Crítica: Un óleo bien coloreado; la ‘Pasión según San Mateo’ de Corti en el Auditorio Nacional
UN ÓLEO BIEN COLOREADO
Pasión según San Mateo, Bach. Maximilian Schmitt, Yannick Debus, Kateryna Kasper, Philippe Jaroussky, Zachary Wilder, Andreas Wolf. Orquesta Barroca de Friburgo, Zürcher Sing-Akademie. Director: Francesco Corti. Producción de Impacta. Auditorio Nacional de Música, Madrid. 25 de marzo de 2024.
Volvía una vez más la Pasión bachiana al Auditorio Nacional, donde se había interpretado ya un día antes por el conjunto Vespres d’Arnadí, el Coro del Palau de la Música Catalana y el Coro de niños de l’Orfeò Català bajo la dirección del hasta hace poco tenor Christoph Prégardien. La versión que aquí comentamos prescindía del coro infantil pero aportaba elementos suficientes para fijar la atención y para penetrar en los entresijos de la maravillosa composición, que fluyó con el ritmo y el fraseo justos, y, cuando la expresión lo pedía, un bien controlado rubato.
Al frente de los conjuntos se situaba el clavecinista italiano Francesco Corti (1984), un instrumentista de mucha clase, que le ha cogido gusto a eso de dirigir, algo que por lo visto antes y ahora hace la mar de bien. Sabe pautar, servir la línea vocal y establecer tempi muy lógicos, lejos de la monotonía. Es director principal del conjunto Il Pomo d’Oro y director del Drottningholm Royal Court Theatre. Tuvo a dos conjuntos espléndidos a sus órdenes: el joven coro Zürcher Sing-Akademie (2011) y la ya tan acreditada Orquesta Barroca de Friburgo, cuyo concertino, Gottfried van der Goltz, es a su vez, cosa curiosa, el director musical del conjunto que actuaba en esta oportunidad.
La interpretación, mesurada, contrastada, con el necesario toque dramático en los momentos puntuales, con imponentes manifestaciones del coro en las escenas ante Pilatos, discurrió con amenidad, cuajada de detalles de buen gusto; y con unos solistas magníficos, muy en su papel. Destacamos sobre todo a la soprano ucraniana Kateryna Kasper, una lírico-ligera, más lo segundo que lo primero, de voz plateada e igual, fresca y natural, que bordó sus arias sin aspavientos, bien contrastadas y dichas. Un descubrimiento.
Como lo fue el Jesús de esta ocasión, el alemán de Hamburgo Yannick Debus, calificado como barítono, pero que nos parece más próximo al registro de bajo cantante. Un bajo lírico bien sombreado, redondo, de muy bellas resonancias y fraseo muy justo, sin alardes ni rebuscadas impostaciones. A excelente nivel Andreas Wolf, reconocido como bajo, de tinte más agreste y pétreo, de emisión más ruda, pero más que correcto en sus arias. Una buena cosa tuvo el Evangelista de Maximilan Schmitt: no es el típico tenor blanducho, en exceso ligero que suele cantar esta parte, prevista en realidad para una voz más dramática. Es un lírico-ligero de buen volumen, buena dicción, extensión adecuada y expresividad reconocible. Emite arriba casi siempre en falsete o falsettone y a veces a media voz, con abundantes engolamientos. Acusa un excesivo vibrato.
Por su parte el magnífico contratenor que es, o más bien que fue, Philippe Jaroussky, que aún tiene cosas que decir porque lo que le sobra es clase y galones, está lejos de poder aportar todo lo que necesita la parte de la mezzo o contralto. Su voz, sin los fulgores de antaño, sigue siendo de soprano y carece prácticamente de registro grave, necesario para expresar las emociones que deben transmitir sus maravillosas arias, como la tan célebre “Erbarme dich, mein Gott”, con violín obligado. Una pena. Se defendió el tenor de las arias Zachary Wilder, con algunos problemas de afinación en “Geduld!”, donde quizá esperábamos más de la gambista Mime Brickmann. Pero todos los solistas instrumentales, con instrumental de época por supuesto, brillaron a gran altura. Como el coro, aunque el empaste y la planificación no fueron lo mejor en el número de apertura.
Gran y merecido éxito final, con numerosas salidas a los medios.
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