Crítica: recital de Sondra Radvanovsky en Baluarte
Obras de Purcell, Händel, Rachmaninov, R. Strauss, Liszt, Heggie y Giordano. Sondra Radvanovsky (soprano), Anthony Manoli (piano). Temporada 23/24 de la Fundación Baluarte. Auditorio Baluarte de Pamplona. 9 de enero de 2024
Tras su recital en el Liceu de Barcelona y su concierto de las Tres Reinas de Donizetti en el Teatro Real, llega a Pamplona la soprano Sondra Radvanovsky, una de las grandes de la actualidad. Lógicamente, se trata de su debut en esta ciudad, que se ha saldado con un nuevo triunfo, indiscutible por indiscutido en el final de su programa y en las propinas ofrecidas, arias de ópera. El resto del programa ha estado dedicado en gran medida al lied.
Sondra Radvavonsky se encuentra en un gran momento de su carrera, uniendo una voz de gran amplitud a una técnica extraordinaria. Todo ello le permite afrontar páginas de una variedad al alcance de muy pocas cantantes. Baste recordar que en las últimas semanas ha triunfado en Nápoles como protagonista de la Turandot de Puccini y más recientemente en Madrid en el ya referido concierto de las Tres Reinas de Donizetti.
El programa que ha ofrecido la diva americana es exactamente el mismo que pudimos escuchar el pasado día 18 de diciembre en el Liceu de Barcelona y el que ofreció el verano pasado en El Escorial. Si entonces yo tenía dudas razonables sobre la adecuación de dicho programa, más lo tengo ahora, ya que el lied es algo prácticamente desconocido en la capital navarra, que en el campo de la lírica no ha pasado de la ópera. No es, por tanto, extraño que el recital de Sondra Radvanovsky haya transcurrido por senderos de calurosos aplausos, que se han convertido en entusiasmo en el final operístico que nos ha ofrecido.
Si en el recital de Barcelona yo me refería a su triunfo diciendo que podía haber sido mayor, lo mismo tendría que repetir en esta ocasión.
El recital se inició con el aria Remember me, de Dido y Eneas, de Purcell, a la que siguió el aria Piangero la sorte mía, de la ópera Giulio Cesare in Egitto, de Haendel.
La primera parte del recital siguió dedicada a canciones de Rachmaninoff y otras de Richard Strauss. Tanto en unas como en otras Sondra Radvanovsky demostró su versatilidad y excelente técnica, cantando siempre con gran gusto.
En la segunda parte nos ofreció los lieder de Liszt sobre Sonetos de Petrarca, siguiendo con la composición If I had Known, de Jake Heggie, que ella dedicó a la memoria de su madre, fallecida hace algo más de un año. Me llamó la atención que en todas sus interpretaciones de los lieder usó partitura y atril, de los que siempre prefiero que se prescinda.
Terminó lo que podemos llamar programa oficial del recital con el aria La mamma morta, de Andrea Chenier, donde ya las palmas echaron humo, ante una gran interpretación por su parte.
Tres fueron las propinas ofrecidas, en la que la Radvanovsky hizo una auténtica exhibición de técnica y facultades. Comenzó con el aria de Adriana Lecouvreur, Io son l’umille ancella, siguiendo con el aria Pace, pace, de la Forza del Destino de Verdi, terminando con una bellísima interpretación del aria O mio babbino caro, de Gianni Schicchi de Puccini.
Sondra Radvanovsky es una auténtica show-woman, que disfruta conectando con el público, al que dedicó varios parlamentos entre sus intervenciones. Lo mismo ocurrió en Barcelona, aunque entonces hubo varias intervenciones en castellano por su parte, siendo en Pamplona todas en inglés. Alguien debió decirle que aquí somos todos bilingües…
Como de costumbre, le acompañó al piano Anthony Manoli, que lo hizo muy bien.
El recital comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración total de 1 hora y 42 minutos, incluyendo un intermedio. Las propinas y sus correspondientes aplausos entusiastas se prolongaron por otros 20 minutos.
El Baluarte ofrecía una entrada que no llegaba al 60 % de su aforo. El precio era de 32 euros.
Fotos: I. Zaldúa
José M. Irurzun
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