Critica: Gaffigan, sin penas ni tristezas
Sin penas ni tristezas
ORQUESTRA COMUNITAT VALENCIANA. COR DE LA GENERALITAT VALENCIANA (Francisco Perales, director). Obra: Un réquiem alemán, opus 45, de Johannes Brahms. Solistas: Elena Tsallagova (soprano), Brandon Cedel (bajo-barítono). Dirección musical: James Gaffigan. Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1300 personas. Fecha: 19 diciembre 2019
ORQUESTRA COMUNITAT VALENCIANA. COR DE LA GENERALITAT VALENCIANA (Francisco Perales, director). Obra: Un réquiem alemán, opus 45, de Johannes Brahms. Solistas: Elena Tsallagova (soprano), Brandon Cedel (bajo-barítono). Dirección musical: James Gaffigan. Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1300 personas. Fecha: 19 diciembre 2019
Llegó por fin el Réquiem Alemán de Brahms al Palau de les Arts. Catorce años después de su inauguración esta cima del patrimonio musical se ha escuchado en una versión que, pese a sus evidentes calidades y solvencia, estuvo bien lejos de las “penas y tristezas” de las que habla la música dolida pero esperanzadora de Brahms, cuyo penúltimo número dice precisamente que “la muerte será devorada por la victoria”. Fue una versión “aseada”, por utilizar la prosa de Arturo Reverter, pero que en absoluto atisbó más allá que una corrección distante de la excelencia.
Al frente del terrenal y al mismo tiempo espiritual –así lo quería el compositor- monumento sinfónico-coral brahmsiano, el neoyorquino James Gaffigan (1979) ha dejado en su debut al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y en el Palau de les Arts evidencia tanto de su solvencia en el podio como de su cortedad a la hora de meterse en el meollo que entraña una obra de tantos quilates expresivos y humanísticos como este réquiem luterano compuesto por Brahms bajo la aflicción de la muerte de su mentor Robert Schumann y de su propia madre, cuya ausencia inspira el quinto y ulterior número, único en el que interviene la soprano, y que es considerado como un canto a la madre perdida. De hecho fue añadido posteriormente, y supone el momento de mayor calidez y lirismo del conjunto. Aunque no en esta versión.
Gaffigan mantuvo su lectura siempre bien pegadita a la tierra, y sólo en los momentos de mayor vigor decibélico logró elevar la tibia temperatura emocional de una interpretación en la que faltó efusión, peso, densidad, refinamiento y un mayor cuidado de las gradaciones dinámicas. Los siete números transcurrieron en una sonoridad que rara vez alcanzó el pianísimo y que en cuanto había oportunidad se disparaba a unos fortísimos tan brillantes como inconvenientes, particularmente en una sala de acústica tan adversa como la del Auditori del Palau de les Arts. La nueva ubicación de la orquesta, sobre tarimas escalonadas, tampoco se escuchó eficaz para el imposible de corregir su mala acústica.
Pese a lagunas y ciertos aspectos indeseables –un timbal atronador empeñado en dar la nota cada vez que tocaba, o unas arpas absolutamente insuficientes, incapaces de tocar acorde con el resto de la orquesta-, la OCV se mostró como el buen conjunto de siempre, con una cuerda que sigue siendo un paraíso cerrado en el sinfonismo español e intervenciones en los vientos de prominente calidad, como las de la flautista Magdalena Martínez o una brillante y admirablemente empastada sección de trombones, que el maestro estadounidense quiso hacer demasiado evidente, a la manera de las grandes orquestas de su país, pero cuya excesiva presencia descompensaba el imprescindible equilibrio sinfónico. A la muy correcta oboe solista le faltó efusión, intensidad melódica y presencia instrumental en el maravilloso rol que le regala Brahms desde el primer momento, ya en el coro “Selig sind, die da Leid tragen”.
El veterano Cor de la Generalitat ha cantando reiteradas ocasiones el Réquiem alemán. Imborrable en el recuerdo quedan interpretaciones tan inolvidables como las de noviembre de 1998, bajo la dirección de Helmuth Rilling, junto a la Orquesta de València y una pareja solista –María Bayo y Thomas Quasthoff- netamente superior a la de esta ocasión, compuesta por la soprano rusa Elena Tsallagova y el bajo-barítono estadounidense Brandon Cedel. Solventes cantantes y discretos artistas, que actuaron ambos con los ojos clavados en la partitura y las voces en cualquier sitio menos en el universo introspectivo que requiere Brahms para su único y singular réquiem. Ella cantó su prodigio –“Ihr habt nun Traurigkeit” como si estuviera interpretando el aria de Barbarina de Las bodas de Figaro, y él –que ya actuó en Les Arts en junio de 2016, en El sueño de una noche de verano de Britten bajo la dirección de Roberto Abbado- pareció más un Masetto de andar por casa que la voz noble, solemne y candorosa que requiere tan excelsa partitura.
El Cor se mantuvo alejado de su acostumbrada excelencia en el delicadísimo comienzo del número inicial, “Wie lieblich sind deine Wohungen”, que podría haber sido más dulce y preciso. También más empastado y pulido. Las sopranos no lograron en el registro agudo conseguir esa deseada y difícil unicidad tonal y melódica que convierte la suma de las voces en un único registro, en un solo sentir y palpitar. Luego, a lo largo de la noche, ellas y el resto de sus compañeros lograron entonarse y volver a ser el admirado coro de siempre. Éxito ante una sala que casi rozó el pleno, y que -como siempre- tuvo que escuchar y sufrir la insidiosa melodía –más propia de teatro chino que de sala sinfónica- que a todo volumen anuncia el inicio del concierto. ¿Cuándo cambiarán semejante horror heredado de la felizmente olvidada era livermoriana? Justo Romero
Publicado en el diario Levante el 21 de diciembre de 2019
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