Crítica: Schubert sobre un pie
ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA (J. MENA)
Schubert sobre un pie
Sabina Puértolas (soprano). Juanjo Mena (director). Programa: Obras de Arriaga (Obertura de Los esclavos felices. Herminie. Aria de Médée) y Schubert (Sinfonía en Do mayor, “La Grande”). Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 700 personas. Fecha: sábado, 27 marzo 2021.
Han transcurrido catorce largos años desde que el alavés Juanjo Mena (1965) se convirtiera en el primer director español en dirigir la entonces casi recién nacida Orquestra de la Comunitat Valenciana. Fue el 24 de febrero de 2007, con el Concierto para orquesta de Bartók como plato fuerte de un programa que se completó con obras del valenciano César Cano y de Albéniz/Arbós. Ahora, ya canoso, con menos pero más largo cabello y la misma convicción expresiva de siempre, el que entonces era titular de la Sinfónica de Bilbao ha vuelto con un programa que abrazaba músicas de su paisano vasco Juan Crisóstomo Arriaga y de Franz Schubert, representado por su maravillosa última sinfonía, cuya denominación “La Grande” le viene chica; no por su minutaje considerable, sino por el prodigio de cada uno de sus cuatro movimientos.
Juanjo Mena, que sigue dirigiendo brincando casi casi más sobre un pie que sobre ambos, mantiene su característica gestualidad ancha pero no pesante, de brazos expandidos y simétricos generalmente. También sus convicciones clásicas, en las que late la influencia de su admirado e inimitable Celibidache. Armado en esas singularidades, plantea visiones que otean más al futuro que a su propio tiempo. Así se escuchó su personal Schubert, que por el acentuado músculo interno, apuntó más al parentesco con el futuro Bruckner que a su esencia fracturada entre el clasicismo y el incipiente romanticismo.
Mena buscó y encontró detalles y motivos que con frecuencia quedan inadvertidos. Para ello se centró en un trabajo orfebreril que matiza más el detalle que el conjunto. Tiene clara su idea fija y sabe cómo trasladarla a sus instrumentistas, sin que ello impidiera el sábado que los estupendos solistas de la OCV cantaran y se recrearan en los motivos geniales que atesora la partitura. Sobresaliente el oboe cantable de Christopher Bowman en el milagroso tema del Andante, como también la flauta casi mágica de Magdalena Martínez, los dos trompas en el desnudo comienzo de la sinfonía, los trombones y los timbales de Gratiniano Murcia, que supieron contenerse en su sonoridad clásica.
Este mimo al detalle descuidó la visión de conjunto, lo que afectó a la calidad de una sección de cuerda que no estuvo lo pulida y empastada que de costumbre, particularmente en el Allegro ma non troppo del primer movimiento. El cuarto y último, el arrollador Allegro vivace, que es uno de los movimientos sinfónicos más extensos de cuantos hasta entonces se habían escrito, destacó por la maestría con que el podio calibró las evoluciones y gradaciones dinámicas. Fue el brillante final de un concierto generosa y vivamente aplaudido incluso entre movimientos de la sinfonía. ¡No hay manera!
Pero antes, en la primera parte, se había escuchado la música desigual y siempre joven de Arriaga, francamente palidecida por el genio total de Schubert. Tras una coloreada pero no impecable lectura de la versión parisiense de la obertura de Los esclavos felices en la que se ya percibió la desacostumbrada falta de empaste de la cuerda que impregnó el programa, y que resultó más meticulosa que feliz, llegó la novedad de la bien olvidada cantata para soprano y orquesta Herminie, publicada en 1825, solo un año antes de la temprana muerte del compositor bilbaíno, apenas a punto de cumplir la veintena. Mozart, Rossini, Cherubini y el siglo XVIII pesan con fuerza en las arias y recitativos de esta cantata, en las que sí asoma la elegancia, habilidad y facilidad de quien podría haber sido el gran compositor romántico español.
A pesar de que Juanjo Mena conoce bien la partitura –la grabó en 2018, en Inglaterra, con la soprano Berit Norbakken como solista y la Filarmónica de la BBC-, la versión valenciana transcurrió con tanta corrección como falta de una emoción que quizá ni exista en la propia partitura. Como discreta solista, pegada siempre a una partitura a la que no quitó ojo ni para mirar las indicaciones del maestro, intervino la zaragozana Sabina Puértolas, en una interpretación a todas luces cogida con alfileres. Su voz ligera y de registro monocorde, casi inaudible fuera de las tesituras más agudas –desde luego no ayudó la acústica complicada del Auditori del Palau de les Arts– no se mostró la más adecuada para los requerimientos de la partitura. Ni en Herminie ni en el aria de Médée con que concluyó su actuación la Puértolas fue ni sombra de la Susanna de Las bodas de Fígaro que encarnó en el mismo Palau de les Arts en septiembre de 2019. Eso sí, en francés o italiano, su dicción fue tan ininteligible como entonces. Justo Romero
Publicado en el Diario Levante el 30 de marzo de 2021.
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