Crítica: Sir Mark Elder dirige la Orquestra de la Comunitat Valenciana
Cuando la música también es caos
Orquestra de la Comunitat Valenciana. Mark Elder (director). Programa: Obras de Mahler (Sinfonía número 10) y Shostakóvich (Cuarta sinfonía). Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.200 personas (lleno). Fecha: Viernes, 20 octubre 2023.
Emoción, orgullo, felicidad, júbilo, dolor… También rabia por los amigos melómanos que por hache o por be se perdieron este concierto inolvidable. Y hasta perplejidad por los muchos instrumentistas valencianos que (incompresiblemente) se quedaron en casa ante una cita musical que apuntaba lo mejor. Y fue, sí, uno de los mejores conciertos escuchados en la historia rica del Palau de Les Arts, protagonizado por una Orquestra de la Comunitat Valenciana que se mostró como lo que es: un conjunto redondo, sin fisuras, de calidades individuales y colectivas sin parangón en su entorno. Bajo la dirección invitada del inglés Mark Elder (1947), la que es sin réplica ni remilgos la mejor orquesta española se adentró en el Mahler último del Adagio de la inacabada Décima sinfonía y en los mil y un estados de ánimo de la Cuarta sinfonía de Shostakóvich, la más mahleriana de las quince que compuso.
Mark Elder (1947), que ya lució su categoría de maestro de maestros al frente de la Orquestra de la Comunitat en junio de 2022, con impactantes versiones de la Sinfonía de los salmos de Stravinski y Una vida de héroe de Strauss, ama, adora, la música de Shostakóvich, particularmente su poco tocada Cuarta sinfonía, “una de las mayores composiciones sinfónicas del siglo XX”, afirmó en una larga alocución al público, en la que explicó con palabras claras, precisas y en inglés -“Lo único que sé decir en español es ‘crianza Rioja’”, se excusó con humor- los entresijos de una obra cuyos tres movimientos surcan un “sinfín” de estados de ánimo. Una obra de un recién treintañero (Shostakóvich la escribe en 1936, justo cuando acaba de cumplir los 30 años), cuyo expresionismo sin paños templados, sarcasmo, socarronería, felicidades y dramas, hizo que el propio compositor no se atreviera a estrenarla entonces, tras el fuerte ataque que acababa de sufrir su música avanzada –Lady Macbeth de Mtsensk– por la oficialidad de la URSS de Stalin. De hecho, Pravda había publicado un durísimo artículo en forma de alegato cuyo título perverso –“Caos en vez de música”- entrañaba -involuntariamente, por supuesto- una de las claves de la música de Shostakóvich y de las vanguardias posteriores: el caos como espacio inspirador de convivencia y consecuencia de la variedad.
Caos, que no es exactamente sinónimo de “caótico”, es la clave de esta sinfonía en la que se cruzan, colisionan, estallan y se desarrollan los mil estados de ánimo, sensaciones, dolores, alegrías y tragedias interiorizadas que vive la URSS de su tiempo. Como hoy y ayer en Gaza, Ucrania, Irak, Afganistán… El mundo que vivió Shostakóvich, con su caos, injusticias y tropelías, es el mismo de Adán y Eva, de la Inquisición, de las concertinas, de Guantánamo… Shostakóvich, con su música abrasadora, a flor de piel, se inspira y apunta a la condición humana. De ahí su actualidad siempre creciente, su universalidad sin idiomas ni fronteras.
Elder extremó el grito de Shostakóvich. Como si mirara al cuadro de Munch. Enfatizó el caos de un mundo que, en su orden sideral, es tan profundamente diverso y -ahora sí, definitivamente caótico-. Surgido de la clarividencia matemática de la música, de la estructura armoniosa que se parapeta detrás de tantas colisiones tonales, de las inmensas dinámicas y progresiones, de la propia naturaleza creativa del genio. El veterano maestro inglés reconstruyó el monumento sinfónico desde la pasión, la convicción y su alta clase como director y ser humano.
Maestros fueron también y como tales respondieron todos y cada uno de los profesores de la esplendorosa Orquestra de la Comunitat Valenciana, reforzada con instrumentistas de pareja excepcionalidad. Ni un solo garbanzo negro entre los 110 atriles que habitaron el colmado escenario del Auditori del Palau de les Arts. Una orquesta afinada como un stradivarius, cuyos componentes, todos a una, respiran, transpiran, frasean, cantan y sienten con pálpito único. No cabe señalar a fulanito o menganito. Todos, en las continuas intervenciones solistas, destacaron al más alto nivel. ¿Se puede tocar mejor y con mayor entrega y disciplina? Habría que viajar a Berlín, Viena, Ámsterdam, Dresde, Cleveland…
Antes, y como oportunísimo compañero de viaje, el Adagio de la Décima de Mahler abrió las mismas grietas, los mismos dolores, similares luces. Apenas 26 años distancian ambas obras. Desde estéticas y modos rotundamente diferentes (a pesar de momentos tan definitivamente mahlerianos como el inicio del segundo movimiento de la sinfonía de Shostakóvich) el mundo de Mahler no difiere tanto del de Shostakóvich. La condición humana. En Israel y Palestina. En Ucrania y Rusia. Con Stalin y con Franco. La historia interminable. Como decía la inolvidable Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la famosa Duquesa Roja: “Las preocupaciones del hombre que va en burro son básicamente las mismas de quien vuela en el Concorde”. ¡Qué mundo! Y así seguimos. Nos queda el Arte, la Cultura… Y conciertos como el aquí reseñado. Justo Romero
Publicada el 22 de octubre en el diario Levante.
Últimos comentarios