Crítica: “Street Scene”, Kurt Weill vuelve al Real
STREET SCENE (K. WEILL)
Teatro Real de Madrid. 27 Mayo 2018.
No es muy frecuente ofrecer óperas de Kurt Weill en nuestro país, aunque en los últimos años se hayan ofrecido algunas de ellas, entre las que cabe destacar El Ascenso y Caída de la Ciudad de Mahagony (Teatro Real, 2010) y Los Siete Pecados Capitales (Teatro Arriaga, 2008). Las dos mencionadas corresponden a la época alemana del compositor, que, como es bien sabido, hubo de huir de su país por la persecución de los nazis. Street Scene es la ópera más importante de su época americana, habiéndose estrenado en Filadelfia en 1946, como paso previo a su paso por Broadway unos meses más tarde. No tuvo un gran éxito de público en Nueva York, lo que no impidió que recibiera el mismo año el Premio Tony al mejor musical. No deja de ser curioso que estos prestigiosos premios teatrales americanos se estrenaran concediendo su primer galardón a una ópera, lo que nunca ha sido repetido.
Lo primero que uno se pregunta es si estamos ante una ópera o ante un musical, teniendo en cuenta que la frontera entre un género y otro es particularmente difusa, ya que en ambos géneros existe una orquesta, teatro y cantantes. Creo que fue Stephen Sondheim quien zanjó la cuestión, cuando se le hizo la pregunta, contestando que ópera es lo que se representa en un teatro de ópera. Para mi gusto se trata de una ópera de calidad superior a muchas otras que circulan por los escenarios.
La ópera está basada en la obra teatral de Elmer Rice, autor también del libreto, que obtuvo el Premio Pulitzer por esta obra en 1929, habiendo sido llevada al cine en 1931 por King Vidor. La acción se desarrolla en los años de la Gran Depresión en uno de los barrios más pobres de Nueva York, el Lower East Side de Manhatan, barrio entonces habitado por inmigrantes de todo tipo llegados a América en busca de una vida mejor. La trama recuerda mucho a Porgy and Bess. Si en la ópera de Gershwin la acción se desarrolla en un barrio de gentes de color en Nueva Orleáns, en la de Kurt Weill se ofrecen los problemas y aspiraciones de inmigrantes de distintas nacionalidades, con presencia de pobreza, injusticias y violencia. Este ambiente deprimido y con gran carga política tuvo que ver con que la obra de teatro se estrenara en Madrid en 1930, de la mano de Margarita Xirgú.
Para su estreno en el Teatro Real se ha encargado una nueva producción en colaboración con las Óperas de Montecarlo y Colonia y lleva la firma de John Fulljames, que era también el responsable escénico de la producción que pudimos ver en el Liceu de Barcelona hace 5 años. Como en la producción de Barcelona, la escenografía y el vestuario se deben a Dick Bird. El escenario es único con la fachada de una casa de vecinos en Nueva York, donde viven los distintos personajes, estando ambientada la trama en los años 40. La iluminación de James Farncombe no tiene mucho interés y podía haber sacado un mayor partido. La dirección escénica está bien trabajada, ganando la producción en intensidad en el segundo acto, que es cuando verdaderamente tiene lugar el auténtico drama, ya que el largo primer acto no pasa de ser una presentación de los distintos y numerosos personajes. Aunque se presenta como una nueva producción, no va mucho más allá de ser una actualización de la anterior producción que vimos en Barcelona.
También como en Barcelona, repetía al frente de la dirección musical Tim Murray, que llevó la obra con buen ritmo. La Orquesta del Teatro Real tuvo una destacable actuación, superior a la que nos ofreció la del Liceu hace 5 años. Muy bien el Coro del Teatro Real, que brilló especialmente en su importante intervención en el segundo acto. Hay que destacar la buena actuación del Coro de Pequeños y Jóvenes Cantores de la JORCAM en el segundo acto.
El personaje más importante de la ópera es el de Anna Maurrant, que fue interpretado por la soprano americana Patricia Racette, que tuvo una convincente actuación, aunque vocalmente no se encuentra en su mejor momento.
Buena también la actuación del barítono brasileño Paulo Szot en la parte del violento Frank Maurrant, en el cual casi prima más la parte hablada que la puramente cantada. Mostró una voz poderosa y es un notable actor.
A destacar también la actuación de la soprano Mary Bevan como Rose Maurrant, cantando con delicadeza y gusto, particularmente en su gran escena final con Sam Kaplan. La voz tiene calidad y es una destacada actriz.
El tenor Joel Prieto dio vida a Sam Kaplan y lo hizo de manera destacada, ofreciendo una voz de calidad y cantando con gusto. Es el personaje más agradecido de la ópera.
El resto de los numerosos personajes tienen menos importancia que los señalados más arriba. El jovencito Matteo Artuñedo dio vida a Willie Maurrant, el pequeño de dicha familia. El barítono Geoffrey Dolton encarnó aquí a Abraham Kaplan, que tiene mucho más que recitar que cantar. Este barítono encarnó la parte de Frank Maurrant en el Liceu de Barcelona. Verónica Polo lo hizo correctamente como Shirley Kaplan.
Desenvuelto el tenor Vicente Ombuena como Lippo Fiorentino. Las divertidas Niñeras fueron muy bien interpretadas por Sarah-Marie Maxwell y Laurel Dougall. Finalmente, los Jones eran Gerardo Bullon y Lucy Schaufer, mientras que los Olsen fueron interpretados por Scott Wilde y Harriet Williams.
El Teatro Real ofrecía una ocupación de alrededor del 85 % de su aforo. El público se mostró cálido con los artistas, especialmente con Mary Bevan y Joel Prieto.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 1 minuto, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 33 minutos. Seis minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 219 euros, habiendo butacas de platea al precio de 209 euros. La localidad más barata costaba 36 euros.
Fotos: J del Real
José M. Irurzun
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