Crítica: ¿Utópico? ¿Ucrónico? Un gran Bodella
DIVA (A. BOADELLA)
Crítica: ¿Utópico? ¿Ucrónico? Un gran Bodella
Fecha: 12-IV-2021. Lugar: Teatro Victoria Eugenia, San Sebastián. Programa: Diva, de Albert Boadella. Intérpretes: María Rey-Joly (soprano), Antoni Comas (tenor). Director: Albert Boadella.
En la Grecia antigua denominábase catarsis (kátharsis) a la purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica. En semejante situación psicológica salió quien estas líneas escribe, tras presenciar durante 80 minutos, plenamente absorto, cuanto ocurría sobre el escenario del donostiarra Teatro Victoria Eugenia durante la representación de la obra Diva, cual creación sublime de ese gran dramaturgo que es Albert Boadella, quien a través de este drama lírico expone el profundo conocimiento que tiene sobre el espíritu existencial de la excelsa soprano que fue María Callas y sus sólidos conocimientos del mundo de la lírica.
Boadella se sumerge en el desarrollo de la esencia de la tragedia griega, cual Eurípides hace, dimensionando -en más o en menos- el destino del ser humano (el pathos), a través de un planteamiento utópico de los días finales en la vida de María Anna Cecilia Kalogueropoúlo, creando momentos de soberbia en su conducta dentro unos tensos diálogos con el ya premuerto Aristóteles Sócrates Onassis, en los que ella termina siempre dejando ver el sometimiento de su voluntad ante el poder del amor que sintió por el zafio, viejo y pequeño naviero, cuando -por ejemplo- les unen sus sentimientos grecos en el famoso sirtaki bajo la música de Mikis Theodorakis, de la película “Zorba, el griego”, o el suave balanceo sobre el yate ‘Cristina’ en aguas del pacífico Egeo.
De la citada utopía Boadella pasa a la tensión ucrónica, situando la tensión del drama a través de un tercero, el modesto y servicial maestro repetidor, a quien denomina Ferruccio, siempre preocupado porque su alumna recupere la voz, ya perdida irremisiblemente, en las horas de trabajo de su apartamento parisino de la avenida de Georges Mandel. ¡París, siempre París!: un imán que absorbe al piano de media cola, a la alfombra verde, al viejo pick ap para reproducir los discos de vinilo de la Diva, y una cheslong donde agoniza en pos de una muerte deseada a sus 53 años.
La maestría de Boadella no solo está presente en la construcción de los mordientes diálogos, sino en el trabajo actoral (medido al milímetro) que imprime a los personajes, debiendo de distinguirse el desdoblamiento, según venga al hecho de cada momento, del humilde repertorista al enfático y altanero Onassis, incluso creando distorsiones de expresividad corporal realmente admirables en el trabajo del tenor/actor Antoni Comas, como es el caso álgido de cuando se atreve -con total vergüenza y timidez- a besar la mano de su alumna declarándole su amor platónico y recibe el rechazo cruel y humillante de una Callas altiva y mordaz. Comas actúa en un travestismo convincente y a la vez doliente. Canta en su tesitura de tenor y toca estupendamente el piano, a la par que María Rey-Joly hace un trabajo canoro totalmente meritorio, cantando pequeños retazos de arias que dieron el oro a la voz del mito Callas, mientras sobre el tocadiscos gira la grabación fonográfica de su voz. La soprano está casi siempre en su altivez del papel de diva y pocas veces se humaniza salvo cuando canta el aria “Solo un pianto” de la ópera ‘Medea’ de Luigi Cherubini, como ocasión para que Boadella aplique la ucronía del diálogo entre la propia Medea y Jason (Callas y Onassis) en torno a su engañosa boda mitológica. Ochenta minutos en lo que la emotividad levita dentro de una tortuosa atmosfera constante. Manuel Cabrera.
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