Crítica: Pelléas et Mélisande en el Liceu
PELLÉAS ET MÉLISANDE (C. DEBUSSY)
Reparto: Julie Fuchs. Stanislas de Barbeyrac. Simon Keenlyside, Franz-Josef Selig, Stefano Palatchi, Sarah Connolly. Dirección musical: Josep Pons. Dirección de escena: Àlex Ollé.
Hay ocasiones en que a pesar de que todos los mimbres sean ideales la dificultad que supone un estreno operístico haga que no se llegue a ofrecer un espectáculo redondo. En otras, como esta, todos los esfuerzos parecen coincidir hacia un objetivo común de excelencia a pesar de la dificultad de un título que no es, ni mucho menos, de los preferidos del público. El Gran Teatre del Liceu ha apostado por el director de escena Àlex Ollé (La Fura dels Baus) como artista residente y tras su modernizada pero un tanto gris Bohème de la temporada pasada, este curso ha presentado esta interesante y enigmática producción de Pélleas et Mélisande, que revisa su propia producción ya estrenada en la Ópera de Dresde en 2015 con bastante éxito de crítica y público. También está previsto, al final de esta misma temporada, que suba al escenario liceísta su Norma que se vio en el Covent Garden de Londres en 2016. En su Pélleas, el regista sorprendió por el aparente sencillez en el discurso escénico, con un edificio rectangular que mediante su rotación –con algunos crujidos puntuales– y diversos cambios de luz y de posición se va transformando en un acantilado de rocas, unas modernas estancias, en un frondoso bosque o un espacio tenebroso y laberíntico rodeado por agua –elemento simbólico que tiene una gran presencia en toda la producción–, un excelente trabajo del escenógrafo Alfons Flores.
Ollé crea un espacio inquietante, poético y eficaz para mostrar su visión de esta ópera simbolista, de música impresionista y llena de detalles que quedaron perfectamente enmarcados o sugeridos por su efectiva dirección de actores. Los cambios más relevantes en su dramaturgia se quedaron en guiños de carga sociopolítica, como presentar a parte de la familia real como los tres vagabundos de la cueva. Gran parte del acierto de la propuesta se debió también a la muy sugerente y tenebrosa iluminación a cargo de Marco Filibeck y al cuidado vestuario de Lluc Castells.
Desde el punto de vista musical cabe destacar la excelente labor de Josep Pons al frente de la Orquesta Sinfónica del Liceu, encargada de dar vida y expresividad al drama simbolista y de acompañar a cada uno de los personajes con aportaciones de delicada sonoridad, casi camerística. La angustia, los celos y el amor, así como la decena de símbolos que utiliza el compositor basándose en la poética de Maeterlinck, autor del texto original y del libreto junto a Debussy, se entremezclan en una partitura que eleva a sus intérpretes a protagonistas de un drama onírico lleno de preguntas sin respuesta, con pequeños momentos de explosividad muy bien matizados por Pons. La orquesta apoya, dramatiza y empuja la acción de unos personajes atrapados en un mundo introspectivo y simbólico sin dirección aparente.
El montaje contó con un reparto muy bien escogido. La ascendente soprano francesa Julie Fuchs presentó la primera Mélisande de su carrera con una voz fresca y de exquisita dicción, pronunciación y colorido, capaz de recrear a una sobresaliente protagonista, siendo la más aplaudida por un público entusiasta. La pareja de hermanastros que conforma el triángulo protagonista supo destacar a pesar de las limitaciones de una obra que se sustenta en una declamación eterna, basada en las inflexiones de la lengua francesa. El camaleónico barítono Simon Keenlyside fue un Goulad temperamental y de gran interés teatral, mientras el tenor Stanislas de Barbeyrac ofrecía un cuidado y emotivo Pelléas. Excelente también el autoritario y retorcido Arkel del bajo-barítono Franz-Josef Selig, de cuidada musicalidad, junto a una muy destacada Geneviève a cargo de la extraordinaria mezzosoprano Sarah Connolly.
Mención especial merece el joven Yniold a cargo de la soprano Ruth González tanto a nivel vocal como actoral y el siempre eficaz bajo Stefano Palatchi como el Médico, aquí con un vestuario poco acorde al personaje. Adecuada la labor del Coro del Liceu en su breve aportación desde fuera de escena.
Un título difícil –había sectores del teatro prácticamente vacíos– pero de importancia fundamental en la historia de la ópera desde su estreno en 1902 en la Opéra Comique de París, que seguro acaparará mayores adeptos gracias a esta excelente producción y al reparto ofrecido que fue recibido con entusiasmo y numerosos aplausos del público del estreno. Fernando Sans Rivière
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