Crítica: Pulcinella. Commedia del arte en familia
PULCINELLA (I. STRAVINSKI)
Commedia del arte en familia
Stravinski: “Pulcinella”. Paloma Friedhoff, soprano, Diego Blázquez, tenor, Ángel Rodríguez Torres, bajo. Ana Hernández Sanchís, narradora y presentadora. Orquesta Nacional de España. Director: Jordi Francés. Compañía Nacional de Danza. Coreografía: Blanca Li.
Un acierto programar por segunda vez este espectáculo dentro del subciclo “En Familia” de esta temporada. “Pulcinella” (1920) posee, sobre temas de Pergolesi, las mejores esencias neoclásicas de Stravinski; es música chispeante, delgada, coloreada, contrastada, de un magnífico planteamiento rítmico, de sorprendentes hallazgos armónicos, muy marca de la casa, y de una clarísima y espejeante instrumentación para un conjunto de cámara, en este caso de unos 30 profesores y para un pequeño cuerpo de baile, siete danzarines aquí; en la línea propuesta en su día por Léonide Massine.
No hay duda de que Jordi Francés, siempre abierto a este tipo de aventuras, siempre dispuesto y avizor, claro de gesto, despierto y atento, muy identificado con estos pentagramas, tuvo en cuenta estos rasgos y aun los subrayó con elegancia y proporción. Es cierto que en un principio, especialmente en la “Obertura”, la sonoridad no fue todo lo esbelta, transparente y nítida que cabría esperar; pero todo fue a mejor paulatinamente hasta alcanzar instantes muy logrados, como los denotados en el “Scherzino” (tercera de las doce partes de la obra) y en el acompañamiento a las tres voces del “Sento dire no’once pace”.
Estupenda la “Tarantella” con su insistente y animado ritmo, resaltable y bien marcada la excitante “Gavotta” y muy bien bailado el final, “Pupillette, fiammette d’amore”, en el que se reunieron de nuevo las tres voces solistas, miembros del Coro Nacional: Paloma Friedhoff, soprano, fresca y dúctil, con timbre un tanto apagado en la zona grave; Diego Blázquez, muy correcto y expresivo, de tinte bastante basal, y Ángel Rodríguez Torres, más barítono que bajo, de metal atrayente. En general adecuada respuesta de la selección de excelentes músicos, con el concertino, Miguel Colom al frente, que subrayaron con eficacia y mucho aire las evoluciones de los siete bailarines, todos ellos de la mejor escuela, seguidores a pies juntillas de la coreografía ideada y preparada por Blanca Li, tan esmerada y gentil, tan estilizada y refinada como todas las suyas.
Habría que discutir si el planteamiento elegido, de índole abstracta, con escasas referencias formales y un atuendo propio de un ensayo, ayuno de caracterización de personajes, fue el más eficaz y conveniente para dar total sentido al ballet. Los pasos y movimientos siguieron una pauta poco novedosa. Hubo escasas sorpresas, bastantes repeticiones y aunque se resaltaron convenientemente los rasgos humorísticos y los danzantes mostraron sus indudables virtudes con movimientos bien ensayados y pulcros, esperábamos algo más ingenioso. A destacar en particular la graciosa y elegante Rosetta de Haruhi Otani.
Sí fue una estupenda idea la de situar en las localidades del fondo del hemiciclo a un coro de unos 20 bailarines que subrayaron ciertos pasajes con finura y plasticidad muy bien acompañados por una inteligente iluminación. El acto, con breves ejemplos musicales a cargo de la Orquesta, lo abrió animada y didácticamente la especialista en educación musical Ana Hernández Sanchís. Muchos y cálidos aplausos a una audiencia en la que abundaba el público infantil. Arturo Reverter
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