Crítica: Spivakov y María Dueñas en Ibermúsica
EL DIABLO VISTE DE BLANCO
Obras de Massenet, Paganini y Chaikovski. María Dueñas, violín. Orquesta Nacional Filarmónica de Rusia. Director: Vladimir Spivakov. Auditorio Nacional, 6 de noviembre de 2019. Ibermúsica, Serie Arriaga.
A Spivakov lo recordamos cuando, siendo todavía joven, nos deslumbró tañendo su Stradivarius, de sedosa sonoridad y cuando, algo más tarde, dirigía desde el atril a Los Virtuosos de Moscú, un conjunto de cámara de alto rango que durante los años 90 del pasado siglo se instaló en Oviedo desplegando desde allí su actividad. Con el tiempo el violinista ha ido dando paso al director, titular a partir de su creación en 2003 de la formación que hoy ha presidido; con resultados irregulares.
Spivakov es elegante de gesto, claro y funcional. Sus concepciones musicales son ahora mismo, por lo visto y oído en este concierto, bastante convencionales en busca de una proyección sonora rutilante y contundente apoyada en un conjunto de notable poder, de tímbrica más bien oscura, que nace sobre todo de una cuerda compacta y disciplinada, aunque no siempre unitaria, y en unos vientos de amplio espectro, con maderas cumplidoras y metales no siempre templados y de sonoridad un tanto ruda. No hace gran cosa el director por disimular esas motas, sino que, partiendo de un casi inamovible “mezzoforte”, las potencia en busca de una brillantez que parece con frecuencia impostada y que elimina las exquisiteces y los claroscuros.
Bajo esa tónica discurrió la sesión, en la que escuchamos epidérmicas versiones, bien guiadas, y a veces algo ruidosas y no siempre bien planificadas, de la “Danza Navarra” de la ópera “El Cid” de Massenet y sendas breves selecciones de los ballets “El lago de los cisnes” y “El cascanueces” de Chaikovski (con aplauso aquí a la cuerda de chelos en la imponente “Escena”), donde brilló con esplendor el alma rusa. Como propina una acelerada y briosa interpretación del “Preludio” de “La boda de Luis Alonso”.
Robusta, ajustada y revestida quizá de excesiva carga sinfónica fue la colaboración, en el “diabólico” “Concierto nº 1” de Paganini, con la joven violinista granadina de 16 años María Dueñas, en posesión ya de un cúmulo de premios, que demostró un aplomo, una seguridad, una afinación y un virtuosismo dignos de un maestro. Supo extraer de su Guarneri del Gesu “Muntz” sonoridades espejeantes, dobles cuerdas de impresión y fabulosos e impresionantes armónicos. Ligeros apresuramientos, episódicas borrosidades, algunos sobreagudos poco presentes no empañan una interpretación de un virtuosismo de la mejor ley, que engrandecen una composición fantasiosa, melodiosa y solo verdaderamente disfrutable ofrecida de esta guisa. La artista, siempre segura y bien asentada, ataviada de blanco impoluto, nos regaló con lo que nos pareció una “Sonata” de Ysaye. Arturo Reverter
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