Crítica: Sinfónica de Madrid y Miguel Ángel Gómez-Martínez. Reivindicación mahleriana
Orquesta Sinfónica de Madrid y Miguel Ángel gómez-Martínez
Reivindicación mahleriana
Obra de Mahler. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 08-I-2020.
No es la Séptima Sinfonía de Mahler, sobretitulada con todo acierto como “La canción de la noche”, la obra más apreciada del compositor bohemio. Contra todo pronóstico, su estructura palindrómica en lo conceptual –donde un scherzo central se rodea de las noches (2º y 4º movimiento) y los días (1º y 5º)– no parece haber ayudado en su recepción popular. El sentido críptico que acompaña siempre a Mahler aquí está más acentuado, y las alusiones a la naturaleza, la noche y la tormenta, menos rabiosas que en otras ocasiones. Pesó y pesa mucho en esta poca aceptación el enfoque experimental de la partitura, donde las innovaciones armónicas e instrumentales abren caminos pero afean respaldos. La duda, el conflicto, la ruptura… todo está ahí, pero con dialectos musicales más audaces, menos obvios.
Aunque en un principio se había anunciado a Halffter como director de la OSM en este cuarto concierto de su ciclo, fue finalmente Miguel Ángel Gómez Martínez el encargado de la batuta, una batuta reivindicativa en lo tímbrico y muy pendiente de los volúmenes generales de la paleta orquestal. Su acercamiento estuvo lejos del sarcasmo habitual con el que se abordan estos pentagramas y más proclive a intentar construir una narrativa sólida. El arranque de la sinfonía ya es en sí mismo una trampa, con un material temático muy diseminado que precisa de mucho mimo para que no se resienta la arquitectura interna, algo que aportó el director granadino. El primer y el tercer movimiento fueron los más difíciles de levantar, uno por la exuberancia tímbrica y el otro por exceso de ironía. La OSM se mantuvo bien en los momentos de yuxtaposiciones rítmicas del Allegro risoluto, para conmover por hondura y lirismo en el bello meno mosso que atraviesa el primer movimiento. El tercero fue lo más lúcido de la noche, sin sentimentalismos ni exceso de mordacidad, pero sin obviar las aristas musicales que se pretenden en ese retrato de lo cáustico.
Las dos serenatas intermedias, antes y después del Scherzo, se manejaron mejor en la creación de sus atmósferas ambiguas que en lo interpretativo, con algunos desajustes rítmicos. El movimiento final arrancó un punto escaso de vigor, pero se compensó con creces a partir del adagio, con buen sonido del viento madera y resolución más certera en los metales. En definitiva, toda una reivindicación mahleriana, aplaudida con ganas pero sin la vehemencia de otras ocasiones, tal vez por ese espejismo de clímax final tan desconcertante como incomprendido. Mario Muñoz Carrasco
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