Critica: Paisajes nórdicos con Joaquín Achúcarro y la Orquesta de RTVE
PAISAJES NÓRDICOS
Obras de Grieg y Langgaard. Joaquín Achúcarro, piano. Orquesta Sinfónica de la RTVE. Director: Thomas Dausgaard. Monumental Cinema, Madrid, 8 de noviembre de 2024.
Sesión envuelta en aromas del norte, que conjugaba una obra archiconocida, el “Concierto para piano” del noruego Edvard Grieg (1843-1907), y otra de muy rara programación por estos pagos y que según creemos se presentaba por primera vez en nuestro país, la “Primera Sinfonía” del danés Rued Langgaard (1893-1952), que ha sido dirigida de memoria por al maestro también danés Thomas Dausgaard, primer director invitado de la agrupación radiotelevisiva.
Luis Suñén, en sus bien argumentadas notas al programa -que no se raparte en papel, ni siquiera una hojita para conocer el nombre de los intérpretes y el título de las obras-, recoge estas palabras del crítico Bend Viinholt Nielsen respecto a la Sinfonía: “retrata el viaje espiritual del alma humana simbolizada por una ascensión desde el pie del acantilado a la cima de la montaña donde el aire puro y una vista panorámica insuflan al héroe un coraje nuevo”. A lo largo de cinco extensos movimientos asistimos sin duda a un viaje, a una “ascensión”, por un empinado e imaginario camino que nos lleva no sin esfuerzo a la cima.
“Pastorales de los acantilados” es el muy gráfico subtítulo de la obra (de 1908), que por disposición nos lleva a establecer un paralelismo con algunos poemas sinfónicos de Richard Strauss, singularmente, claro, la “Sinfonía Alpina” (siete años posterior), aunque en el danés las descripciones sean menos gráficas. El lenguaje de Langgaard está en algunos aspectos emparentado con el del bávaro y mantiene ciertas concomitancias con el de un Chaikovski evolucionado. Eclecticismo de altos vuelos que no elude las disonancias y que aparece revestido de una fantástica orquestación aplicada a un conjunto sinfónico de no menos de cien ejecutantes, tubas Wagner incluidas.
Es una música bien labrada, la de un gran conocedor de la materia sinfónica. Varios temas de melódico pululan desde el principio y se trabajan al final con un sentido cíclico. Un sinfonismo, y que no se entienda esto como algo negativo, más bien ampuloso y diríamos que de corte cinematográfico. Que podría estar emparentado asimismo con el del compatriota Nielsen -con el que estudió Langgaard- y con el finlandés Sibelius. Cinco movimientos conforman la rica partitura: “Brændinger og Solglimt” (“Surf y rayos de sol”) II. “Fjeldblomster” (“Flores de montaña”) III. “Sagn” (“Saga”) IV. “Opad Fjeldet” (“Subiendo la montaña”) V. “Livsmod” (“Coraje para la vida”).
Un extenso recorrido de una hora bien servida en el que hay un poco de todo; y bien hecho y trabajado. En el primer movimiento, a lo largo de una coda monumental, las características de la composición quedan ya bien fijadas. Anotamos el espléndido ascenso de la música en “Saga”, de una magnífica lentitud; el trabajo orquestal, de gran riqueza con el que se construye “Opad”; lo tempestuoso de “Livsmod”, que ofrece en su segunda parte un hermoso y ondulante tema lírico, seguido de un motivo ardorosamente guerrero. Repetidos y secos acordes van preparando el jubiloso cierre.
Dausgaard conoce al dedillo esta música. No en vano ha grabado no hace muchos las 16 Sinfonías del compositor. De ahí que la dirigiera de memoria, con aplastante seguridad, gesto amplio y claro, sugerente, elástico y comunicativo. Gracias a ello gozamos de una interpretación excelente, solo con algunos pasajeros momentos de borrosidad cierta, de balance dudoso. Se entendió bien con los instrumentistas, que le aplaudieron al final. Como un entusiasta público que casi -algo raro- llenaba al Monumental y que prorrumpió en sonoros vítores tras la interpretación del “Concierto para piano” de Grieg, que tuvo como solista al gran Joaquín Achúcarro.
El pianista bilbaíno (92 años) continúa manteniendo de forma milagrosa las constantes que siempre definieron sus modos: sonido corpóreo y bien trabajado, muelle y acolchado pero siempre firme y definido. Fraseo natural, sin dengues ni romanticismos fuera de lugar. Lo justo. Desde el principio se evidenció que sus octavas no poseen, como es lógico, la fuerza y el poder de antaño, pero las da con aplomo y seguridad. Adelgaza el sonido y canta líricamente en los momentos adecuados. Se defendió bravamente en la extensa cadencia del primer movimiento y expuso con nitidez y sentido la generosa melodía del segundo. Ciertas lentitudes no empañaron la energía del “Finale”, que pudo salir más limpio, sobre todo en la exposición por el teclado del tema danzable. Los aplausos fueron correspondidos con un bien delineado “Claro de luna” de Debussy y con un “Nocturno de Liszt “(no “Sueño de amor”). Admirable. Arturo Reverter.
Últimos comentarios