Crítica: Espiritualidad con mayúscula; ‘Paulus’ de Mendelssohn con Masaaki Suzuki y la OCNE
ESPIRITUALIDAD CON MAYÚSCULA
Paulus de Mendelssohn. Camilla Tilling (soprano), Christian Immler (bajo barítono), Benjamin Bruns (tenor). Solistas del CNE, Beatriz Oleaga (mezzosoprano), Margarita Rodríguez (soprano), Luis Izquierdo (tenor), Maria Morellà (contralto), Enrique Sánchez (bajo), Helder Jair Espinosa (bajo) y Pedro Llarena (bajo). Orquesta Nacional de España. Dirección del coro: Miguel Ángel García Cañamero. Dirección musical: Masaaki Suzuki. OCNE 23/24. 10 de marzo
Aunque algún melómano no conociera la adoración de Mendelssohn por Johann Sebastian Bach ni sus afanes por rescatar su música ni su denodado esfuerzo por darle su sitio en la historia, rápidamente se daría cuenta de todo ello solo con escuchar los primeros cinco minutos de Paulus, op. 36. Pero en realidad habría que apuntar un poco más lejos, porque hay una latencia espiritual común entre ambos compositores que está en la base misma de su música litúrgica, en su continua reelaboración de los corales luteranos y de las armonías que los conforman. Hay muchas formas de trascendencia pero la propuesta por Mendelssohn parte de la búsqueda de la grandiosidad a través del instrumento que (casi) todos los seres humanos poseen: la voz. Todo esto puede sonar extremadamente pomposo hasta que se escuchan sus oratorios y se percibe una gramática musical concreta en la manera en la que armoniza los himnos y un sentido de la estructura magnífico para rodear tímbricamente a las voces y anclarlas en la belleza.
Masaaki Suzuki visitó la OCNE con la idea de seguir con este recorrido por el gran oratorio romántico que empezó allá por 2018 con Elijah y que ha confirmado ahora con Paulus. Y vino en realidad muy comprometido, con el brazo en cabestrillo, algo que en la dirección coral puede lastrar en exceso y más si la obra es larga. El maestro japonés hizo lo que pudo con su brazo sano, subdividiendo los movimientos para no abandonar entradas y multiplicando las indicaciones con la mirada, aunque sin poder llegar a todo. Algunos ataques perdieron precisión o quedaron en exceso descubiertos, pero siempre dentro de una notable tono general y una empatía clara entre el coro y uno de los mejores directores corales especializados de los últimos años. La obertura definió lo que íbamos a encontrar: solemnidad pero no a costa del tempo y expresividad antes que matiz. Las intervenciones del viento madera consiguieron algunos de los momentos más emotivos de la partitura, como en el aria “¡Jerusalén, Jerusalén!” con una escritura magnífica que alterna el latido de las maderas con lo plenamente melódico.
Los solistas mantuvieron un gran nivel, con el elegante fraseo y claridad de emisión de Camilla Tilling, la redondez en las notas que podían ser tirantes de Benjamin Bruns y la presencia del barítono Christian Immle. Los papeles solistas encargados a los miembros del coro se resolvieron con grandes intervenciones, subrayadas por una sección de viento metales muy implicada. Dramáticamente, Paulus no camina con soltura pero la belleza sobrecogedora de algunos pasajes pone de manifiesto la genialidad de uno de los compositores tratados con mayor tibieza y que aún están esperando su proceso de recalibración. Ojalá este sea un buen principio.
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