SI EL CABARET FUERA ARTE

Pierrot Lunaire, de Arnold Schoenberg. Xavier Sabata. Solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección musical: Jordi Francés. Dirección de escena: Xavier Sabata.  Temporada del Teatro Real. Madrid, Teatro de la Abadía. 22 de febrero

Xavier Sabata interpreta Pierrot Lunaire de Schoenberg en el Teatro de la Abadía

El poeta belga Albert Giraud tuvo algunas buenas ideas. La primera de ellas fue tomar como arte aquello que la mayoría miraba con ojos de burla. Pensó en la trastienda de aquellos tontos personajes de la comedia dell’arte, de silueta siempre reconocible, y en cómo serían con el maquillaje corrido y la bata de odiar por casa. Cuál sería la tristeza de ese iceberg del payaso que solo asoma la sonrisa. Tomando la estética simbolista, mezcló los arquetipos románticos con el santo y seña poético modernista para escribir en 1884 una colección de poemas sobre un payaso de amor extraviado. Todos hemos conocido la tristeza del comediante, de Buster Keaton a Charlie Rivel, del Coyote con explosivos ACME al Miles de Paul Giamatti en Entre copas. El mito de la nostalgia para el poeta Giraud fue el mimo Jean-Gaspard Deburau, actor responsable de dibujar en la piel de los poetas franceses la tristeza perpetua de Pierrot (Baptiste para él). Schoenberg aceptó el encargo de la actriz Albertine Zehme para musicalizar algunos poemas de Giraud y reivindicar de paso lo innecesario de las jerarquías tonales y lo inútil de la emoción vinculada a un patrón melódico rutilante. «Aquí los sonidos se convierten en una expresión del alma que es casi animal en su inmediatez», dirá Shoenberg mientras compone Pierrot Lunaire.

Xavier Sabata interpreta Pierrot Lunaire de Schoenberg en el Teatro de la Abadía

Por todo esto, la idea de hacer una representación carente de riesgo de esta obra no tiene sentido alguno. Hay que abrazar el vértigo, y la coproducción del Teatro Real con el Liceu y La Abadía lo hace. Xavier Sabata, protagonista y responsable de la puesta en escena, se paseaba con gregüescos y camisa encarnada en 2008 por el cuidado escenario que Pier Luigi Pizzi había ideado para el Orfeo de Monteverdi en el Teatro Real. Su canto no era tanto, más bien lo que los intelectuales de la época denominaban como recitar cantando. Quince años más tarde y sobre el escenario del Teatro de La Abadía todo se repite sin parecerse en nada. Sabata se viste de antiguo, pero más atrás aún; el color del humanismo de Orfeo ha dado paso a la blancura casi enfermiza de la vanguardia; y el recitar cantando ha pasado a ser sprechgesang, declamación acompañada de un relato gestual de lirismo esquivo y patrones de canto apenas dibujados.

La propuesta escénica de Sabata incluye una plataforma circular que gira lentamente y permite la presencia del cantante o narrador a veces tumbado, a veces de pie. Un cono de luz dibujado por el humo circundante atraviesa, anuncia u oculta la figura de Sabata y funciona como debió funcionar aquel humo del cabaré vienés cuando el ideal creativo de Kandinsky, Klee o Rousseau era el mismo que el de Schoenberg. Sobre la plataforma Sabata cuenta de manera monocorde y con verbo de Ovidio el mito de Narciso. Cuando acaba, y dentro del cono de luz, comienza el canto alucinado, perverso, turbio y seductor del Pierrot, haciendo que las inflexiones de la voz y los bocetos melódicos atraviesen la humareda de forma incisiva. Gran trabajo de caracterización vocal de Sabata, que no se repite ni se acomoda y busca tanto la variedad de emisión como la homogeneidad en el sonido, algo complejo en una partitura que tan fácilmente se desliza al canto crispado.

Xavier Sabata interpreta Pierrot Lunaire de Schoenberg en el Teatro de la Abadía

El acompañamiento de Jordi Francés y los solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real fue todo lo hiriente, cálido e irónico que precisa la partitura, que está lejos de ser una sucesión de fríos engranajes. El director alicantino puso los colores al blanco de Sabata, la jauría de sonido al hermetismo del canto y una búsqueda de intensidades e incandescencias que acabaron por construir una narrativa que sustentaba sobradamente el contraluz propuesto por el canto. Decía Giraud: «¡Ah, ahora devuélveme, / veterinario del alma, / lírico muñeco de nieve, alteza lunar, / Pierrot, mi risa!». Qué forma tan poética de intentar ahuyentar a la tristeza. Con ese mismo fin nació en su día el cabaré, refundado e intelectualizado en este exitoso Pierrot. Enhorabuena.

Mario Muñoz Carrasco

 

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