Crítica: Paul Lewis en el ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo
DEL MÁS GRANDE SCHUBERT
Schubert: “Sonatas” “D 958”, “959 “y “960”. Paul Lewis, piano. Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 18 de junio de 2024.
De nuevo entre nosotros el inglés Paul Lewis (1972), un pianista conspicuo, estudioso, riguroso, tranquilo y concentrado, que hoy se nos muestra como artista sereno, firme, seguro, aplomado, de sólidas bases musicales y una técnica muy acabada fundamentada en la buena digitación, la calidad del sonido, propiciada por un juicioso empleo de los pedales. El espectro es muelle y oscuro, redondo y acolchado, sin estridencias.
A partir de estas premisas Lewis puede y sabe elaborar con finura una música que mana suave y bien elaborada; algo que conviene a las tres últimas Sonatas de Schubert, auténtica e inmarcesible cima del repertorio, como bien explica y analiza en sus sustanciosas notas al programa Eva Sandoval. Nos pareció que el inicio del “Allegro” de la 958, con sus acordes fuertemente ritmados -recordatorio de la Op. 111 de Beethoven- se dibujó algo confusamente, aunque el segundo tema fue cantado de manera muy canónica. Ahí comenzamos a percibir una de las episódicas limitaciones del pianista, una cierta monotonía tímbrica y una no siempre evidente diferenciación de planos.
El variado juego modulante del “Adagio” quedó bien expuesto. En el “Menuetto” echamos en falta un aire más danzable y resuelto. Lo mejor fue la recreación del “Allegro”, enjundioso, estupendamente trabado, que recuerda a la contemporánea “Sinfonía en Do mayor”, “La Grande”, del propio Schubert. Aquí Lewis mostró claridad, agilidad y equilibrio. El mismo con el que acometió la Sonata D 959, que es sin duda, precisamente, la más equilibrada de las tres.
Nos gustó especialmente la forma en la que trabajó el “Andantino”, bien perfilado, íntimo y delicado. Chispeante y muy limpiamente tocado el “Scherzo” y adecuadamente graduado el desenvolvimiento de la melodía en el complejo “Rondó”, con sus expansiones, su inestabilidad armónica y su rotundo “Presto” de cierre, envuelto en un glorioso La mayor (tónica) y con la inesperada y vigorosa cita del primer compás de la obra.
Estábamos preparados para que Lewis acometiera la imponente D 960 (la 21 según unos y 23 según otros). Una composición plena, variada, testamentaria, propia de un músico en posesión de todas las claves de la forma -de “su forma”-. No apreciamos que la digitación del pianista fuera siempre exacta al principio, pero enseguida se centró y nos ofreció lo mejor de sí mismo, aunque habríamos preferido en ciertos momentos unos pianísimos más delicados.
Pero fue magnífica la enunciación del segundo tema, más un complemento que una antítesis del bellísimo y contemplativo de inicio. Se abre, a partir de un sorprendente Fa sostenido menor, un largo y complejo, muy habitual en Schubert, proceso modulatorio muy bien encauzado por el artista.
Muy fino se nos reveló en la exposición del singular “Andante sostenuto”, de estructura ternaria, con ese fondo, como describía Einstein, de “lejanas campanas”. Ensimismamiento medido y acogedor con un bien graduado crecimiento central. Y Lewis nos convenció en su pintura del “Scherzo”, ligero, vivaz y exquisito. Mantuvo su norte para construir el extraordinario y obsesivo “Allegro ma non troppo” final, ofrecido sin la repetición, abierto por ese Sol, con el valor de una blanca, que estará siempre presente como símbolo de mal agüero y que sombrea la compleja y maravillosa arquitectura.
Aquí Lewis sacó lo mejor de sí mismo y tocó con aplomo, seguridad e intención. La rápida y beethoveniana “stretta” envuelta en baterías de acordes y dramáticos contrastes forte-piano, puso fin a un excelente concierto. Los espectadores ausentes, que tantos huecos dejaron en el Auditorio, se perdieron una sesión del más alto interés. No es frecuente escuchar de un tirón las tres últimas “Sonatas” de Schubert. Lewis lo hizo además con muy buena nota. Como era de esperar, no hubo bises.
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