Crítica: Turandot en el Teatro Real. Primer y segundo reparto
Cuento congelado
Puccini: Turandot. Reparto: Anna Pirozzi, Jorge de León, Salomé Jicia, Adam Palka, Germán Olvera, Moisés Marín, Mikeldi Atxalandabaso, Gerardo Bullón, Vicenç Esteve. Dirección musical: Nicola Luisotti. Coro y Orquesta titulares, Pequeños Cantores de la JORCAM. Teatro Real, 3 de julio de 2023.
Tras aquellas ya lejanas representaciones de 2018 ha vuelto al Real esta producción de Bob Wilson, que repite permanentemente sus modos, sus métodos, sus concepciones. En esta ocasión hemos encontrado las mismas carencias, defectos y virtudes de hace años. En esta coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, fiel a su estilo, el regista norteamericano huye de la realidad y nos pinta un mundo cuajado de hermosas imágenes congeladas, de movimientos geométricos, de actitudes pétreas, esfíngeas.
Un antinaturalismo radical, extremo, una pintura bellamente cincelada a base de paneles corredizos, de un pormenorizado estudio de la luz, sabiamente manejada, de fondos monocolor, en los que, como elemento habitual, no falta la gran luna roja. Los solistas, coros y figurantes no guardan actitudes que podríamos considerar “normales”, miran siempre hacia el espectador, no dialogan entre sí y adoptan posturas y gesticulan a impulsos bien estudiados. Se mueven de atrás adelante como autómatas luciendo, eso sí, un vestuario fantasioso y estilizado, inspirado en la imaginería lacada de las antiguas dinastías.
“Turandot”, como pregona Wilson, y tiene razón, es un cuento de hadas y no tiene mucho sentido representarla en forma naturalista. Pero sí ha de hacerse de modo fantasioso y no tanto en un idioma de imágenes quietas y un movimiento de características geométricas. A veces, esa disposición frontal, ese ajetreo de mecano, esos aspavientos irreales, heladores –ejemplo: muerte de Liù: de pie, la cabeza inclinada, los brazos en ángulo- terminen por cansarnos en espera de que en algún momento el drama, que aletea a lo largo de toda la obra, la emoción que ha de desprenderse del amor inefable de la joven hacia Calaf, la tragedia que amenaza a éste si no acierta a resolver los enigmas, las contradicciones de Turandot, la inquietud del anciano Timur, las reacciones del pueblo haya que imaginárselos.
La dramaturgia resulta por todo ello fosilizada, inane, inexpresiva. Wilson, no sabemos si inteligentemente, intenta hallar la solución para dar vida interna al cuadro marcando un muy vivo contraste entre toda esa parafernalia y la intervención de los tres mimos, los ministros, los bufones y escépticos cronistas de lo que sucede, Ping, Pang y Pong, que aquí son auténticos y movedizos payasos que no paran de hacer cucamonas, saltitos, posturas absurdas. Una exageración que lastra una representación que Wilson plantea huyendo del tópico operístico; y cae, creemos, buscando ese antitópico, en lo contrario: en el tópico de la rigidez, del antiteatro.
Aunque hubo soluciones teatrales válidas, sugerencias interesantes, propuestas novedosas, como esa brillante aparición de Turandot o como ese cisne sobrevolando la escena, el estilizado bosque en el que parece atrapado Calaf, los trajes blancos de éste, Liù y Timur…
La frialdad de la puesta en escena contrastó y eso estuvo muy bien, con la fogosa, musculada, bien orientada y perfilada dirección musical de Nicola Luisotti, que supo también buscar momentos de ensimismamiento y encontrar trazos delicados a la hora de subrayar acentos, modelar intervenciones corales y respetar la línea vocal. Buen concertador que tuvo a su disposición a unos conjuntos en buena forma, atentos a sus órdenes. La tan compleja secuencia de los enigmas, con la que se cierra el segundo acto, fue bastante bien planificada. Aunque teatralmente resultara más bien ridícula.
Tuvimos en esta primera representación un buen plantel de voces. Turandot estuvo en la garganta de Anna Pirozzi, una spinto arrostrada, de buena coloración, centro anchuroso, timbrado, agreste, bien redondeado, y agudo percutivo y fulgurante. Cantó con propiedad su “In questa reggia”. Calaf fue Jorge de León, tenor valiente, fustigante, brioso, sólido y contundente. Lo hemos encontrado algo cansado con agudos esforzados y cupos, no tan bien proyectados como otras veces. Vibrato excesivo y escasos pianos. Valiente como es su costumbre. Alcanzó un buen Si natural agudo en el final de “Nessun dorma”.
Exquisita la Liù de Salome Jicia, lírica fina, fácil en el apianamento y en el filado. Correcto el bajo lírico que es Adam Palka. Muy bien los tres mimos, Germán Olvera, Moisés Marín y Mikel Atxalandabaso. Precisos y musicales a pesar de las cucamonas a las que estaban obligados. En su sitio Esteve como Emperador y Bullón como Mandarín (siempre en un cometido inferior a su calidad). Arturo Reverter
Segundo reparto:
Ewa Płonka, Michael Fabiano, Ruth Iniesta. El resto, el mismo del primero. 10 de julio de 2023
La puesta en escena de Bob Wilson de 2018 en coproducción con varios teatros responde a las ideas muy repetidas de su creador. Hoy ha envejecido y cansa tanta estaticidad. Siempre se ha dicho que el genio de un regista se demuestra en el manejo de las masas corales. Aquí permanecen prácticamente inmóviles salvo cuando, como en el primer acto, se dedican a dar dos pasos adelante y dos atrás. En definitiva: sin interés alguno salvo su esteticismo.
Las orquesta y los coros -por cierto, de estos despidiéndose Andrés Maspero tras un gran trabajo de años, sonaron con excesivo volumen, no sólo creando un problema a los cantantes, sino al mismo coro, a veces inaudible ante tato decibelio desde el foso. Por lo demás, buena prestaciones de todos.
Ewa Plonka resuelve el temible papel gracias a su registro agudo, sin poder hacer justicia a las notas graves de su partitura. Michael Fabiano es tenor de la casa, siempre más eficaz y resolutorio que interesante o brillante. Tanto el “Non piangere, Liú” como el “Nessun dorma” pasaron sin pena ni gloria, aunque con aplausos del público- por falta de intención, de poesía, algo difícil por otro lado cuando se ha de competir con tanto decibelio. A Ruth Iniesta, una correcta Liú, la hemos visto en papeles mucho más acordes con su talento.
En definitiva, una función más. Gonzalo Alonso
Decepción, ridícula puesta en escena. Pagar por esto y 3 meses esperando. No se merece. Coros y voces impecables.