Crítica: Un ‘Sansón y Dalila’ de nuestros días
SANSÓN Y DALILA (SAINT-SAËNS)
Un Sansón y Dalila en nuestros
Mérida. Teatro Romano. 65 Festival Internacional de Teatro Clásico. 27-VI-2019. Saint-Saëns: Sansón y Dalila. María José Montiel (Dalila), Noah Stewart (Sansón), David Menéndez (Sumo Sacerdote), Simón Orfila (Viejo hebreo), Damián del Castillo (Abimelech). Coro de Cámara de Extremadura. Orquesta de Extremadura. Dirección de escena: Paco Azorín. Dirección musical: Álvaro Albiach.
En coproducción con el Teatro de la Maestranza de Sevilla, al que llegará en noviembre, el Festival de Mérida ha decidido abrir su edición número sesenta y cinco con una muy especial y cuidada versión de Sansón y Dalila. Paco Azorín lleva el enfrentamiento entre filisteos e israelitas al contexto de los numerosos conflictos que sacuden hoy el Próximo y Medio Oriente, fijándose especialmente en las consecuencias que dichos conflictos acarrean para la inocente población civil: represión, torturas, exilio, la búsqueda de asilo en un mundo cada vez cerrado a la solidaridad. Historias que saltan cada día a los noticiarios y a la prensa y para cuya materialización Azorín ha querido contar con unos cuatrocientos figurantes procedentes de diversos colectivos y ONGs extremeñas dedicados a la atención de personas con diversidad intelectual o de movilidad. El resultado, especialmente en el primer acto, es espectacular y muy impactante.
En lo puramente vocal sólo hubo una protagonista, una María José Montiel que ha hecho de Dalila, como también de Carmen (¿pensará en ella el Maestranza para esa Carmen que no se programa allí desde 1992?), sus alter egos, con los que se mimetiza de tal manera, que ya desde su primera salida a escena llena de elegancia en el andar y con toda intención en las miradas y gestos, hacía que el público se identificase inmediatamente con ella. Y a pesar de una amplificación irregular, su manera de frasear “Printemps qui commence”, con un legato lleno de morbidez, con medias voces que sonaban como una caricia sonora y unos pianos y pianísimos perfectamente sostenidos y audibles, provocó un auténtico escalofrío en quien escribe, sobre todo pensando en lo que estaba por venir. Y que era nada menos que ese bellísimo segundo acto en el que Montiel tenía que pasar del dramatismo del dúo com el Sumo Sacerdote al lirismo de la seducción de Sansón. Como sospechábamos, “Mon cœur s’ouvre à ta voix” fue paladeada sílaba a sílaba con una línea de canto sinuosa y seductora, con leves inflexiones que buscaban el acento apropiado para cada momento y con largas frases sostenidas sobre un fiato privilegiado.
Lástima que no tuviese frente a ella a un Sansón de su categoría. Noah Stewart es una voz totalmente inadecuada para este personaje. De técnica deficiente y voz de emisión dubitativa, estrangulaba continuamente en la zona de paso y apenas si conseguía mantener la afinación a todo lo largo de la noche. Su final del famoso dúo de amor estuvo al borde del precipicio vocal en el “Je t’aime!” final. No fue así con los otros tres solistas, un sólido Orfila de voz poderosa aunque con tendencia a temblar en la zona grave; un Menéndez que sabe hacer creíble su personaje mediante la incisividad de su fraseo y un Damián de Castillo que domina la escena con su bello timbre de tonalidades oscuras y amplia proyección. Con los problemas inherentes a tener a veces que cantar disperso por la gradería y la escena, el Coro de Cámara de Extremadura resolvió con gran nota su compleja y larga parte en esta ópera, cuya versión escénica le obligaba a formar parte de la acción continuadamente. Albiach planteó una dirección muy cuidadosa en el fraseo de los pasajes líricos y contundente pero clara y transparente en las dramáticas, sabiendo respirar con los cantantes y beneficiándose de una Orquesta de Extremadura muy empastada y de sonido muy cuidado en todas sus secciones. Andrés Moreno Mengíbar
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