Crítica: Anna Lucia Richter y Christian Gerhaher cierran el Ciclo de Lied
Humores y amores a la italiana
Obras de Wolf. Anna Lucia Richter, mezzosoprano. Christian Gerhaher, barítono. Ammiel Bushakevitz, piano. XXVIII Ciclo de Lied. Teatro de la Zarzuela. 18 de julio
Como complemento al magnífico recital de la semana anterior, concluía esta especie de grand tour mediterráneo de Hugo Wolf con los Italienisches Liederbuch, un conjunto de evanescencias sentimentales en forma de lied que dibujan un panorama más operístico que las del cancionero español de hace unos días. Wolf es un experto en el arte de la miniatura, y aplica los recursos pianísticos con lucidez para construir alrededor del poema un artesonado musical que recubre el sentimiento amoroso con extrema puntería y pulcritud. A eso se le suma una reorganización completa del orden original —al estilo Rayuela de Cortázar— gracias a la cual el relato de las fases y fosos del amor se convierte en un itinerario que no deja ninguna hendija sin cubrir entre la chispa y el rescoldo.
A Gerhaher nunca se la había oído gritar tanto, acostumbrados como estamos a sus susurros mahlerianos. No es por capricho sino por atención a la terrenalidad de las obras y a su representación de los sentimientos menos heroicos (los celos, la rabia, la indiferencia). El barítono se centró menos en la prosodia textual para acercarse a un mundo de sonidos menos controlados y donde la colocación era un recurso expresivo más. En cualquier caso, su mejor momento, por belleza de canto y suficiencia expresiva fue en territorio conocido, un “Sterb’ ich, so Hüllt…” que capitalizó toda la nostalgia del ciclo.
La contrapartida la dio la mezzosoprano Anna Lucia Richter, que ya visitó el ciclo el año pasado dejando un fantástico recuerdo. Más allá de sus grandes condiciones técnicas (timbre luminoso, sofisticación expresiva, centro trabajado y emisión bien colocada), la ventaja de Richter es que conecta con el sentido último de estos lieder, con su búsqueda de la belleza a través del espíritu de lo popular. Superficial a veces, doliente otras tantas, independiente o pizpireta, la mezzosoprano dio continente gestual a tanto contenido. En la segunda parte del recital, donde los textos se iban abismando de forma evidente, la calculada transformación de Richter trajo sonoridades más oscuras y armónicos más mates, en concordancia con el texto.
Como en anteriores ocasiones, irreprochable el acompañamiento de Ammiel Bushakevitz, detallista, matizado y con gran vuelo lírico para unas piezas que necesitan de tanto despliegue de técnica formal como instinto improvisador. Divertidos acordes finales con esa versión sencilla del aria del catálogo de Mozart que es “Ich hab’ in Penna einen…”, tras la que llegó la preceptiva reconciliación entre los cantantes y la merecida ovación del público. Gran punto final a la temporada. Mario Muñoz Carrasco
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