Crítica: Recital de Juan Diego Flórez en el Palau de Les Arts
¿El mejor tenor del mundo?
Juan Diego Flórez (tenor). Vincenzo Scalera (piano). Programa: Obras de Gluck, Caccini, Rossini, Lalo, Gounod, Donizetti, Godard, Verdi y Puccini. Lugar: València, Palau de Les Arts. Entrada: 1400 espectadores (lleno). Fecha: Domingo, 28 mayo 2023.
Más que un tenor de primera, el limeño Juan Diego Flórez (1973) es una estrella. Como Domingo, Julio Iglesias o la mismísima Sakira. Y como tal actúa, se mueve en el escenario e interacciona con un público que agota aforos y le piropea hasta el almíbar. “Orgullo peruano”, “Guapo”, “Juan Diego, canta el Cucurrucú”…, fueron algunas de las muchas linduras que el divo escuchó el domingo en el Palau de les Arts de un público entregado y al que él gustosamente responde ad hoc. Al tenor le va la marcha. Se calienta, guiña miradas y saca la guitarrica. Va impecable, como un señorito. La flor de la canela y el Cucurrucú paloma. El “no va plus” como decía Kraus. El delirio, claro. ¿Siete propinas? ¡Quizá ocho o nueve! La noche se pudo hacer tan larga como la electoral.
Pero… ¿es Juan Diego “el mejor tenor del mundo”? La cuestión, tan estúpida como cualquier otro “espejito mágico”, viene a cuento de la relatividad de estos juicios categóricos. Cantó, posiblemente como nadie lo hace hoy, a Rossini y sus “pecados de vejez”, y arias de Il signor Bruschino y Semiramide (La speranza più soave). También antiguos fragmentos de Gluck, Caccini y Carissimi que abrieron el recital a modo de “calentamiento”. A sus cincuenta años, su voz y su decir son tan únicos como siempre. La determinación vocal, la pureza del fraseo, la genuina línea expresiva y la claridad krausista de su voz perfecta le hacen el “rey del belcanto” del último cuarto de siglo. También cantó como nadie las joyas del repertorio francés (Lalo y Gounod) que abrieron la segunda parte del recital, en la que también reinó su Donizetti de referencia, aliñado con un “Ange si pur” de La favorite que solo Alfredo Kraus ha cantado así de tan fuera de este mundo. Pero…
… a diferencia del ya legendario tenor canario, que siempre se mantuvo fiel a su repertorio y vocalidad (salvo algún error bien reconocido, como aquella grabación de La Bohème con Levine y Scotto “de la que no quiero ni hablar”), Juan Diego Flórez aspira a recorrer senderos que escapan a su definido territorio vocal. Es el caso de las arias verdianas de Un ballo in maschera o Luisa Miller (L’ara, o l’avello apprestami, cabballeta a todas luces imposible, incluida tras una inoportuna pausa), o, aún más remoto, el aria Torna ai felici di, de Le Villi de Puccini), que abordó en la sección final del recital. Las cantó, claro, estupendamente, porque un tenor tan formidable no sabe cantar mal ni regular. Pero, a diferencia de cuando se mueve en su territorio, en el que es insuperable y glorioso, al adentrarse en estos senderos a todas luces equivocados, vierte versiones notables y hasta sobresalientes, pero alejadas de las excelencias de sus interpretaciones belcantistas.
“Zapatero a tus zapatos”, comentó al oído un espectador al final del concierto. Se entiende y hasta se comprende el deseo de la estrella de experimentar y disfrutar nuevos horizontes, sí, pero deja cierto resquemor escuchar una voz y un estilo tan absolutamente fascinantes adentrarse en un cosmos vocal y un repertorio en los que ni por densidad, peso, anchura ni cultura canora alcanza la grandiosidad que marca su vocalidad belcantista. El rey del belcanto se torna mero infante cuando invade ámbitos más puramente líricos, que incluso rozan el verismo.
En cualquier caso, y como siempre, el éxito fue total e inapelable. Como corresponde a un artista que, en su mundo, es único e inalcanzable. El mejor. Y, en cualquier caso, puede y tiene todo el derecho y sabidurías del mundo a hacer y a cantar lo que realmente le venga en gana. Como también a montar el numerito de siempre –¡con las propinas de siempre!- al final del recital. El público se lo pasa en grande. Y él, parece que también. ¡A caballo regalado no se mira el diente! Al salir, sobre las 21 horas, todo ya anunciaba el pelotazo de la derecha. En el cielo -el de verdad, no el “Cielito lindo” que acaba de cantar el rey-, la última luz del electoral día permitía divisar amenazadores nubarrones… Mare de Déu! Justo Romero
Publicada el 30 de mayo en el diario Levante.
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