Crítica: Pablo Heras-Casado y la Sinfónica de Madrid. Cuestión de Matices
PABLO HERAS-CASADO Y LA ORQUESTA SINFÓNICA DE MADRID
Cuestión de matices
Obras de Schubert y Bruckner. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Pablo Heras-Casado. Auditorio Nacional, 20 de enero de 2020.
No es la primera vez que se reúnen en un programa la Sinfonía Incompleta –como se decía antes, ahora se habla de Inacabada– de Schubert y la Sinfonía nº 7 de Bruckner. Es comprensible por distintas razones de afinidad y de estilo, bien que las diferencias sean ostensibles. En todo caso, tanto en una como en otra se divisa la figura de Mozart al fondo, como bien dice en sus didácticas y diáfanas notas José Luis Temes.
No creemos que esa haya sido la idea de Heras-Casado al abordar su interpretación, que nos ha parecido irregular y por momentos huera, aunque bien ensamblada y ejecutada. Empezó muy bien la página schubertiana, con esa especie de misterioso hormigueo de la cuerda aguda y con el canto, quizá poco reposado, de los chelos, que estuvieron muy bien toda la noche. Luego la rectoría (sin batuta) buscó acentuar los contrastes a través de perentorios y siempre muy secos y acres acordes, de contrastes dramáticos que se quedaban un tanto en la superficie, faltos de interiorización. El empleo de baquetas finas contribuyó a ello al romper el equilibrio sonoro con unos acusados zurriagazos. Clima ominoso a falta de un mayor control de dinámicas.
La verdad es que en el Andante con moto pudimos degustar el lirismo poético, la finura etérea de tantos compases, en los que se lucieron especialmente el clarinete (Luis Miguel Méndez) y el oboe (Cayetano Castaño). Los “tutti” de nuevo se nos antojaron cortantes y algunos desarrollos, poco claros. Algo que se detectó asimismo en tantos pasajes contrapuntísticos de la obra de Bruckner, que también se inició estupendamente, con, de nuevo, protagonismo de los chelos en ese pausado y elemental dibujo del arpegio de tónica. En el primer crescendo comprobamos que Heras aún no está en el secreto del ensanchamiento pausado, del “piano” al “forte”, del sonido, aunque anda cerca. Esa limitación se pudo apreciar en las codas de ese movimiento inicial y en el de cierre. El crecimiento empieza muy arriba y el efecto dinámico se pierde en parte.
A ello contribuyó también la escasa preocupación del director por modelar, y modular, los fortísimos, empeñado en lanzar a toda pastilla a unos no siempre empastados metales. No obstante, la maravillosa ascensión hacia el punto culminante del Adagio, que rompe en un luminoso e iridiscente do mayor –aquí con el aditamento, parece que no de Bruckner, de platos y triángulo-, estuvo bastante bien regulada, aunque, antes, echáramos de menos una mayor presencia, en la exposición repetida del segundo y cálido segundo tema, vienés por los cuatro costados, de los efectos contrapuntísticos de la flauta solista (muy bien Pilar Constancio).
No demasiada claridad en el rudo Scherzo, bien que las maderas acertaran a cantar con acierto en el lírico Trío. La perorata que aparece a poco de empezar el Finale sonó estruendosa pero firme y tonante, siempre con excesivo protagonismo de unos metales desbocados en perjuicio de la cuerda. Como resumen: enfoque estructural válido, “cantabilità” aceptable, sonoridad acre y poco trabajada, planificación irregular. Apuesta casi exclusiva por la monumentalidad en perjuicio del matiz fino y de la exquisitez tímbrica. Arturo Reverter
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