Crítica: un Primavera de Praga dedicado a España
La Primavera de Praga mira al Sur
El prestigioso Festival de Música dedica a España su 74 edición
España, su música e intérpretes, ha sido protagonista del Festival Primavera de Praga, una de las citas musicales más prestigiosas de la agenda internacional, por la que han pasado los más grandes artistas y orquestas de las últimas siete décadas. Su 74 edición se clausuró ayer en la capital checa con intenso sabor español, tras haber albergado conciertos protagonizados por solistas como Javier Perianes, Leticia Moreno o el trompetista Manuel Blanco. Todos ellos han compartido cartel en tan española edición con otros grandes nombres, conjuntos y orquestas internacionales, como Les Arts Florissants y William Christie, el Ensemble Intercontemporain de París, la Orpheus Chamber Orchestra, Santa Cecilia de Roma con Antonio Pappano, Sinfónica de Bamberg, Capitole de Toulouse con Emmanuel Pahud y Tugán Sójiev, Jan Lisiecki, Isabelle Faust, Alexánder Vedernikov, Lisa Batiashvili…
Ambientada en el entorno propicio de unas temperaturas -¡hasta 36 grados alcanzó el termómetro el domingo en la capital checa!- que en estos días eran más propias de Sevilla que de la ciudad de Kafka, la calurosa presencia española en el legendario festival se abrió con el exitazo de la Orquesta de Cadaqués, que con Jaime Martín al frente culminó el 30 de mayo su actuación en la sala Dvorak de la impresionante Rudolfinum con el público praguense tatareando por lo bajini en la tanda de bises la Danza del Fuego de Falla y el preludio de La Revoltosa, del alicantino de Villena Ruperto Chapí.
Los músicos cadaquenses –entre los que figuraban como invitados solistas valencianos como la violinista Esther Vidal y el contrabajista Francisco Lluc– ya habían seducido antes al conocedor y bien acostumbrado melómano checo con sus resplandecientes y animadas interpretaciones de las orquestaciones realizadas por Albert Guinovart de las pianísticas Asturias y Castilla de Albéniz, completadas con una veloz lectura de la primera suite de El sombrero de tres picos y una Sinfonía de Arriaga que se percibió casi más bruckneriana que mozartiana. Minutos antes del concierto, en el tapizado y espacioso camerino del Rudolfinum que antes fue de Rafael Kubelík, Karel Ančerl o Václav Neumann, y ante retratos ya en sepia de Mravinski, Michelangeli y otras leyendas que parecen mirar por la espaciosa ventana directamente al Moldava, Jaime Martín no ocultaba su satisfacción de encontrarse en un lugar tan “emblemático y cargado de memoria”.
La muy brillante acústica de la sala realzó y potenció el sonido de la orquesta, y recordó otras remotas y memorables interpretaciones fallescas producidas en el mismo espacio festivalero. De hecho, tan decidida pasión por la música española en absoluto es novedosa en la viva y rica vida musical de la cuna de Dvorak, Mahler, Janáček o Martinů. Las grandes orquestas checas han frecuentado desde siempre la obra de compositores españoles como Manuel de Falla, del que incluso firmaron versiones de indudable mérito, como las dejadas hace décadas por la Filarmónica Checa con Jean Fournet (El sombrero de tres picos) y Antonio Pedrotti (Noches en los jardines de España, con el gran pianista checo Jan Panenka como solista), o la Sinfónica de la Radio de Praga con Alois Klíma, en una visión tan vibrante de El amor brujo como la ahora brindada fuera de programa de la Danza del fuego por los músicos de Cadaqués y Jaime Martín.
La violinista Leticia Moreno, madrileña afincada en Valencia, sedujo e incluso enfervorizó al público con su interpretación cálida, apasionada, preciosista y aparatosa de las Cuatro estaciones porteñas, de Piazzolla, una obra que le va como anillo al dedo. Javier Perianes, que desde hace tiempo está consolidado como figura pianística de primer rango internacional, optó el viernes para su debut con la formidable Filarmónica Checa por el Concierto en Sol de Ravel. Fue en la otra gran sala de conciertos de Praga, la céntrica Bedřich Smetana, con la colaboración en el podio del francés Louis Langrée, actual titular de la Sinfónica de Cincinnati.
En su madurez joven y gozosa, Perianes bordó una lectura ciertamente memorable. Natural, perfecta, nítida, poderosa de sonoridad y filigranesca en el detalle; cantada en el sentido segundo movimiento con ese lirismo y legato que le convierten en artista único e inconfundible del teclado contemporáneo. Fue la mejor realización del concierto raveliano escuchada en años. En línea con Michelangeli y otros servidores sublimes de esta obra maestra. El público de la Primavera de Praga, que entiende un rato y ha escuchado a todos los grandes, desde Richter y Guilels a Sokolov o Kissin, se volcó con el solista al final del concierto. El éxito fue realmente excepcional, y se prolongó tras la propina susurrada de un nocturno de Grieg que fue pura magia. ¡Puro Perianes!
La Filarmónica Checa, una de las grandes orquestas del planeta, lució en su acompañamiento la calidad puntera de sus cuerdas y una sección de madera que no alcanza tal excepcionalidad. Incluso hubo accidentales pero notorios deslices. Luego, en la segunda parte, con la Sinfonía de César Franck, la orquesta sonó tan maravillosamente como de costumbre, pese al desquiciado gobierno de Louis Langrée, quien parecía empeñado en sacar de quicio la única y gran sinfonía del compositor franco-belga. Las ensordecedoras dinámicas –siempre entre más que fortííísimo y forte– y los tempi de vértigo derrumbaron el estupendo monumento sinfónico franckiano. Cuando se tiene un Ferrari entre las manos –y la Filarmónica Checa lo es- hay que conducirlo con extremo tacto y sabiduría: la respuesta pronta del acelerador es una tentación para el desastre. Langrée pisó a fondo sin ser Fittipaldi y se estrelló.
También se pasó cuatro pueblos el domingo la muy discreta y aún más vehemente directora australiana Jessica Cottis (1979) en su concierto al frente de la Sinfónica de la Radio de Praga, un conjunto estupendo pero sin el rango excelso de sus paisanos de la Filarmónica Checa. Sustituía a la mexicana Alondra de la Parra, que canceló su cita con la Primavera de Praga por “graves asuntos familiares”, según su propio comunicado. La Cottis, se mueve, retuerce y requeterretuerce sobre el podio, y desborda y queda desbordada por el estímulo de la música: enerva más que estimula. ¡Los contorsionados movimientos laterales de cadera recuerdan a algún conocido y veterano director español! Su desbocada Petrushka de Stravinski hubiese ganado enteros de haber sido adobada con buenas dosis de Orfidal para ella o para el público. ¡Quizá para todos! Ídem de ídem en la trepidante Obertura festiva de Shostakóvich que abrió el programa, que ante tanto jaleo casi reclamaba una Aspirina.
Lo único remarcable de este concierto fue la muy profesionalizada respuesta de los músicos de la Radio de Praga y la actuación solista del trompeta Manuel Blanco, espectacular virtuoso en el comprometido Concierto para trompeta y orquesta del armenio Alexánder Arutunian. Ciudarrealeño de Daimiel, Blanco mostró y demostró en la capital checa las razones por las que se ha convertido en un as de la trompeta contemporánea. Con un sonido maravillosamente proyectado en la acústica luminosa –y por ello peligrosa- de la Sala Smetana; con un fraseo vibrante y de enorme aliento y un fiato que parecía extender el sonido al infinito, aportó nuevos colores, registros y sensualidades al virtuosístico concierto de Arutunian, que él acercó a sus raíces populares entroncadas en el rico folclore armenio. Al final, sonaron bravos por todos sitios y el público, puesto en pie, no cesó hasta que llego el bis de un Piazzolla de cortar el aliento. Fue el colofón de la caliente edición española de la Primavera de Praga. Al despegar, ayer, a las seis de la tarde, 34 grados en el aeropuerto Václav Havel. Y sin abanico ni botijo. ¡Olé! Justo Romero
Publicado el 5 de junio en el diario LEVANTE
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