
Publicada el 9 de julio en el diario Levante.
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