Crítica: Pan y toros en el Palau de Les Arts
España a puntapiés
Pan y toros. Zarzuela en tres actos. Música de Francisco Asenjo Barbieri. Libreto de José Picón. Reparto: Ruth Iniesta (Doña Pepita), Borja Quiza (Capitán Peñaranda), Carol García (Princesa de Luzán), José Julián Frontal (Goya), Milagros Martín (La Tirana), Enrique Viana (Abate Ciruela), Amparo Navarro (Duquesa), Pedro Mari Sánchez (El Corregidor Quiñones), Carlos Daza (Pepe-Hillo), etcétera. Dirección de escena: Juan Echanove. Escenografía y vestuario: Ana Garay. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Coreografía: Manuela Barrero. Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Lugar: Palau de les Arts. Entrada: En torno a 1.200 espectadores. Fecha: Sábado, 4 noviembre 2023 (se repite los días 8, 11 y 12 noviembre).
El genio musical de Barbieri y el talento dramático del libretista José Picón se abrazaron en 1863 para crear la zarzuela Pan y Toros, uno de los retratos más corrosivos y reales de la España de entonces, de hoy y parece que de siempre. “España a puntapiés”, dice el abate Ciruelo al comienzo del segundo acto. Y así sigue, maltratada por unos y otros. País de pan y toros, de migajas y pandereta. Goya, pintor convertido aquí en personaje de la zarzuela lo dice bien claro en la sexta escena del segundo acto: “¡Oh patria de Pan y toros!.. / ¡te reconozco en tus obras!… / ¡En cada pueblo edificas / plaza de toros suntuosa, / cuando a Calderón y a Lope / no das ni una estatua sola!”. Conservadores y liberales, peperos y psocialistas.
Ambientada en la España de Godoy y basada en una intriga entre conservadores y liberales, Goya el liberal, Jovellanos y al fondo Carlos IV forman parte del retrato en blanco y negro que traza esta zarzuela de título engañoso, cuyos tres actos encierran el drama de una sociedad, de un país, condenado a la perpetua irreconciliación. No es baladí que la reina Isabel II prohibiera este título grande del género lírico español solo tres años después de su exitoso estreno en el madrileño Teatro de la Zarzuela, el 22 de diciembre de 1864.
Ahora, Juan Echanove, responsable escénico de este montaje procedente precisamente del Teatro de la Zarzuela, se adentra con devoción y olfato dramático en los muchos valores de esta página maestra del género lírico español. Focaliza todo en Goya, en su España en blanco y negro, como en un intento de esquivar cualquier toque castizo o tópico. Pero esta visión monocolor se vuelve pronto cansina. De tanto eludir el tópico, el asunto acaba en lugares comunes. Modernidad con calzador. Abanicos rojos, bailoteo y unas castañuelas reincidentes que castañetean hasta la hartura. Al final, y como si Echanove se percatara de ello, acaso de modo inconsciente, el lenguaje estético y escénico cambia radicalmente en el tercer acto para romper abruptamente el discurso estético y conceptual para desembocar en un ambiente coloreado y convencional. Estudiada dirección de actores, sombría iluminación y vestuario que parece más diseñado por Goya que por Ana Garay, responsable igualmente de la neutra y vacua escenografía, en el que no falta una muy vista pero efectiva plataforma giratoria.
Musicalmente, hubo de todo. Lo mejor, claramente y como de costumbre, la Orquestra de la Comunitat Valenciana, que de la mano maestra, ducha y segura de Guillermo García Calvo (Madrid, 1978) subrayó, realzó y otorgó empaque a la fina escritura de Barbieri, uno de los nombres realmente grandes de la música española. El Cor de la Generalitat, tras unos comienzos inquietantes en los que resultó irreconocible, enmendó pronto tan desafortunado comienzo para recuperar excelencias acostumbradas. Fue una versión de cuidado carácter coral y sinfónico, en la que García Calvo, desde 2019 director musical del Teatro de la Zarzuela y artífice del estreno de esta producción -en octubre de 2022- revalidó su categoría como maestro de mérito, en la que laten sus años en la Deutsche Oper berlinesa y en la Ópera de Viena, así como su intensa labor como “Generalmusikdirektor” del Teatro de Chemnitz (Alemania) y titular de la Robert Schumann Philharmonie. Reflejo de su cuidadosa dirección, el gran concertante del segundo acto, en el que aunó con pericia los disímiles mimbres que tenía ante sí.
En el casi multitudinario reparto vocal (a lo Maestros Cantores o El caballero de la rosa) destacó la vocalidad rotunda y presencia escénica del barítono Borja Quiza, un Capitán Peñaranda que representa los mejores valores de la maltratada piel de toro. El barítono gallego, que ya dejó constancia de su categoría como intérprete de Barbieri en El barberillo de Lavapiés que protagonizó en el mismo escenario en abril de 2021, conoce sus mejores cualidades y las proyecta con inteligente eficacia. Paisana de Goya, la soprano aragonesa Ruth Iniesta dio vida a Doña Pepita y dejó entrever las agilidades de su versátil y bien regida voz de lírico-ligera. Puso de relieve sus cualidades belcantistas en el formidable dúo con la Princesa de Luzán, su rival política -la “otra” España-, encarnada por la mezzo barcelonesa Carol García, estupenda en la lograda romanza “Este santo escapulario”. Ella y la Iniesta parecieron casi casi emular a la Caballé y la Bumbry en este dúo de altos vuelos que parece pariente del de Norma y Adalgisa en el segundo acto de la ópera maestra de Bellini.
José Julián Frontal, nombre veterano y recuperado de los teatros españoles, fue un Goya de evidentes cualidades vocales y actores, con una declamación cuidada y siempre oportuna. La valenciana Amparo Navarro lució su alcurnia lírica en una Duquesa de nobles acentos, y el versátil Enrique Viana fue el tenor de carácter, chispa y énfasis de siempre, que dejó en carne viva las agudas y fastidiosas aristas del abate Ciruela. El actor Pedro Mari Sánchez fue un discreto Corregidor, mientras que la veterana Milagros Martín sacó partido de sus diálogos y monólogos como “La Tirana”. El barítono Carlos Daza defendió con arrojo taurino al torero Pepe-Hillo. Para el olvido la fallida escena final, con la intervención de Jovellanos, defendida por Ángel Burgos en plan Hans Sachs en el imponente monólogo final de Los Maestros cantores de Núremberg.
Al concluir tras casi tres horas de representación, bastantes espectadores ya se habían marchado. Quizá pensaban que iban a toparse con La del Soto del Parral. España es así. Bien la retrataron Picón y Barbieri. Bien la sufrieron Goya, Jovellanos y tantos más. Así seguimos. “A puntapiés”. Justo Romero
Publicada el 6 de noviembre en el Diario Levante.
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