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Por Publicado el: 31/07/2024Categorías: En vivo

Crítica: Retrato de una “monstruosidad”. ‘La mujer tigre’, de Manuel Busto, en el Festival Little Opera Zamora

Retrato de una “monstruosidad”

Manuel Busto: La mujer Tigre. Inés Lorans, María Marín, Paula Comitre, Julio León Rocha. Ensemble de seis instrumentistas. Dirección de escena: Fran Pérez Román. Dirección musical: Manuel Busto. Teatro Ramos Carrión, Zamora, 27 de julio de 2024. Festival Little Opera.

Retrato de una "monstruosidad"Manuel Busto: La mujer Tigre. Inés Lorans, María Marín, Paula Comitre, Julio León Rocha. Ensemble de seis instrumentistas. Dirección de escena: Fran Pérez Román. Dirección musical: Manuel Busto. Teatro Ramos Carrión, Zamora, 27 de julio de 2024. Festival Little Opera.

Imagen de la puesta en escena de La mujer tigre en el Teatro Lope de Vega, en 2022

Esta ópera de cámara, firmada por el emprendedor y caleidoscópico músico sevillano de Los Palacios Manuel Busto (1987), se estrenó hace un par de temporadas en el Teatro Lope de Vega de Sevilla. Obra curiosa y original que cuenta, se nos dice, “la historia de una mujer normal que, por su diferencia con el entorno, es convertida en monstruo por la sociedad”. Es el relato de una anomalía, de una ‘monstruosidad’. Un planteamiento, en el fondo, y en la forma, metafórico, que sin duda da mucho juego y que nos pone en disposición de mirar en profundidad, buscando significados y consecuencias, a muchas de las cuestiones que laten en el seno de nuestra sociedad.

Busto ofrece aquí un poco de todo; por supuesto no falta el baile; ni el cante en lo que es una hábil amalgama de artes y en donde la protagonista es una cantaora. La cambiante y con frecuencia colorista música sabe combinar lo popular con lo más severo de la creación contemporánea y logra un continuum fluido en el que se adivinan palos y cantares del flamenco más jondo integrados en un todo bien estructurado.

Lo atonal, lo modal se pliega al discurrir de una historia que marca la singularidad de las diferencias y subraya, quizá demasiado explícita y obviamente, insistentemente, el etiquetado, lo convencional de una sociedad que busca monstruos, individuos mal vistos por una ciudadanía banal y en el fondo falsa.

El propósito que late en la narración de Rocha es plausible, pero todo está demasiado subrayado a lo largo de una narración que se estira en exceso y que recurre a constantes repeticiones y lugares comunes. No estamos realmente ante una ópera, con su argumento, su creación y desarrollo de personajes a lo largo de una línea argumental coherente, sino a instantes, a chispazos, a llamadas de atención organizadas en torno a un discurrir escénico aparentemente atrabiliario que puede seducir a ratos por el colorismo, el movimiento y los contrastes.

La metafórica acción tiene lugar en un espacio diáfano poblado de estructuras móviles a modo de jaulas que, con sus diferentes tamaños, son susceptibles de integrarse las unas con las otras a modo de matrioshka, superponiéndose o desplegándose como una familia de objetos, que son manipulados por los propios intérpretes. En ese espacio pululan una bailora, que va subrayando con sus movimientos el desarrollo, una cantaora y una soprano, que a van a la par o se contrapuntean. Un narrador va de aquí para allá y repite permanentemente ideas, conceptos y descripciones proyectadas en dos pequeñas pantallas y que nos son trasladadas con una dicción muy mejorable.

Hay caídas de tensión evidentes, aunque el curso narrativo acaba por remontar gracias a la intensidad del discurso sonoro, que alcanza una de sus cimas en la última parte con el diálogo entre el taconeo de la bailaora y la insistente y muy variada percusión realizada sobre la mesa y que se adorna de estratégicas intervenciones del saxofón.

Con todo, pese a su excesiva duración y repeticiones, el espectáculo funciona y atrae. Y fue bien servido por un amplio y funcional equipo con Busto al frente en labores de dirección musical y con Fran Pérez Román como encargado de la dirección de escena. Julio León Rocha, autor del texto, fue el discutible narrador: voz impersonal, dicción imperfecta y confusa. Iba ataviado al modo de un apicultor, con la cabeza cubierta.

La soprano, Inés Lorans, posee una voz timbrada de lírico ligera, dotada de un atractivo vibrato. Trazó agilidades y accedió a la zona aguda sin problemas. Tampoco pareció tenerlos la cantaora, una altísima María Marín, que dijo, expresó a voz las alternancias de su parte con suficientes recursos para dar sentido a sus melismas. Estupenda la bailaora Paula Comitre, que estableció el permanente subrayado rítmico a toda la historia sin un solo desfallecimiento.

Para que todo funcionara se contó con un conjunto musical de seis experimentados músicos de foso, que atendieron sin pestañear las indicaciones del director. Destaquemos al saxo, Juan M. Jiménez (del Proyecto Lorca), y al violonchelo, Cecilia Hutnik. Éxito final franco ante un público que mediaba la sala.

Arturo Reverter

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