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Por Publicado el: 24/01/2014Categorías: Crítica

CRÍTICA: ‘Tosca (G. Puccini)’ [Deutsche Oper de Berlín. 22 de enero de 2014]

TOSCA (G. Puccini)
Deutsche Oper de Berlín. 22 de enero de 2014

Hace un año pude ver esta Tosca en lo que supuso el debut de Anja Harteros en el rol. En este tiempo hemos pasado de una ocasión especial a una representación sin mayor interés, en la que ha imperado la más pura rutina.

La Deutsche Oper ha vuelto a poner en escena la producción del ya desaparecido Boleslaw Barlog (1999), que llega con ésta nada menos que a 365 representaciones. Cumplirá 45 años el próximo 13 de abril. Un auténtico prodigio de longevidad. Estamos ante una producción de las que hoy no se llevan, es decir escenarios realistas, vestuario de la época en la que se desarrolla el drama y ni la más mínima provocación. En la escenografía de Filippo Sanjust no falta nada: la Madonna en una columna, como dice el libreto, la pila y la capilla en el primer acto. Por supuesto, el crucifijo y los candelabros en el segundo, y, finalmente, la terraza, el ángel y la vista a lo lejos de San Pedro del Vaticano en el tercero. El vestuario lleva la firma del mismo Filippo Sanjust y es el visto tantas veces. Una producción del mayor de los clasicismos, especialmente recomendable para nostálgicos.

Si el año pasado ocupaba el foso en Tosca Donald Runnicles, en esta ocasión lo ha hecho Matthias Foremny y la diferencia es muy acusada. Su dirección resultó lenta y hasta soporífera durante el primer acto, mejorando a continuación, pero no pasando nunca de la más pura rutina. Una Tosca sin pasión no es fácilmente aceptable por quien
esto escribe. Tampoco la prestación de la Orquesta de la Deutsche Oper ha sido la que cabría haber esperado, pero hay que entender que la batuta no se prestaba a grandes cosas. Bien el Coro de la Deutsche Oper en su breve intervención.

La soprano rusa Tatjana Serjan fue una Tosca más bien modesta. Escuchándola, uno no acaba de entender cómo se ha convertido en la soprano verdiana de elección por parte de Riccardo Muti. La voz no responde a las características de las voces latinas brillantes, sino que resulta corta de armónicos. Tiene temperamento en escena y ofreció un Vissì d’arte de calidad, pero muy alejado del que nos brindó hace ahora un año Anja Harteros. Como dato objetivo diré que los 72 segundos de aplausos que recibió la alemana el año pasado han pasado a 26 para la rusa este año, aunque fuera, de lejos, la mayor ovación de la noche.

Cavaradossi era Marcello Giordani y su actuación me resultó poco convincente en términos vocales. Este tenor nunca ha tenido una voz muy brillante en el centro, siendo lo más destacado su facilidad y brillo en las notas altas. Su evolución vocal resulta bastante negativa en los últimos años. Como digo, el centro nunca fue su fuerte, pero hoy es mucho más mate que antes. Los graves son inexistentes hasta el punto de resultar inaudibles. Le quedan los agudos, que siguen siendo brillantes y bien timbrados, aunque con mayor inseguridad que antes en la zona de paso. Ofreció un Recondita Armonia sin pena ni gloria, cantando con gusto È Lucevan le stelle, aunque tuvo algunos problemas al apianar. Siempre he creído que los agudos han de ser la guinda que corona el pastel, pero en el caso de Giordani no hay prácticamente pastel. Poco interés me ofrece lo que pueda hacer en Calaf en Bilbao la próxima primavera.

El barítono americano Thomas Hampson canceló como Barón Scarpia y fue sustituido por el ruso Sergey Murzaev, que ofreció un recital de decibelios y mal gusto. No hubo ni el más mínimo atisbo de matización en su interpretación.

Ben Wager fue un Angelotti con la voz totalmente atrás. Seth Carico estuvo bien en el Sacristán, pero su timbre resulta demasiado joven para el personaje. Adecuados tanto Jörg Schörne (Spoletta) como Andrew Harris (Sciarrone). Sonoro el Carcelero de Noel Bouley e inaudible el Pastorcillo de Max Schirmacher. El teatro ofrecía una entrada seguramente superior al 95 % del aforo, debida en gran parte a la venta de entradas de última hora a precios muy baratos, que produjeron colas enormes en las taquillas. El público se mostró cálido durante la representación y en los saludos finales, aunque no hubo entusiasmo.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 3 minutos, incluyendo dos intermedios, inevitables en una producción escénica de estas características. Duración musical de 2 horas exactas, lo que es nada menos que 12 minutos más que la versión de Donald Runnicles el año pasado. Cinco minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 90 euros, habiendo butacas de patio por 50 euros. La entrada más barata costaba 30 euros. José M. Irurzun

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