CRÍTICA: “Otello”
OTELLO (G. VERDI)
Nationaltheater de Munich. 16 Julio 2013.
Llevábamos una racha extraordinaria de representaciones de ópera y hoy, de alguna manera, se ha truncado. Sea por falta de ensayos o por otras razones, lo cierto es que esta representación de Otello ha sido en gran medida decepcionante. Una producción escénica ayuna de interés, una dirección musical rutinaria y ruidosa, y un reparto vocal, en el que se confundía emitir notas con cantar por algunos de sus protagonistas. Tuvimos la suerte de que Anja Harteros fuera Desdémona y su actuación nos compensó de tanta decepción.
Esta producción de Francesca Zambello se estrenó en este teatro en el año 1999 para el debut en el Moro de Venecia de José Cura, a quien acompañaba Barbara Frittoli. Tuve la oportunidad de verla hace ahora 4 años. No le vendría mal ser sustituida por otra nueva en cuanto las finanzas de la compañía lo puedan hacer posible.
La escenografía de Alison Chitty ofrece un escenario único en forma de rampas metálicas, lo que resulta adecuado para el primer acto, pero luego la cosa empieza a resultar extraña, teniendo en cuenta que la acción tiene que transcurrir abajo y las rampas acaban por no tener mucho sentido. El vestuario, también de Allison Chitty, es siempre en tonos muy claros y resulta atractivo, salvo en el caso de Otello durante el tercer acto, ya que más parecía el Portero del Ercilla que el gobernador de Chipre. Buena iluminación de Mimi Jordan Shrin. La acción se trae a la segunda mitad del siglo XIX, en un Chipre que responde a la época colonial. La dirección escénica de Francesca Zambello está por debajo de lo que le he visto en otras ocasiones, particularmente en el movimiento de masas, que suele ser lo que mejor consigue esta regista. La historia está bien contada y hay detalles interesantes, como el arranque del segundo acto, en el que aparece en escena Bianca, la novia de Cassio, reprochándole con gestos su actitud durante la pelea en el acto anterior y abandonándole, lo que sirve de perfecta introducción a la siguiente intervención de Iago para convencer a Cassio de que siga su juego para recuperar a Bianca. En general, la escenografía va bien para las escenas de exterior, mientras que hacen perder concentración a los pasajes más intimistas, especialmente al último acto. La dirección de actores deja bastante que desear, si exceptuamos a Desdémona.
Como digo más arriba, la dirección de Paolo Carignani ha sido decepcionante. Muy alejada de la que nos ofrecíÓ el pasado día 8 en Il Trovatgore. Hubo mucha rutina, pocos matices y exceso de ruido, creando problemas para que las voces llegaran con claridad a la sala en más de una ocasión. La emoción no salió a relucir hasta el último acto y ello fue gracias a una extraordinaria Desdémona, con la que Carigani no tuvo que hacer sino plegarse a su canto y así las cosas funcionaron mucho mejor. La Bayerisches Staatorchester demostró su gran categoría, aunque el maestro no nos dejara disfrutar de su sonido, como lo hemos hecho en otras ocasiones. Poderoso, afinado y fresco el Coro de la Bayerische Staatsoper, incluyendo un afinado Kinderchor en el segundo acto.
Johan Botha tiene posiblemente la voz más adecuada al personaje de Otello de la actualidad. Su poderío vocal, su timbre brillante y su buena extensión hacen que pocas pegas puedan ponérsele en este sentido. Claro que Otello exige además cantar y crear un personaje y en estas facetas Johan Botha queda corto. El único momento de emoción que aportó el sudafricano fue en su aria final Niun mi tema. Si la voz de Botha estuviera unida al canto de Gregory Kunde (mi último Otello) estaríamos ante un protagonista de excepción. También sería excepcional unir la voz de Kunde al canto de Botha, evidentemente, y con resultados espeluznantes. Johan Botha emitió muchas notas brillantes y poderosas, pero cantar es otra cosa y eso solo lo hizo con cuentagotas.
La gran triunfadora de la noche, la única gran cantante del reparto, era Anja Harteros, que nos brindó una Desdémona ejemplar. En su gran escena ofreció una voz bellísima, un canto depurado y de calidad excelsa, unido todo ello a unas cotas de emoción excepcionales. La Harteros deja un recuerdo imborrable con sus actuaciones en Leonora y Desdémona. Es una soprano excepcional, que está en plenas facultades y en completo dominio de su instrumento. Por razones que poco tiene que ver con su calidad artística, no es fácil poder disfrutar de su canto fuera de Alemania. Les aseguro a todos mis amigos que no dejen de verla, si tienen la ocasión de hacerlo. Es de las cantantes que salen una vez cada muchos años.
La otra decepción de la noche vino de la actuación del barítono Claudio Sgura como Iago. Este barítono es otro de los que confunden emitir notas con cantar. El personaje de Iago es muy complicado y tiene muchos matices que ofrecer en escena, aparte de una voz importante, que quizá no lo es tanto en este personaje. Había tenido ocasión de verle en varias ocasiones anteriormente y no pude reconocer sino su poderosa voz, de bello timbre, pero ahí se acabó el personaje de Iago. Su falta de expresividad y de intención se traducen en una gran monotonia en su canto, que resulta insufrible. Recuerdo haberle visto una interpretación de Francesco Foscari en Parma en la que triunfó a base de cantar y emocionar. En cuanto a emoción parece que va como el cangrejo. Iago le queda muy grande y bien haría en profundizar en el personaje o dejarlo para más adelante. Un Iago más ruidoso que sinuoso está en las antípodas de lo que Shakespare, Verdi y Boito pudieron concebir para este personaje.
La presencia de Pavol Breslik en Cassio fue un lujo, de los que únicamente teatros como Munich pueden ofrecer.
Los personajes secundarios cumplieron bien. Eran Monika Bohinec (Emilia), algo apretada, Tareq Nazmi (Ludovico), Francesco Petrozzi (Rodrigo) y Goran Juric (Montano).
Una vez más el Nationaltheater puso el cartel de No Hay Billetes, aunque había cuantiosa oferta de entradas en los alrededores del teatro. El público se mostró mucho más frío que lo habitual en la primera mitad de la ópera, entregándose plenamente en los saludos finales, en los que la gran triunfadora fue Anja Hareros. Johan Botha fue también braveado, aunque a otro nivel.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso y tuvo una duración total de 2 horas y 57 minutos, incluyendo un entreacto. La duración musical fue de 2 horas y 20 minutos. Los aplausos finales duraron 11 minutos y tuvieron una destinataria muy especial.
La entrada más cara costaba 163 euros, habiendo también localidades en el patio de butacas por 142 y 117 euros. En los pisos superiores los precios descendían a cifras entre 39 y 91 euros. José M. Irurzun
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