Crítica: Recital lírico con Rubén Amoretti, Simón Orfila y Nicola Ulivieri
Distintos tipos de penumbra
Los tres bajos: Rubén Amoretti, Simón Orfila y Nicola Ulivieri. José Ramón Martín Díaz, piano. Producción: Emiliano Suárez. Asistente: María Serrano. Garaje Lola, 10 de mayo de 2024.
No se le puede negar a Emiliano Suárez imaginación a la hora de idear y de desplegar distintas actividades artísticas en el curioso espacio de un antiguo y destartalado garaje sito en lo más recóndito del barrio madrileño de Tetuán. Algo que ya hemos destacado en estas páginas en más de una ocasión. Comentamos ahora esta reunión en la que tres bajos de diverso tonelaje han concurrido para ofrecer conocidas arias y canciones de su especialidad.
El bajo parece una especie a extinguir por muy diversas razones que afectan al proceso de la evolución vocal de los humanos. Por eso cuando se organiza un concierto de este tipo el interés se acrecienta. Hemos escuchado tres voces muy diferentes, cada una con sus características.
La más oscura, que en el registro inferior tiene el tinte de los antiguos Tiefer Bass germanos, es la de Rubén Amoretti, que posee una zona abisal corpórea, bien cimentada, de resonancias pétreas, y un centro bien poblado. A medida que asciende, incluso, en un comprensible deseo de lucimiento, hasta el Fa o Sol agudos, el sonido se va aclarando, a veces en exceso, y pierde la penumbrosa y característica pátina.
Amoretti cantó con aplomo, justa expresión diabólica y cuidada acentuación la nada fácil aria Ecco il mondo del Mefistofele de Boito, con globo (el Mundo) que hizo explotar al cierre muy teatralmente. Luego desgranó con propiedad la romanza Amparo fui de su niñez de María del Pilar de Giménez y encontró la llave expresiva de la célebre Old man river de Show boat de Kern, que hiciera célebre el bajo norteamericano Paul Robeson, con ese arranque de frase, en un Mi grave, en la palabra Old.
Orfila es más eso que se conoce como bajo cantante. La voz, bien asentada, homogénea, no pierde anchura en la zona alta y se expande con adecuada proyección, envuelta en un atractivo vibrato y haciendo ostentación de una sonoridad llena y compacta, aunque los armónicos no posean los destellos más relucientes.
Frasea con propiedad, lo que convino a su interpretación del aria de Silva del Ernani de Verdi, Infelice é tuo credevi. Expandió más tarde su nada modesto volumen en Mi barca de La Galeota de Codina y se lució a base de bien en The imposible dream de El Hombre de la Mancha de Leigh.
Ulivieri es la voz menos ostentosa de las tres, aunque probablemente la mejor y más canónicamente emitida. Antiguo barítono (lo conocimos hace 18 años cantado Papageno en El Escorial), es ahora eso que podríamos llamar bajo-barítono, con un buen centro y unos lustrosos y bien proyectados agudos.
Frasea con mucha intención, como demostró en su expresiva interpretación del aria del Catálogo de Don Giovanni de Mozart, elegante y matizada, y en su bien acentuada, con la comicidad justa, La calunnia de El barbero de Rossini, ofrecida sin la repetición del último tramo. Bien y lentamente dicha la muerte de Don Quichotte de Massenet. Cantante de mucha clase que no suele prodigarse (porque no lo llaman) en nuestro país. Buen olfato el de Suárez al contar con él.
Los tres cantantes se lucieron luego, en un bien preparado fin de fiesta, repartiéndose las estrofas, en Non più andrai de las mozartianas Bodas de Fígaro, L’ultima canzone de Tosti, Torna a Surriento de Curtis y Granada de Lara. A pleno pulmón, con una robustez vocal que anegó el espacio del garaje ante el entusiasmo del público que lo colmaba.
Naturalmente, para que todo saliera redondo, fue precisa la actuación de un pianista tan atento y servicial, tan preciso y musical como José Ramón Martín Díaz, que se entendió a las mil maravillas con las tres voces. Habríamos pedido quizá un mayor refinamiento y una más amplia gama de matices. Pecatta minuta a la postre.
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