Crítica: Sokolov, Wang y Bronfman conquistan Salzburgo
Tres colosos del teclado, tres
Festival de Salzburgo 2022. Recitales de Yuja Wang y Grigori Sokolov. Obras de Schubert-Liszt, Schubert, Schönberg, Scriabin y Albéniz (Yuja Wang); y Beethoven, Brahms y Schumann (Sokolov). Lugar: Salzburgo, Haus für Mozart (Wang) y Grosses Festspielhaus (Sokolov). Fecha: 5 (Wang) y 6 (Sokolov) de agosto 2022.
El festival de festivales que es el de Salzburgo se ha permitido el lujo de brindar en tres días consecutivos las actuaciones de tres colosos del piano contemporáneo como son Grigori Sokolov, Yuja Wang y Yefim Bronfman, que el sábado desentrañó con magistral sensibilidad y dominio técnico el dificilísimo Segundo de Bartók junto con la Filarmónica de Viena y una Andris Nelsons que apenas concentró su talento en leer la partitura. Fue el colofón – y la maravillosa Arabesca de Schumann que Bronfman tocó de propina- a este prodigioso fin de semana en que lo mejor del piano de nuestro tiempo se concentró en la ciudad de Mozart.
Posiblemente, a estas alturas ya nadie dude en reconocer el liderazgo del español Grigori Sokolov (acaba de obtener la nacionalidad por decreto ley; desde hace años reside en Mijas, Málaga) en el piano del siglo XXI. Su recital en Salzburgo, marcó esa excepcional categoría que le distingue no ya como líder del piano contemporáneo, sino como uno de los máximos interpretes del teclado de todos los tiempos. Catadores de lo mejor, el público del Festival de Salzburgo le idolatra. Como en todos sitios. Bastó la impresionante ovación de bienvenida para constatarlo. Incluso con bravos antes de salir a escena. Como siempre, en penumbra y ajeno a todo lo que sea ajeno al hecho musical. Público incluido.
Fervoroso beethoveniano desde siempre, Sokolov recreó el más puro Beethoven en las Variaciones Heroica. Cada una de las quince que la integran supone, en manos de Sokolov, nueva reflexión y divagación. La claridad, la transparencia, los reguladores dinámicos, la luminosidad radiante, los registros ¡con que efectividad utilizó los pedales!, los espacios de silencio, los microcosmos anímicos que genera en cada nueva variación… El respeto a lo escrito es absoluto. En la solfa y en el espíritu. Da igual que las haya tocado una y mil veces. Para él, siempre es la primera vez. Única, irrepetible. Cerró la versión con una magnánima resolución de la fuga final: consecuencia y desenlace de una obra y una interpretación absolutamente magistrales.
Después, el Brahms íntimo, introspectivo, “apoteosis de la melancolía” y próximo al final, que son los tres Intermezzi opus 117. Con sus pianísimos absolutos, tan pegados al silencio, Sokolov indaga en el carácter crepuscular y nostálgico. Se regodea en la recreación tímbrica y melódica en una apoteosis de refinamiento y delicadeza. La atmósfera contemplativa, en la extrema serenidad en penumbras del inmenso “Grosses” Festspielhaus, se torna íntima, camerística. Imposible no contagiarse de ese mundo de nostalgias y evocaciones tan característico del último Brahms.
Como nueva vuelta de tuerca a este programa tripartito, Sokolov recaló para cerrar su recital en el universo extremo de Schumann, con las ocho luminosas y sombrías páginas de Kreisleriana, la obra favorita del compositor, nacida muy cerca de su esposa Clara: “Estoy rebosante de música y hermosas melodías ahora”, escribe a Clara en 1838, “imagínate, desde mi última carta he terminado otro cuaderno completo de piezas nuevas. Pretendo llamarlo Kreisleriana. Tú y una de tus ideas sois protagonistas en él, y te lo quiero dedicar -sí, a ti y a nadie más- y luego sonreirás dulcemente cuando te descubras en él”.
Sokolov más allá de alardes o riesgos de una obra cargada de todo tipo de dificultades, se vuelca en servir la obra maestra en su máxima genuinidad. La verdad, con sus riesgos y desnudeces, se impone. Una verdad empeñada en Schumann y su pianismo complicado y apasionado. En manos de Sokolov, Kreisleriana cobra vida, frescura, naturalidad y claridades. Incluso su calmo y liviano final, dicho no sin cierto humor por Sokolov en la dos notillas conclusivas, evocadoras de los finales de las futuras Iberias albeniciana. El éxito fue, claro, máximo. Absoluto. Más cuarenta minutos de bravos y propinas. Seis como siempre, todas ellas preludios: cuatro del Opus 23 de Rajmáninov; el Opus 11 número 4 de Scriabin y el en Si menor de Bach en la conocida versión de Siloti. Todas las propinas rusas. Ojalá en el futuro un día sean españolas, de su nueva patria. ¿Quizá seis Iberias?
Y precisamente con dos Iberias la china Yuja Wang cerró su colosal recital de debut en el Festival de Salzburgo. Justo un día antes del de Sokolov. Wang podría haber seleccionado dos Iberias de éxito. Quizá Triana, o El Albaicín. Incluso las vistosas sevillanas de Eritaña. ¡No! Se adentró por derecho, con jondura en una Málaga más agitada que movida de tempo, que alcanzó momentos de lirismo de plena exaltación romántica, en los que la mano izquierda cantó con efusión la expresiva y bella copla de la jota malagueña.
Luego, casi sin interrupción, después de esta genuina Málaga, el enrevesado Lavapiés, dicho con un desparpajo, fluidez, claridad en el complejo entramado y sentido popular proverbiales. Incluso con castiza chulería. Tan “socarrón, seco y canalla” como lo pedía el mismo Albéniz. Pocas veces se ha escuchado todo y con tanta claridad. Acaso sobró una pizca de fluidez y faltó énfasis en los quebrados acentos rítmicos y en sus atrevidas disonancias. Minucias para una lectura memorable. Única y personalísima. Yuja Wang, grandiosa artista, grandiosa pianista. La gran gloria del piano actual, cerquita de Sokolov y, por el otro lado, de Bronfman, la otra estrella de este increíble triunvirato pianístico salzburgués.
Antes de Albéniz, Yuja Wang desentrañó un programa asombroso preñado de retos y exigencias, en el que abrazó y fundió el final de la no solo deliciosa Melodía húngara en si menor de Schubert con el comienzo del Estudio “Otoño en Varsovia” de Ligeti; hermanó el misterio de la dramática Tercera sonata de Scriabin con el mejor Albéniz; regodeó sin complejos transparencia, desnuda y limpia, la Suite de Schönberg en sus esencias vienesas, en la misma Viena de un Schubert (Schwanengensen: “El canto del cisne”) que recreó con pasión liederística a través de Liszt…
Todo lo dijo e hizo con sonido, inmenso y poderoso, que ella, con su cuerpo menudo como Larrocha o Pires, gobierna con una inteligencia técnica natural y maravillosamente modelada. Administró las dinámicas con pareja agudeza, y una sensibilidad cargada de ideas y razones. Como otras diosas y dioses del teclado -Argerich, Larrocha, Guilels, Rubinstein, Sokolov…-, vuelca ese talento, estos maravillosos medios técnicos, en su función esencial: herramienta de expresión del caudal expresivo con que, desde su propia idiosincrasia vital, sirve la creación musical.
Luego, tras ese Lavapiés maravilloso con el que quiso cerrar el recital, llegó éxtasis del éxito. Ovación interminable y bravos para parar un tren. ¡Hasta siete propinas!, de todos los colores y gustos: Danzón número 2 del mexicano Arturo Márquez; Variaciones sobre la ópera Carmen, de Bizet-Horowitz; Sexto estudio de Philip Glass: Marcha Turca de Mozart en la pluriversión de Volodos y Fazil Say; Margarita en la rueca de Schubert/Liszt; el arreglo para piano de Sgambati de la famosa Melodia de Orfeo y Eurídice de Gluck, y, para completar esta ciclópea tercera parte del recital, las jazzísticas Variaciones opus 41 de Nikolái Kapustin. Yuja Wang, máquina perfecta de hacer la mejor música de la mejor manera. Rara vez se podrá volver a escuchar en un fin de semana a estos tres colosos del teclado. Bravo. Bravo. Bravísimo. Justo Romero
Publicado en el diaro LEVANTE el 8 de agosto
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