Critica: Petrenko, buenas -e insuficientes- maneras
BUENAS –E INSUFIENTES- MANERAS
Obras de Brahms, Sibelius y Rimski-Korsakov. Orquesta Filarmónica de Oslo. Simon Trpceski, piano. Director: Vasily Petrenko. Temporada de Ibermúsica. Auditorio Nacional, 30 y 31 de enero de 2019.
La Orquesta Filarmónica de Oslo cumple cien años de existencia y, para festejarlo, realiza una gira europea. A Madrid, siempre de la mano de Ibemúsica, ha venido al menos cuatro veces desde 1987, con Mariss Jansons, su titular durante años, y, en la última ocasión, en 2003, con André Previn, Lo hace ahora con su actual titular, el ruso Vasily Petrenko (San Petersburgo, 1976). Comprobamos de nuevo que se trata de un conjunto sólido, compacto, no de primera línea, pero sí competente para enfrentarse a cualquier repertorio con garantías. Lo mejor de la cuerda está en sus secciones graves, violas, chelos y contrabajos, que dotan de importante base armónica al grupo.
Los violines, muy profesionales, no son sedosos y a veces, en los agudos, pierden pureza y redondez. Buenas maderas, con, según el solista de cada día, excelentes clarinete, flauta y fagot. Metales un punto estridentes, sobre todo trompetas, aunque, en solitario apuntamos unas estimables trompas y unos robustos trombones. Una formación que Petrenko dirige desde 2013 y que ha amoldado a sus ágiles y prontas maneras, a su gesto eléctrico, a su bien modelada batuta, de acompasados y claros movimientos y a una mano izquierda precisa e imperiosa, de notable efectividad.
Sobre estas bases el director, a quien hemos visto por Madrid hace años con alguna frecuencia y que tuvo fructífero contacto con la Orquesta de Castilla y León, se nos muestra seguro, aplicado, dominador y muy explícito. Nos ofreció una “Sinfonía nº 5” de Sibelius bien ensamblada, con vaivenes adecuados, con crecimientos estupendamente estudiados y con episódicas acumulaciones sonoras faltas de clarificación. Los distintos y sinuosos temas no quedaron en todo momento bien trazados y explicados, aunque hubo aroma, por ejemplo, en el “Quasi allegretto”. La cuerda quedó aplastada en ciertos pasajes del “Finale”.
“Scheherezade” de Rimski-Korsakov tuvo una lectura de libro, con todo en su sitio, milimétricamente expuesto y razonado. Nos pareció excesiva y contraproducente la aceleración aplicada a la parte final del último movimiento, “Festival en Bagdad”. Muy bien la solista de violín, Elise Batnes. En todo caso, echamos de menos el toque poético, el lirismo evocador, la atmósfera onírica. En esa línea fueron solventes los acompañamientos o colaboraciones –a falta de una sonoridad más depurada- en los dos “Conciertos” de Brahms con el pianista macedonio Simon Trpceski (1979), que reveló presteza, reflejos, buena digitación –con trinos excelentes-, amplia sonoridad y pasajero buen gusto.
Virtudes importantes que no bastaron para que la interpretación levantara vuelo y no perdiera casi nunca una cierta sensación de superficialidad. Trcpeski frasea muy libremente, a veces en demasía, gesticula y se anima a sí mismo, se bambolea y agita. No siempre sus octavas fueron impecables en el primer movimiento del “nº 1”, cuyo segundo tramo tuvo una reproducción en exceso morosa, y estableció bien el ritmo en el tercero. Dialogó grácilmente con el chelo –estupendamente tocado por Louisa Tuck- en el “Andante” del “nº 2”, falló alguna nota en la introducción de la obra y consiguió loables pianísimos en determinados momentos. Ligero y ameno su juego en el cuarto. Ofreció tres bises: una página –con partitura- de autor desconocido, otra de Grieg y un “Vals” de Chopin. Petrenko se descolgó con la “Danza húngara nº 1” de Brahms, el “Amanecer” de “Peer Gynt” de Grieg y una “Danza” de la ópera “La doncella de nieve” de Rimski. Arturo Reverter
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