Crítica: Terapia luminosa. Orquesta Nacional de España
ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA (D. AFKHAM)
Terapia luminosa
Obras Bartók y Mendelssohn. Orquesta Nacional de España. Dirección musical: David Afkham. Auditorio Nacional 8 de noviembre
Por los motivos que bien se pueden imaginar en estos días, la directora Teresa Riveiro Böhm no pudo acudir a su cita con la ONE y fue sustituida por el propio Afkham en una nueva edición de los conciertos “Descubre… Conozcamos los nombreS”. El programa se orientaba hacia una especie de vitalidad, de consuelo súbito en base a obras teóricamente luminosas (hay muchos matices, pero démoslo por bueno) con el aliciente de introducir alguna música que ya entra en el marco de desconexión habitual de una parte del público.
La primera pieza era el Divertimento de Béla Bartók, obra repleta de finura y reelaboración sesuda en su intento de ser turista de muchos estilos a la vez. Tras la introducción a cargo de Sofía Martínez Villas, la orquesta comenzó con intensidad, muy por la labor en el contagio de la vitalidad y tomando como base el componente folclórico que requiere su complejo entrelazado rítmico. Afkham supo atemperar los unísonos expresivos del primer movimiento y desatar la pulsación necesaria para no perder la vista ni lo popular ni lo neoclásico. Gran segundo movimiento, el más complejo por su suma de tejidos tímbricos, de reivindicación modal y crescendi nada acomodaticios. La sombra de la guerra que burbujea bajo los pentagramas fue pasada un tanto de puntillas, para centrarse más en la atmósfera lúgubre y nocturna general. Entre glissandi y danzas, la ONE cerró una versión más que digna.
Quedaba la Sinfonía núm. 4 en La mayor, la “Italiana” de Mendelssohn, una música con una luminosidad mediterránea que siempre ha desbordado los límites de lo escrito. «Esto es Italia. El gozo supremo de la vida, la estoy amando cada día», escribirá el compositor por carta a sus padres durante su viaje romano con apenas veinte años. Afkham partió acertadamente del sentido de la belleza sonora clasicista, con su extrovertido gusto por el equilibrio entre secciones pero sin dejar de mirar hacia el vínculo con la naturaleza romántico. Sin excesos efusivos arrancó el primer movimiento donde se echó en falta una cuerda algo más nutrida dentro de la brillantez general, compensada por el trabajo de balance con el viento-madera. Para los tópicos románticos que describe la sinfonía (los gondoleros venecianos, las máscaras del carnaval, el espacio procesional…) el director alemán propuso largas dinámicas planificadas y un control férreo de los volúmenes que cristalizó en la desfogada tarantela final, muy ovacionada por el público. En resumen, buen mensaje y buena interpretación: no se ha de pedir más en estos días. Mario Muñoz Carrasco
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