Crítica: Triunfo del joven elenco en el Pérez Galdós
COSÌ FAN TUTTE (W. A. MOZART)
Jóvenes cantantes mozartianos hispano-italianos triunfan en el Pérez Galdós.
Int.: Claudia Pavone, Annalisa Stroppa, Paolo Fanale, Carles Pachón, Riccardo Fassi, Marina Monzó. Dirección musical: Giuseppe Sabbatini. Dirección escénica – Giulio Ciabatti. Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y Coro de la Ópera de Las Palmas de Gran Canaria.
La producción de Così fan tutte que se ha podido ver y disfrutar en la 52ª temporada de la Ópera de Las Palmas de Gran Canaria es un ejemplo magnífico de la tradición interpretativa à l’ italianne de la trilogía Mozart – Da-Ponte, verdadera cumbre del gran repertorio de la música culta occidental.
Esta “italianidad”, esta idiosincrasia itálica se hizo muy evidente en la compañía de canto y en la puesta en escena de Giulio Ciabatti, un director teatral surgido de la escuela de los buenos registe di prosa italianos. Si algo destaca pues de la escenificación de Così fan tutte presentada esta temporada en el Teatro Pérez Galdós es una magnífica, cuidada y muy ensayada dirección de actores, que funcionó casi con precisión de relojería mas siempre con un frescor natural y con claros toques de improvisación de los cantantes.
Una escenificación como la ideada y llevada a cabo por Giulio Ciabatti, pese a que se pudiera tachar de excesivamente tradicional y clásica, resulta de gran importancia en Così fan tutte, una ópera llena de conjuntos (dúos, tríos, un cuarteto, quintetos y sextetos) y en la que no se puede exagerar suficientemente al resaltar la tremenda importancia que tienen de los recitativos, quizá los mejores escritos por Da Ponte, de una calidad literaria y teatral enorme.
Lástima de que toda esta estupenda muestra de teatro lírico de altura no contase con una bella escenografía que sirviera de marco adecuado a tanto refinamiento canoro y actoral. El director escénico dispuso que toda la obra discurriera en un espacio único, formado por las típicas columnas rectangulares grises, de sencillos capiteles dóricos, a ambos lados del escenario, y distinguir una escena de otra mediante simples detalles de mobiliario y aditamentos generalmente simbólicos, minimalistas. En el fondo del escenario, una pantalla iluminada con un solo color resultó un tanto monótona, aunque dio luz a la escena en unos tiempos en lo que se lleva es la oscuridad en los escenarios de la lírica.
Così fan tutte es más, mucho más que una serie de arias cantadas por los protagonistas, enlazadas por recitativos y algunos conjuntos. En general, todo el elenco estuvo a gran altura en estos concertati (menos logrados los que intervino el coro, lo más flojo de la representación). Por señalar alguno, el célebre y maravilloso terceto “Soave sia il vento” (lástima que algunos instrumentistas no supieran tocar con los arcos en leve sordina), donde Claudia Pavone (que debutaba como “Fiordiligi”), Annalisa Stropa (“Dorabella”) y Riccardo Fassi (“Don Alfonso”) literamente bordaron este sublime encaje musical con hilos de noble patetismo y anhelos.
Sobresalió notablemente de todo el reparto la mezzo Annalisa Stroppa, que fue una “Dorabella” prácticamente perfecta. Este personaje suele considerarse de menor relevancia y lucimiento que el de su hermana “Fiordiligi”, cuyo exigente discurrir por todo su registro, con momentos de gran tirantez y virtuosismo, resulta espectacular, si bien algo lineal; no en balde Mozart lo escribió como parodia de la ornamentación pirotécnica de las prime donne de la ópera seria barroca. En los recitativos de “Dorabella”, su dicción, fonética, prosodia y articulación del texto fueron un verdadero regalo para los espectadores conocedores de su lengua.
Sin embargo, el papel de “Dorabella” es más poliédrico, más humano, más femenino y lleno de claroscuros, que Annalisa Stroppa supo exponer con una rica paleta de colores vocales, llenos de expresividad. Demostró una uniformidad muy destacada en todo su registro y con perfecta técnica e inteligente uso de los reguladores, apoyada en un fiato muy notable, logró los matices que requiere su psicología, más rica y compleja que la de su hermana. Impecable en la muy ágil aria “Smanie implacabili” y con picardía, voluptuosidad, carnosidad y sensualidad en “É amore un ladroncello”.
La joven soprano italiana Claudia Pavone cantó con buena técnica, entrega y agilidad suficiente sus dos arias de bravura, aunque se notaron algunas deficiencias en el pasaje de la voz y los sobreagudos resultaron a veces descoloridos y algo descarnados, faltos de armónicos. Su afinación y emisión de la voz fueron impecables. Carece, empero, del dramatismo que precisa este personaje en algunos críticos momentos.
Para terminar con las féminas, causó una grata sorpresa la joven soprano ligera valenciana, en la mitad de su veintena, Marina Monzó, quien debutó acertadamente el rol de “Despina” de manera pizpireta, atrevida y descarada y de comedida comicidad.
También debutaba el rol de Don Alfonso en Las Palmas el bajo-barítono Riccardo Fassi, que está en el inicio de una carrera profesional que pude ser importante. Es ya un consumado belcantista, domina la técnica de la voce in maschera y es, además, un gran mozartiano que goza de estupendos medios vocales. Su técnica de bel canto es de primera. Fue un imponente Don Alfonso sin canas, dada su juventud, pero con la madurez, más que de un cínico, de un escéptico filósofo ilustrado.
De los dos soldados hay que destacar ante todo su entusiasmo y juventud. Paolo Fanale, “Ferrando”, es un interesante tenor italiano que ha cantado ya en grandes teatros internacionales y que interpreta personajes que requieren un registro de voz y unas hechuras de lírico-ligero. Técnicamente está todavía verde, con poco dominio de la voce di testa, de fiato algo corto, y un tanto inexpresivo a veces, lo que quedó patente en algunos recitativos y conjuntos. Pese a ello, su interpretación de su bella aria “Una aura amorosa” fue más que notable y en momentos, conmovedora y de una ternura que surge de la cremosidad de su registro medio y de su buen fraseo. “Guglielmo” fue interpretado por el también muy joven barítono lírico catalán Carles Pachón, que cantaba ese papel por vez primera. Está recién salido del cascarón de los concursos internacionales de canto (Tenor Viñas, Alfredo Kraus) en los que ha logrado grandes éxitos. En este dramma giocoso, es demasiado lírico para su personaje, al que tanto Da Ponte como Mozart dieron más peso dramático en esta ópera. Hay que tener en cuenta que la tesitura de “Guglielmo” es a veces más baja que la de “Don Alfonso”, a la vez que requiere de un registro agudo propio de un barítono lírico.
Respecto de la pareja de amantes masculinos, hubiese sido deseable que no hubiesen tenido timbres tan similares, lo que hace perder brillantez a sus dúos y otros conjuntos en los que intervienen los dos.
Si algo hay que resaltar del maestro Giuseppe Sabbatini es su buen hacer como concertador, consecuencia muy posiblemente de sus estudios de canto y la carrera de tenor que compagina con la de director musical. Hizo que la orquesta dejara todo el protagonismo a los cantantes, aunque supo no sólo acompañar con acierto, sino subrayar sutilmente, con acentuaciones discretas, mórbidas y matices sobreentendidos –algunas veces, contradictorios con lo que expresa el cantante, un logro genial de Mozart—en vez de violentos énfasis descriptivos y emocionales.
La orquesta Filarmónica de Gran Canaria respondió de forma algo irregular, con destacadas intervenciones de vientos y maderas—especialmente los oboes y clarinetes, tan fundamentales en esta partitura—, escaso, aunque claro y trasparente, sonido de las cuerdas, y metales y timbales ruidosos y más propios de las bandas de música de pueblo italiano, algo que es muy del Verdi de sus anni di galera que del genio salzburgués. Estos excesos destemplados hicieron que la obertura sonara algo vulgar y falta de fineza.
También hay que elogiar con calor a Kelly Thomas que acompañó—con matices incluidos—los recitativos con un fortepiano de época que sonó con claridad cristalina y justo volumen.
El Coro de la Ópera de Las palmas de Gran Canaria, bastante reducido, estuvo dominado por unas “mezzosopranos optimistas en agudos” y las cuerdas masculinas fueron raquíticas, cosa que cuadra poco con los requerimientos de Mozart de un coro de soldados y marineros. Fernando Peregrín Gutierrez.
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