Crítica: Un músico completo en la OCNE
UN MÚSICO COMPLETO
Obras de Weber, Widmann y Mendelssohn. Orquesta Nacional. Jörg Widmann, clarinete y dirección. Auditorio Nacional, 26 de febrero de 2021.
Widmann (Munich, 1973), cuyas habilidades como compositor y clarinetista ya conocíamos (fue músico residente del CNDM hace pocos años) se nos ha revelado en este concierto también como un muy dotado director de orquesta, que ha sabido obtener un buen rendimiento de la Nacional traduciendo una estimulante “Sinfonía nº 5”, “De la Reforma”, de Mendelssohn. Sin batuta, con un gesto claro, de brazos abiertos, con frecuentes batidas de abajo arriba y eléctricos impulsos de certera eficacia, logró conformar una versión muy animada, vitalista, bien fraseada, quizá en exceso presurosa, pero adecuadamente planificada y de dinámicas contrastadas, lo que se observó desde el mismo comienzo, tras las altisonantes frases del metal, en pianos bien administrados. Maderas espirituosas en el “Trío” del “Allegro vivace” y cálida exposición temática y diálogos finamente diseñados de las cuerdas, sobre las que se depósito la luz radiante de la flauta de Octavio, en el Andante. El “Finale” se acometió a todo gas, con imitaciones bien resueltas, un poco “a lo Toscanini”. Seguimos con claridad los cruces temáticos y asistimos en el “Maestoso” a los planteamientos hímnicos de los compases postreros.
La sesión se abrió con una fulgurante interpretación del “Concertino para clarinete y orquesta op. 26” de Weber, donde el solista ya advirtió se su clase nada más esbozar la larga frase de apertura, bien dibujada y ligada. Los pasajes de virtuosismo no parecieron ofrecer para él ningún problema y bordó las escalas y sobreagudos del cierre a un tempo casi desbocado. Tocó rodeado de mamparas con esporádicos gestos orientativos hacia sus acompañantes, que tocaron con presteza y diligencia. Como en toda la agradable reunión, que situaba en su centro una obra del propio Widmann, “Con brio”, estrenada en Munich en 2008. Se trata de una virtuosa composición que trabaja sobre materiales provenientes de las “Sinfonías 7” y “8” de Beethoven, en claro proceso deconstructivo que pretende ser, como expone el compositor, “un ejercicio de furiosa y rítmica insistencia. Una forma de sonata es sustituida por un Scherzo. Hay rasgos de humor beethoveniano. Los timbales están en el centro de atención desde el comienzo”. Timbales en los que brilló, como acostumbra, Juanjo Guillem.
Frases entrecortadas, acordes secos y masivos, súbitos silencios y resplandores, golpes de las baquetas sobre el metal de los parches, disonancias ásperas y agrestes, locos “pizzicati”, Continuas subdivisiones de compás, retazos a través de los rayos X de células beethovenianas, episódicos “maremágnums”. De repente, hacia el final, advertimos un paisaje tranquilo, lunar, sobre el que el flautín deja oír su voz. Tres acordes con “pizzicati” ponen fin al proceloso y animado viaje, en el que Widmann como se dice hizo sonar muy bien a la Orquesta. Arturo Reverter
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