Deseo, juventud y pasiones

Obras de Chaikovski y Rachmaninoff. Philharmonia Orchestra. Solista: Yuja Wang. Dirección musical: Santtu-Matias Rouvali. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 12 de diciembre.

Santtu-Matias Rouvali. Philharmonia Orchestra. Yuja Wang (c) R. Martín – Ibermúsica

Ibermúsica ha despedido el año acogiendo el primer concierto de la breve gira que ofrece la Philharmonia Orchestra en España, con dos paradas más en Zaragoza y Barcelona. En el podio, su actual director musical, el finlandés Santtu-Matias Rouvali, que ya se presentó como titular en Ibermúsica el pasado abril.

Rouvali regresa con uno de sus compositores más queridos y más trabajados en sus inicios como titular de la orquesta inglesa, Chaikovski, a quien ha dedicado una grabación y la interpretación en concierto de sus tres últimas sinfonías. En esta ocasión, ha ofrecido su lectura de la Obertura-fantasía Romeo y Julieta, que abrió el concierto, y la Cuarta Sinfonía como broche final, trenzando ambas con el Primer Concierto para piano de Rachmaninov.

Lo poético se abrió paso en la recreación del drama de Shakespeare a través de una lectura robusta y nítida, calibrando el peso del deseo con pianísimos contenidos y clímax generosos, plenos de imaginación pero rigurosos en los tempi. Rouvali fue especialmente minucioso en el manejo del viento madera, resolviendo con la debida dulzura y sensibilidad el tema del amor, en el que se cuidó la relajación de la respiración hasta casi lo inaudible.

Con la segunda obra, el Primer Concierto para piano de Rachmaninov, la Philharmonia Orchestra daba la bienvenida a Yuja Wang, que ha incorporado la obra a su repertorio el año pasado. Esta es también una de las pocas colaboraciones entre la pianista y el maestro finlandés, y se ha resulto con una versión carnosa y brillante. Más allá del evidente dominio técnico, es admirable el mimo con el que Wang busca su hueco entre la orquesta, así como la entrega atenta al aliento común en las partes solistas. Con una sensibilidad para el fraseo excepcional, la pianista dio el peso justo a cada voz, a cada acento, haciendo suyos los matices. Delicioso el solo del inicio del segundo movimiento. Se echó de menos mayor sutileza por parte de la orquesta, más inclinada al calor que al color. No hubo propina de la pianista, que dejó reposando su intervención.

En la segunda parte, la orquesta británica volvió a Chaikovski, con su Cuarta Sinfonía en los atriles. Es esta menos subjetiva que las dos siguientes, dejando al material brotar de manera natural y coherente. No hay en la partitura pretensión nacionalista, aunque sí son parte de su espíritu el folklore e imaginario ruso que nutrieron los años de juventud de su autor. El maestro finlandés exhibió una trabajada versión de la sinfonía, hilvanando con habilidad el entramado motívico, desasosegado a veces, divertido y ligero otras; y atrapó precisamente ese contraste, entre el brillo y la riqueza de la paleta y el ornamento florido y decadente. Como en la primera parte, lo emocional no se diluye en tragedia y Rouvali mantiene el tempo como su mejor aliado para construir tensión. En los movimientos extremos, Rouvali apostó por unos metales corpulentos, severos en el primero, brillantes y rotundos en el último, creando así el marco con el que contrastarían los dos centrales. La orquesta recuperó la ternura de Romeo y Julieta en el segundo movimiento e imprimió gracia y juego al tercero. María Flores