Crítica: Floria Sondra Tosca. Tosca en el Teatro Real
TOSCA (G. PUCCINI)
Floria Sondra Tosca
Puccini: Tosca. Sondra Radvanovsky, Joseph Calleja, Carlos Álvarez, Gerardo Bullón, Valeriano Lanchas, Mikeldi Atxalandabaso, David Lagares e Inés Ballesteros. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. Dirección del coro: Andrés Máspero. Dirección de escena: Paco Azorín. Dirección musical: Nicola Luisotti. 4 de julio
Clausura de temporada en el Teatro Real por todo lo alto, un año después de aquella Traviata símbolo de tantas cosas. Llegó Tosca, ese “argumento sin poesía”, como lo definía Giacosa, y que contra la percepción general es uno de los títulos menos líricos de Puccini, aunque la erudición motívica del compositor consiga engañar al oyente gracias a las tres grandes arias —”Recondita armonia”, “Vissi d’arte” y “E lucevan le stelle”—, una por acto, que diseminan su material por toda la partitura. Para construir el drama Puccini se sirvió de un uso del leit-motiv menos refinado que en La Bohème, por cuanto estaba pensado para reforzar únicamente la verosimilitud de la trama, además de un uso impecable de la tensión dramática durante los dos primeros actos. Tanto recurso, en fin, para hablar del mal, de todo tipo de mal, aglutinado en un único personaje, Scarpia, que lo tiene muy complicado para luchar contra el maniqueísmo al que le somete esta concentración de odios.
Y es precisamente Scarpia el principal “pero” que se le puede poner al montaje de Paco Azorín, que reflota una producción ya vista en el Liceu en un par de ocasiones y en la Maestranza, y que trata de reflexionar desde su neoclasicismo sobre la revolución, la naturaleza esquiva del arte y las dificultades que tiene el poder para controlar la libertad creativa. Pero la reflexión suena un poco impostada, o al menos en exceso dirigida por las continuas citas sobreimpresas respecto a la revolución, y también por las licencias que se añaden sin que acaben de aportar valor a un libreto que traía de por sí poco margen. Tenemos a una desnuda Libertad guiando al pueblo al estilo Delacroix y una acumulación metafórica, como ese despacho de Scarpia en el Palazzo Farnese que no es otra cosa que la parte trasera del retablo de Sant’Andrea del primer acto (es decir, el poder político es el envés del poder religioso, su otra cara). Pero más allá de algunos hallazgos estéticos —suicido de Tosca incluido— no acaba de aportar tanto significado como promete. El refuerzo hasta el histrionismo de la maldad de Scarpia y, en general, del ambiente opresivo, merma el resultado final: toda la maldad del personaje y su morbidez está explicitada en la partitura. El resto es repetirse. Lo que sí se agradece es el esfuerzo de Azorín por situar a los cantantes siempre en primer término.
El reparto era lo mejor de esta Tosca. El Cavaradossi de Joseph Calleja es de canto noble, beneficiado por la belleza de su instrumento, caudal, anchura y una línea de canto privilegiada, casi de otro tiempo. Tuvo algunos problemas aislados en ”Recondita armonia” de los que se supo recuperar. El Scarpia de Carlos Álvarez fue de enorme valor en lo dramático, arropado por una mezcla de densidad vocal y canto febril en sus intervenciones del segundo acto. El público le reconoció con una ovación que parecía incluir el agradecimiento a su versatilidad en estos dos últimos meses.
Pero fue Sondra Radvanovsky, una década después de su otra Tosca en el Real, quien sostuvo la ópera, creando una Floria emocionante, profunda, de registros homogéneos y capaz de convencer en el amor o en la rabia. Su segundo acto, de una escritura muy cargada en el registro grave, fue perfecto, hasta el punto de tener que bisar (en día de estreno) su “Vissi d’arte”, con messa di voce imposible incluido.
Nicola Luisotti ofreció una visión de colorido exuberante, subrayando los lugares clave (como el motivo cromático de los celos, con cita al Otello verdiano incluida) y explayándose en la negrura y truculencia del acompañamiento musical de Scarpia. Buena parte del éxito de ese segundo acto se debió a la sabiduría acompañando a cantantes del director. Gran respuesta de la Orquesta Titular del Teatro Real, con tímbrica cuidada y conocimiento del patrón estético al que se adscribe la ópera, mucho más moderna que el simple verismo. Ovaciones y alegría generalizadas entre el público, ya a la espera de Netrebko y Kaufmann. Mario Muñoz Carrasco
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