Crítica: Pobre “Doña Francisquita”
DOÑA FRANCISQUITA (A. VIVES)
Pobre “Doña Francisquita”
Comedia lírica en tres actos. Libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. Música de Amadeo Vives. Reparto: Ruth Iniesta (Doña Francisquita), Ismael Jordi (Fernando), Ana Ibarra (Aurora, “La Beltrana”), Albert Casals (Cardona), Amparo Navarro (Doña Francisca), Miguel Sola (Don Matías), Isaac Galán (Lorenzo Pérez). Lucero Tena (castañuelas). Dirección de escena: Lluís Pasqual. Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Iluminación: Pascal Mérat. Coreografía: Nuria Castejón. Cor de la Generalitat Valenciana (director: Francesc Perales. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Jordi Bernácer. Lugar: València, Palau de les Arts (Sala Principal). Entrada: Prácticamente Lleno. Fecha: miércoles, 3 noviembre 2021 (se repite los días 5, 7 y 10 de noviembre)
No ha tenido fortuna Doña Francisquita, obra maestra del género lírico, en su primera visita al Palau de les Arts. Tras tres lustros de puertas abiertas, la ópera de València la ha presentado según la caprichosa invención de Lluís Pasqual, un disparate escénico en el que el director teatral reusense se pasa por el arco del triunfo el hilvanado libreto original de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw para suplantarlo por una caprichosa historieta paralela que destruye la acción original y cualquier línea argumental.
La escenografía, firmada, como el vestuario, por Alejandro Andújar es fea, tristona y a tono con el incongruente concepto escénico. Podría servir igual para un Wozzeck que para un Idomeneo; para un roto que para un descosido. Ni el buen hacer de un reparto vocal encabezado por Ismael Jordi y Ruth Iniesta, ni las coloristas escenas de ballet o la colaboración particular de Lucero Tena y sus castañuelas en el célebre fandango pudieron animar una función triste y mortecina. En tan gris resultado mucho tuvo que ver la lenta y apagada dirección musical de Jordi Bernácer, quien, quizá emulando a su admirado Lorin Maazel de Cavalleria rusticana, aplicó tiempos imposibles que impedían cualquier atisbo de pulso y énfasis musical. Un aburrimiento, un sopor.
Pasqual se inventa la grabación de la propia Doña Francisquita, que queda vulnerada y hasta destrozada por unos textos de baja estofa saturados de morcillas y recursos fáciles y tópicos que no hacen gracia a nadie. Tan permanente incursión rompe el curso dramático original y la acción musical. Naturalmente, hay destellos, apuntes a vuelapluma, del dominio teatral de Pasqual, como la proyección cenital de la escena de ballet, imágenes congeladas, proyecciones en blanco y negro ricas de sugestiones…, pero el resultado global es una mezcolanza y sucesión de hechos, un doble juego mil veces visto y recurrido que no hace sino impedir que el espectador se meta en una acción original en absoluto necesitada de tales manoseos y amputaciones. Un “déjà vu” que huele más a naftalina que a renovación del género. Si Lluís Pasqual quiere escribir un libreto de zarzuela, que lo haga, pero no emborronando y manipulando uno ajeno.
El elenco vocal, lució profesión, méritos y hasta arte para sacar adelante la función. La zaragozana Ruth Iniesta fue una bien configurada Francisquita, entregada, cantada con intención y convicción psicológica. Airosa en las agilidades, salvó los importantes escollos vocales que plantea el personaje en la región aguda y sobreaguda, particularmente en la siempre esperada “Canción del ruiseñor”. Ismael Jordi volvió a lucir en València esa belleza vocal, fraseo y entrega que hace ya tiempo le posicionaron entre los mejores tenores de su registro lírico puro. Heredó de su maestro inolvidable Alfredo Kraus el gusto, la elegancia, la transparencia y ese virtuosismo técnico que, en ambos, maestro y heredero, es pura expresión. La romanza del segundo acto “Por el humo se sabe” sonó tan krausista como ismaelista.
La valenciana Ana Ibarra puso la reconocida calidad de su vocalidad de mezzosoprano al servicio de una enseñoreada Aurora de empaque y solidez, estupenda en el verista dúo con Fernando y en el “bolero gitano” de la canción del Marabú. El tenor Albert Casals fue un ajustado y eficaz Cardona. Aplauso y particular reconocimiento merece Amparo Navarro, soprano que reemplazó en el último momento a la indispuesta María José Suárez: tuvo el valor y el talento de montar y sacar adelante, de modo sobresaliente y en apenas unos días, el papel de Doña Francisca, personaje de mezzo cargado de vericuetos escénicos y de texto. El veterano Miguel Sola, el siempre bienvenido Isaac Galán o el sereno de Ignacio Giner fueron también puntales de esta extraña Doña Francisquita.
Quizá el capricho escénico y la morosidad de la batuta influyeran en que el Cor de la Generalitat se mostrara por debajo de su acostumbrado buen nivel. La Rondalla de Plectro “El Micalet” quedó engullida en el foso y eclipsada por una decibélica Orquestra de la Comunitat Valenciana que toda la noche pareció empeñada en tapar a cantantes y coro. Apenas pudo lucir su excelencia en el famoso y fabuloso Fandango, donde se incluyó con oropeles de estrella de Hollywood, la “presencia estelar”, de “la más grande” y no se sabe cuántos lugares comunes más de Lucero Tena. A sus muchos años, sigue como unas castañuelas tocando y cargando de ilusión y chispa la mejor música española. La chispa que, precisamente, tanto tanto faltó en esta función en la que la obra maestra de Amadeo Vives, la pobre Doña Francisquita, pasó sin pena ni gloria. Justo Romero
Publicada el 5 de noviembre en el diario Levante.
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