Crítica: SuperPlácido
SUPERPLÁCIDO
PALAU DE LES ARTS. CONCIERTO LÍRICO. Irina Lungu y Camila Titinger (sopranos), Vicent Romero (tenor), Plácido Domingo (barítono). Programa: Fragmentos sinfónicos, romanzas, arias y dúos de Giordano, Puccini, Bizet, Gounod, Verdi, Guerrero, Giménez, Sorozábal, Luna, Arrieta y Moreno Torroba. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Óliver Díaz. Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1490 personas (lleno). Fecha: Miércoles, 19 diciembre 2018.
Ante Plácido Domingo (Madrid, 1941) sólo cabe hoy la admiración, el reconocimiento y el aplauso decidido. A lo que fue, es y siempre será en el mundo de la lírica. No importa ya tanto lo que haga o deje de hacer en el escenario. Superplácido escapa al detalle de la actuación concreta. Su público –todos- busca el reencuentro con el artista admirado; grabar o actualizar en la memoria el recuerdo de tal o cual actuación. Rondando ya casi la condición de octogenario (en dos años) y de leyenda, PD luce el pundonor, la entrega y la generosidad vocal de siempre. También queda mucho de la belleza, calidez vocal y fraseo que han distinguido su inextinguible carrera.
Todas estas cualidades las prodigó en el concierto que protagonizó el miércoles en el antiacústico Auditori del Palau de les Arts, junto a una muy ampliada Orquesta de la Comunitat Valenciana discretamente dirigida por Óliver Díaz y un deficiente y desigual trío vocal en el que apenas brilló la voz ligera de la soprano rusa Irina Lungu (1980), figura que parece confundir el escenario con una pasarela de moda. ¡Hasta cuatro veces se cambió de vestido durante una noche en la que únicamente cantó en solitario una romanza y dos arias! Así de frívola y excesiva fue su sobreactuación dramática, su gestualidad y su (mal)estar sobre la escena. Más que Violetta, Mimì o Concha, la Lungu parecía Aurora Bautista en Agustina de Aragón o Vivien Leigh en su famoso “A Dios pongo por testigo…”. Y en lo de la frivolidad, quizá Norma Duval en sus tiempos parisienses.
Pero, por fortuna, el protagonista de la noche era, claro, Superplácido. Una velada redonda para él en la que desde el primer momento estuvo a tope, sin reservas y entregado a “un público y un teatro que siento muy cercanos”, como él mismo dijo antes de felicitar las fiestas navideñas. Abrió la noche con tintes veristas, con un entregado “Nemico della patria” de Andrea Chénier en el que la voz se percibía tan fresca y pujante como el carácter dramático y reivindicativo que imprimió a la conocida aria. Sin signos aparentes de fatiga vocal ni física, cantó e hizo volar la música en la implorante aria “Dio di guida” que canta Nabucco en el cuarto acto de la ópera homónima. A la elevada temperatura emocional contribuyeron en no pequeña medida las intervenciones solistas previas del violonchelo de Rafał Jezierski y la flauta de Magdalena Martínez.
La primera parte, dedicada exclusivamente a la ópera, se completó con Superplácido compartiendo dúos con el tenor valenciano Vicent Romero –que no tuvo precisamente su día- y con la Lungu, junto a la que interpretó el dueto “Mira, d’acerbe lagrime” de Il trovatore, en el que a la solera del madrileño se contrapuso el canto perfecto y superficial de la diva rusa, que instantes antes había abordado con tanto virtuosismo pirotécnico como vulgaridad el célebre “Sempre libera” de La traviata. Menos hecha como cantante pero más artista se mostró la soprano italo-brasileña Camila Titinger, que se metió en camisa de once varas con el aria de las joyas del Faust de Gounod, y luego, en la segunda parte, se convirtió en una castiza Ascensión en el dúo con Joaquín (Superplácido) de La del manojo de rosas.
Como al inicio del concierto, en la segunda parte, configurada en su integridad por páginas de zarzuela, Superplácido no se anduvo tampoco con chiquitas ni paparruchas y abrió con claros acentos baritonales la popular “salida de Juan” de Los gavilanes, que cargó de brío y nobleza asturiana. “No importa que el mozo fuerte vuelva viejo, si alegre el corazón salta en mi pecho”, dice el indiano retornado y reprodujo un Superplácido más mozo que viejo, como si el tenor legendario ahora abaritonado fuera un Fausto fruto de la pasión por la música, y de la vitalidad e impulso que ella genera.
Pudo concluir la noche con el “Amor, vida de mi vida”, de la zarzuela Maravilla de Moreno Torroba, fragmento que desde hace años ha hecho suyo y ya es marca de la casa. Pero el público que abarrotó el Auditori del Palau de les Arts no estaba dispuesto a dejar escapar a su ídolo sin sacarle algunos regalos en forma de bises. Arreciaron los aplausos y bravos. Y las propinas llegaron y alcanzaron su máxima temperatura con el decadente dueto final de La viuda alegre, en el que Superplácido incluso se marcó unos pasitos de vals con Irina Lungu. ¡Solo faltaron las copitas de champán! ¡Imagínense! Justo Romero
Publicado en el diario Levante el 21 de diciembre de 2018
Últimos comentarios