Crítica: Evgeny Kissin en Ibermúsica. La pureza del gran piano
EVEGENY KISSIN (IBERMÚSICA)
La pureza del gran piano
Obras de Berg, Khrennikov, Gershwin y Chopin. Evgeny Kissin, piano. Temporada de Ibermúsica. Auditorio Nacional, 15 de marzo de 2021.
Abrió por fin sus puertas Ibermúsica para iniciar, con el retraso al que ha obligado la pandemia, su temporada. Lo ha hecho con un valor seguro, el pianista ruso Evgeny Kissin, antiguo niño prodigio y hoy, con ya medio siglo de vida, un artista hecho y derecho, maduro, serio, dotado de una técnica solidísima y de un criterio musical medido, analítico, estudiado y que busca los resortes expresivos a través de una lógica pianística aplastante; algo que beneficia la ejecución inmaculada pero que puede dejar fuera el vuelo, la fantasía, la adecuación estilística. Quizá pueda hablarse también de un cierta falta de elasticidad o libertad en el empleo de un sano “rubato”.
La interpretación de la “Sonata op. 1” de Alban Berg fue en todo caso modélica por su claridad de exposición, por la diferenciación acentual, por el juego de matices y coloraciones. De tal modo se pudo advertir la nítida y en el fondo clásica estructura de la obra, con sus dos temas, su desarrollo y su coda cristalina. Tras este “aperitivo” el pianista colocó, dentro de un programa a primera vista en exceso variopinto, “Cinco piezas op. 2” del desconocido por estos andurriales Tikhon Khrennikov, un compositor del régimen soviético. En esta obra pianística, de buenas hechuras, se destila la savia emanada de Prokofiev o el mismo Shostakovich.
La juguetona pieza “nº 1”, la lenta y cantable “nº 2”, la más lírica “nº 3”,la perlada “nº 4” y la más decidida y explosiva “nº 5“ fueron desgranadas con una eficacia pasmosa. Como la mostrada en la inmediata recreación de los “Tres Preludios” de George Gershwin, donde los aires sincopados, el monotematismo y la ligereza fueron reproducidos con exactitud; a falta de ese toque localista, de ese “swing”, de ese dejarse ir tan consustancial a una música que tiene un pie en el jazz y el otro en el blues.
Y de Gershwin a Chopin, punto final del concierto. Aquí, de nuevo, Kissin puso el listón muy alto desde el punto de vista formal y ejecutor, del respeto a la letra y al juego temático, haciendo gala de ese toque fino, pero también de ese arrebato romántico consustancial a esa música, que el pianista tiene bien asumida y que expone con un sonido siempre muelle, con cuerpo, de tímbrica tan llena y sensual. El “Nocturno nº 1” de la “op. 62” fue tocado con una limpieza exquisita, cantado y dicho con suavidad. Con todo, echamos en falta ese dejarse ir, ese empleo inconsútil del “rubato”, ese toque “chopiniano” tan inaprehensible.
Lo que podríamos hacer extensible a los “Impromptus” 1, 2 y 3, no especialmente prodigados, que tuvieron en todo caso unas dinámicas rigurosamente planificadas. Destacamos lo alado y minucioso en ese “Vivace giust”o en 12/8 del tercero, de aire tan aparentemente improvisado y de perfil curiosamente vocal. La falta de aroma se contrarrestó con la pureza de la dicción y la finura de la exposición, que se hicieron extensible a la conocida “Polonesa nº 6”, tocada a toda mecha, con gran poderío y exhibición de medios.
Ante las aclamaciones del respetable, que llenaba todos los sitios posibles de la sala, el artista concedió cuatro bises, que fueron por este orden, si no estamos equivocados, una “Romanza sin palabras”de Mendelssohn, una pieza desconocida (quizá del propio Khrennikov), un tempestuoso “Estudio” de Chopin y el “Claro de luna” de Debussy, que fue dibujado sorprendentemente de un modo casi etéreo, delicadísimo, esencial. Arturo Reverter
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