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Critica: Macbeth en Salzburgo
Por Publicado el: 24/08/2023Categorías: En vivo

Crítica: La pasión griega de Martinů en el Festival de Salzburgo

‘La pasión griega’: la hora de Bohuslav Martinů

La pasión griega. Ópera en cuatro actos, (segunda versión, en inglés, estrenada en 1961), de Bohuslav Martinů. Libreto del compositor, basado en la novela Cristo de nuevo crucificado, de Nikos Kazantzakis. Reparto: Gábor Bretz (párroco), Sebastian Kohlhepp (Manolios), Sara Jakubiak (Katerina), Charles Workman (Yannakos), Christina Gansch (Lenio), Matteo Ivan Rašić (Andonis), Matthäus Schmidlechner (Michelis), Alejandro Baliñas (Kostandis), Julian Hubbard (Panais), Aljoscha Lennert (Nikolio), Łukasz Goliński, Helena Rasker Eine alte Frau (Padre Fotis), Luke Stoker (Patriarcheas), Robert Dölle (Ladas), Scott Wilde (Un viejo), Teona Todua (Despinio). Dirección de escena: Simon Stone. Escenografía: Lizzie Clachan. Vestuario: Mel Page. Iluminación: Nick Schlieper. Dramaturgia: Christian Arseni. Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Coro infantil del Festival y Teatro de Salzburgo. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Maxime Pascal. Lugar: Salzburgo, Felsenreitschule. Entrada: 1.437 espectadores (lleno). Fecha: 22 agosto 2023.

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La pasión griega en el Festival de Salzburgo (c) Monika Rittershaus

Espectáculo redondo y total. La pasión griega, la ópera que Bohuslav Martinů nunca pudo ver estrenada, se ha convertido en el éxito de mayor impacto del verano festivalero, y por ende, del Festival de Salzburgo. No solo por la actualidad palpitante de su libreto -inmigrantes en torno al Mediterráneo, iglesia, políticos y muros-, sino también por la formidable música y el impresionante pulso dramático que establece Martinů en sus cuatro actos sin interrupción. Para redondear la maravilla, el director de escena narra con claridad, sencillez y sobresaliente virtuosismo teatral y despliegue escénico la historia de los refugiados, y la posición dual de la iglesia: la de los harapientos inmigrantes y la del pueblito que no quiere darles asilo. Dos horas del mejor teatro y de la mejor música. Una ópera presentada en su versión en inglés -aunque suena a checo por todas partes-, que hay considerar, desde todos los ángulos, como obra maestro del repertorio lírico del siglo XX.

Martinů compone la versión original de La pasión griega entre 1954 y 1957. Para ello, redacta de su propio puño un efectivo, conciso y valiente libreto, a partir de la novela Cristo de nuevo crucificado, del escritor, poeta, filósofo y político griego Nikos Kazantzakis (1883-1957), quien luego alcanzaría relieve fuera de su país tras el estreno en 1964 -siete años después de su muerte- de la película Zorba, el griego, de Michael Cacoyannis, basada en su novela homónima.

El director de cine y teatro, escritor y actor australiano Simon Stone (1984), que ya dejó constancia de su talento escénico en Salzburgo, cuando en 2019 estrenó su realización de Medea de Cherubini (antes, en 2016, había llevado a escena en Londres su adaptación de Yerma), ha utilizado el espacio gigantesco del escenario de la Felsenreitschule (40 metros de anchura) para, sin violentar su desnudez ni añadir objetos extraños, desarrollar una acción perfectamente ubicada, en las que los vecinos del pueblo ocupan la parte izquierda y los inmigrantes la derecha. Enormes trampillas en el suelo y en paredes de fondo y laterales enriquecen con ingenio y gran sugestión plástica dispares situaciones: desde un acordeonista -instrumento muy querido por Martinů- a las campanas, situadas en dos cubículos cuadrados que en las alturas simulan sendos campanarios. Espectacular el acierto de hace circular la “caravana” de inmigrantes por la arcada de piedra más elevada del fondo del escenario. Los dos coros, el de los aldeanos y el de los inmigrantes, aparecen perfectamente distinguidos, no solo por el contraste del tratamiento vocal y la ubicación a izquierda y derecha del escenario, sino también por el variado y bien estudiado vestuario, diseñado por Mel Page.

La escenografía de Lizzie Clachan es limpia y escueta. Clara y cargada de efectividad, con un uso habilísimo de las trampillas, que igual sirven para que entre un burrito en escena que basurero donde tirar las cuatro pertenencias de los inmigrantes cuando tan brutalmente son desalojados de su “tierra prometida” animados por el párroco del pueblo. La música poderosa, atrevida, neoclásica, áspera y brutal, de tantos y tantos ancestros checos -el moravo Janáček casi palpita en cada compas-; cargada de efectos de gran originalidad -arpa, piano, percusión, acordeón…-, delatan la firma de un compositor radicalmente genial, apasionadamente sumergido en su propia tradición y cultura, que el tiñe con lenguaje inconfundible y personalísimo. En ese entorno tan checo, choca escuchar la ópera en su versión inglesa, la estrenada en 1961 en la Ópera de Zúrich por Paul Sacher, aunque antes, en 1957, en vida del compositor, el también checo Rafael Kubelík intentó estrenarla en Londres, cuando era director musical de Covent Garden, pero en el último momento los responsables políticos de la Royal Opera House se negaron al estreno: evidentemente por el espinoso tema que trata, aunque, evidentemente, adujeron otras razones, relativas a la “inconveniente” producción.

A Salzburgo, La pasión griega ha llegado para triunfar y para establecerse en su sitio, en el gran repertorio lírico. Pero sobre todo para dejar en carne viva el asunto de los inmigrantes y su recepción en Europa. Aquí es en Grecia, pero podría ocurrir -ocurre- en cualquier otro país mediterráneo. Es curioso que en la España de Franco, La pasión griega no despertara la más mínima controversia cuando en 1972 el Liceu de Barcelona tuvo el coraje y la lucidez de presentar una obra que tan abiertamente denuncia el poder de la iglesia, y los muros y fronteras levantadas para defender la desigualdad.

En Salzburgo el público ha vivido subyugado el poder expresivo de esta obra maestra. Un poder que es denuncia, claro, pero sobre todo, es música y teatro de máximo rango. Es decir: ópera pura. La interpretación musical estuvo a tono con el excepcional rango escénico y dramatúrgico. La Filarmónica de Viena se mostró soberbia e involucrada, espectacular en una partitura plagada de exigencias y novedades. Por su parte, y a tono con la crudeza de la escena, el director francés Maxime Pascal (Nantes, 1985) enfatizó los detalles más ásperos de la partitura. Subrayó y acotó así la acción con genuino sentido teatral. Como contraste, los abundantes episodios líricos, incluso de hondo misticismo, de canto al amor, a todos los amores, fueron valores de una dirección que miró al fondo de la partitura para resaltar sus inagotables reflexiones y sugestiones.

Matrículas de honor -¡todas!- para el Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor, con sus integrantes convertidos, además, en actores coprotagonistas. También para los entonados niños del Coro infantil del Festival y Teatro de Salzburgo. Finalmente, máximos parabienes para todos y cada uno de los componentes del enorme reparto vocal. Todos cantaron, actuaron y se implicaron en cuerpo y alma en este trabajo tan ejemplar como las novelas de Cervantes. La simple enumeración establecería jerarquías impertinentes en un trabajo de conjunto casi multitudinario que escapa al tratamiento personalizado. Todos están detallados en la ficha de esta crítica. Los más importantes y los más célebres, los menos importantes y menos célebres fueron puntales imprescindibles en un trabajo que en su genialidad absoluta y sin peros, no admite la minucia. Por cierto, tan a gusto estaba el burrito en la escena que cuando llegó el momento dijo de aquí no me muevo. A punto estuvo el asnito de dar al traste con el curso de la representación. La próxima, deberían prever burritos en plan cabestros… Justo Romero

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