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Por Publicado el: 17/02/2019Categorías: En vivo

Critica: Un concierto raro

Un concierto raro

CICLO “MÚSICOS CON LA FUNDACIÓN”.Andréi Shibko y Carlos Santo (pianos). Obras de Mozart, Janáček, Chopin, Liszt, Rajmáninov y Gershwin. Lugar:Palau de la Música (Sala Joaquín Rodrigo). Entra­da:Alre­de­dor de 350 perso­nas. Fe­cha:Jueves, 14 febrero 2019.

Se llenó casi la Sala Rodrigo del Palau de la Música para escuchar un concierto raro. Dos pianistas disímiles, opuestos. Agua y aceite. Como si los promotores –Fundación Più mosso- se hubieran empeñado en confrontar dos maneras de hacer música. Frente al piano aséptico, gélido, comedido, previsible como un autómata y siempre pulquérrimo del joven Carlos Santo (Novelda, 1999), se impuso el pianismo arrollador, hipervirtuoso, precipitado hasta el desbordamiento y cargado de vitalidad del bielorruso Andréi Shibko (Minsk, 1975). Bisoñez y maestría. Comedimiento y fuego. Control y pasión.

Carlos Santo es un joven talento cuyo perfilado piano crecerá en la medida en que se libere el artista que previsiblemente se agazape detrás de su parquedad vital. Toca como saluda y como cabe suponer que es. Demostró bisoñez casi autista cuando, ajeno al barullo de gente aún entrando y acomodándose en la sala, acometió el primero de los Nocturnos opus 62de Chopin como si lo que hubiera a su alrededor –¡el público!, “¡el respetable!”, que dicen en la jerga taurina- no fuera con él. Destruyó así cualquier posibilidad de hacer sentir con su bien estudiada versión. Tampoco supo acomodar su interpretación a la realidad acústica de la sala, con lo que el pedal resultó con frecuencia excesivo –particularmente en la Fantasía en do menorde Mozart-. Lo mejor llegó con la música única e inconfundible de Janáček, de quien tocó el ciclo En la niebla, que el compositor moravo escribe en 1912 y cuyo arcaico Prestofinal resolvió con evidente suficiencia técnica.

Después del mesurado “aperitivo” de Carlos Santo, llegó y se impuso la veteranía y fogosidad de Andréi Shibko, profesor del Conservatorio Chaikovski de Moscú, cuyo ímpetu abrasador y velocidades de vértigo, a cien mil por hora, parece más empeñado en alardear de su virtuosismo apabullante que en dar rango a su caudal expresivo. El inicio de su actuación, con un Mozart desbocado, de exageradas dinámicas y un pedal aún más excesivo que el de Santo, apuntaba  lo peor. Los desmanes infligidos a la Sonata en Do mayor K 330continuaron en una caricaturizada Polonesa en do sostenido menorde Chopin cargada de brusquedades y excesos dramáticos y hasta melodramáticos.

Un vuelco radical dio su actuación con la brillantísima interpretación de la Duodécima rapsodia húngarade Liszt, en la que el virtuosismo epidérmico y pirotécnico se conjugó y alió con la sabia escritura lisztiana. Luego llegaron músicas de Rajmáninov –Elegíay Cuatro preludios– dichas tan embarullada y precipitadamente como laRapsodia en blueque cerró el programa. Pero inesperadamente su actuación quedó asombrosamente redimida fuera de tiempo, cuando ya había concluido el programa, en los dos bises chopinianos regalados, ambos en do sostenido menor –el Nocturno póstumoy el Vals opus 64 número 2– y los dos tocados con la hondura, temple y finura que hasta entonces faltó en tan raro concierto. Justo Romero

Publicado en el diario Levante el 16 de febrero de 2019

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