Crítica: Plácido Domingo director OCV
Noche de “tambolero”
PALAU DE LES ARTS. CONCIERTO ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA Y PLÁCIDO DOMINGO. Solistas: Miembros del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo [Mariam Pirtskhalaishvili, Vittoriana De Amicis, Camila Titinger, María Caballero (sopranos); Olga Siniakova, Juliette Chauvet, Marta di Stefano, Andrea Orjuela (mezzosopranos); Mark Serdiuk, Vicent Romero (tenores); César Méndez, Arturo Espinosa, Alberto Bonifazio, Pau Armengol (barítonos). Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Programa: Obras de Chaikovski (Suite de Cascanueces), Borodín (Danzas polovtsianas de El Príncipe Ígor), y Johann Strauss (selección de la opereta El Murciélago). Director: Plácido Domingo. Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1490 personas (lleno). Fecha: Domingo, 22 diciembre 2018.
Plácido Domingo no es con la batuta precisamente un Toscanini o un Furtwängler. Tampoco ellos soñaron jamás cantar como él. Sin embargo, el universal músico madrileño suple sus carencias en el podio con esa energía positiva e ilusionadora que siempre ha distinguido su carrera artística. Por encima de los desajustes que se produjeron en su navideño concierto al frente de una en verdad soberbia Orquestra de la Comunitat Valenciana que evitó con profesionalidad mayores problemas, se impuso el artista capaz de contagiar su entusiasmo, de hacer partícipe al oyente del placer de la música.
En ello mucho tiene que ver, claro, la imagen del divo, que provoca de entrada una recepción positiva y empática. Pero también, y sobre todo, una actitud artística natural y directa, que rompe el abismo entre escenario y platea para hacer cómplice al oyente de lo que acontece y se escucha sobre la escena. Ocurrió así en la lectura de la suite del ballet Cascanueces de Chaikovski que abrió el programa. No fue la mejor versión imaginable, a pesar de la impecable y virtuosa interpretación de la OCV y de cada uno de sus solistas, pero Domingo y su carisma trasmiten y convencen. El público disfruta a lo grande. Con Plácido y con su música.
El programa, bien planificado, fue de más a mucho más. Tras el caramelo de Cascanueces, llegaron las espectaculares y decibélicas Danzas polovtsianas de la ópera El Príncipe Ígor, de Borodín, a cuya interpretación se sumó el Cor de la Generalitat, tan impresionante y sobresaliente como sus colegas sinfónicos. Y como colofón, el bombón de El murciélago, la genial opereta cómica en tres actos estrenada por Johann Strauss en 1874 sobre un libreto no menos genial de Carl Haffner y Richard Genée. Plácido, que tampoco es Carlos Kleiber pero sí conoce al dedillo esta joya (la ha dirigido innumerables ocasiones, y hasta la ha llevado al disco, en 1975, con un reparto de campanillas en el que, además de él mismo, figuran Peter Seiffert, Lucia Popp, Eva Lind o Agnes Baltsa) se lo pasa en grande y traslada a intérpretes y público mucho de la vitalidad, humor y chispa que entraña la joya que tiene en el atril.
Los cantantes, todos ellos del Centre de Perfeccionament que lleva su nombre, no eran los ideales para dar vida a personajazos tan característicos como el mujeriego Eisenstein, su aguda y no tan santa esposa Rosalinde, la listilla sirvienta Adele o el travestido y poderoso Príncipe Orlofsky. Los jóvenes y no tan jóvenes componentes del CPPD parecían más que los estaban caricaturizando que interpretándolos en verdad. Fue una versión vocal y estilística insuficiente, más próxima a la parodia que a la asunción de unos roles prodigiosamente definidos por sus creadores literarios y musical.
Por fortuna, este insuficiente El murciélago no supuso el final de un concierto largo y generoso que se prolongó más allá de las dos horas y media. El público, que atraído por el nombre magnético de Plácido abarrotó el Auditori del Palau de les Arts, no estaba dispuesto a marcharse sin antes disfrutar de más y más bises. Y el maestro, generoso sin límites, inagotable y feliz en verdad (se le veía radiante, disfrutando como el que más junto a los coristas y profesores valencianos), se puso a dirigir con gracia, arte y pericia una serie de arreglos de popularísimos villancicos orquestados por el alcireño radicado en Los Ángeles Juanjo Colomer (1966).
Aparentemente Plácido comenzó la tanda de bises con el Bolero de Ravel. Pero de repente, sobre el inconfundible ritmo marcado de la caja, comenzó inesperadamente y muy tenue la melodía célebre de El tamborilero. ¿? Realmente lo que sonaba era El tambolero, una muy talentosamente amalgamada composición que entremezcla la conocida página de Ravel con el conocido villancico de origen checo popularizado en España por Raphael. Fue el inicio de una larga serie de villancicos –Campana sobre campana, Noche de paz, Pastores venid, Fiesta navideña, Los peces en el río…- que parecía no tener fin: a cada nuevo villancico, más y más aplausos y bravos. La gente canturreó y palmeó como si fuera el Musikverein vienés la mañana del 1 de enero. El genio popular, el de Colomer y el de los propios intérpretes fueron admirablemente gobernados y encauzados por el talento sin adjetivos de Plácido Domingo. ¡Feliz Nochebuena! Justo Romero
Últimos comentarios