Crítica: Pregardien, destellos del mejor Romanticismo
Christoph Prégardien en el Ciclo del Lied
Destellos del mejor Romanticismo
Lieder de Schubert y Schumann. Christoph Prégardien, tenor. Julius Drake, piano. XXVI Ciclo de Lied. Teatro de la Zarzuela, Madris, 2 de diciembre de 2019.
Este tenor alemán nacido en 1956 lleva años y años desempeñándose en el mundo del lied y en el de la ópera. Recientemente ha empezado a coger los trastos de dirigir, con los que ya ha dado muestras también de su buena disposición. En esta ocasión ha diseñado un ambicioso y hermosísimo programa que reunía nueve lieder de Schubert sobre textos de Ernst Schulze y los doce que constituyen el ciclo “Liederkreis op. 39” de Schumann, en todos los cuales ha mostrado sus reconocidas y reconocibles maneras de liederista de pro. Aunque ya con alguna que otra limitación, bien que mostrando un estilo de canto basado en una voz agradable de tenor lírico-ligero, quizá más esto que aquello, de buena pasta, pero exenta de auténtico brillo, de “squillo”, de emisión pasajeramente nasal y bastante corta de extensión.
Las notas más altas, dentro de una tesitura en general cómoda en casi todas las canciones, no más allá de un fa 3, y las frases más incómodas, deben ser ya atacadas en falsete o “falsettone”, procedimientos que siempre han sido de la predilección de este tenor, como lo son de la de otros colegas actuales. Pero, dentro de lo que cabe, Prégardien, canta por derecho, bien que apoyado en un temperamento más bien cauteloso, prudente, sin alharacas ni demostraciones peligrosas. Los nueve lieder con poemas de Schulze de Schubert han sido un buen ejemplo de esa escasez de medios y de esa falta de temperamento, de tal forma que a veces era difícil distinguir un lied dramático de uno nostálgico o específicamente lírico.
Eso es así, lo que no quiere decir que el cantante no prodigara frases y acentos de exquisita musicalidad apoyado en el magnífico acompañamiento –más bien colaboración- del excelente y camaleónico Julius Drake, aunque exhibiendo una actitud monocorde de aparente falta de dramatismo, algo puesto ya de manifiesto en “Auf der Bruck”. Delineó adecuadamente los rasgos melismáticos de “Um Mitternacht” y matizó como se manda en muchos momentos de “Im Frühling”. Fue en el salvaje e impetuoso “Über Wildemann” donde puso más en evidencia su cortedad y su falta de vena dramática, la que derrochaba desde el piano Drake.
Todo cambió a mejor en la segunda parte. Las canciones de Schumann, más breves y directas, más contrastadas entre sí, parecieron casar en mayor medida con los modos y maneras del tenor, que se encontró más a gusto, más suelto y expresivo, aunque con los mismo problemas vocales. Aplaudimos la soberana dicción y los bien marcados claroscuros, incluso ciertas gotas de emoción en “Schöne Fremde” y la delicadeza con la entonó, algo melifluamente, la famosa “Mondnacht”. Tres propinas schubertianas coronaron una sesión que gustó mucho al público: “Ständchen”, la famosa “Serenata” del “Canto del cisne”, hermosamente fraseada, “Nacht und Träume”, delineada primorosamente, y “Der Musensohn”, cantada con escaso espíritu, poco briosamente. Arturo Reverter
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