Crítica: Varvara y la Euskadiko Orkestra. Un piano de lujo
EUSKADIKO ORKESTRA (M- CHEN)
Un piano de lujo
Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Jokinduarien usainua, for soprano and orchestra, de Joël Mérah; Concierto para piano y orquesta nº 3, de Bela Bartok, (propina de piano Le rappel des oiseaux, de Rameau); y Sinfonía nº 7 en La mayor, Op. 92, de L. v. Beethoven. Pianista: Varvara. Voz solista: Christina Daletska. Orquesta: Euskadiko Orkestra. Directora musical: Mei-Ann Chen. Fecha: 2 de febrero de 2022.
No pasará a la historia de la EO (Euskadiko Orkestra) el concierto que en estas líneas se valora, con la salvedad de haber escuchado a una pianista de gran talla artística, como más adelante se comentará. De entrada, la obra del francés Mérah, realizada por encargo del el proyecto “Elcano”, es una composición en la que la presencia del sonido de la mar brilla por su ausencia, donde las atonalidades son impropias de la música de la época de Juan Sebastián, salvo unas pequeñas pinceladas de colores melódicos, y con el acompañamiento de la voz de una mujer que se dedica la mayor parte de duración de la obra (17 minutos) a emitir sonidos sobre vocales, con dos breves momentos de canto de texto, en euskera, que a causa de una no buena vocalización, apenas fue comprensible. Voz corta, inexpresiva y con poco trabajo en el que mostrar su técnica.
Con Bela Bartok la cosa fue a mejor, sobre todo con el excelente trabajo que sobre el techado realizo la pianista moscovita Varvara, acreditada como una de las mejores y de mayor relieve en la actualidad, agraciada como muchos y acreditados premios internacionales. Fue la heroína de la velada, ya que su trabajo en la compleja obra de Bartok resultó un dechado de elegancia y finura en el uso de las regulaciones sonoras a través de una técnica depurada en el manejo de los dos pedales. Tan fue así que hubo de salir en tres ocasiones a recibir, en solitario, el beneplácito del público, haciendo el regalo de la breve pieza de francés Jean-Philipe Rameau con Le rappel des Oiseaux, como ideal delicia de despedida.
La EO dejó ver pequeños desajustes en sus secciones, interpretando la Sinfonía nº 7 en La mayor, OP. 92, de Beethoven, achacables a una dirección poco dúctil, muy militarizada en los movimientos de los brazos, dejando a un lado las modulaciones de los crescendi y diminuendi, con un sonido muy uniforme, en grado alto, y donde tan solo (no queda otro remedio) se pudo disfrutar del segundo movimiento Allegretto, que pecó de la necesaria suavidad expresiva para el recreo de los aficionados asistentes. El podio, sobre el que estaba la taiwanesa/norteamericana Mei-Ann Chen, era un permanente flujo de movimientos de brazos. Cierto que los tiempos con la batuta fueron marcados pero con una amplitud de trazado inusual y el antebrazo izquierdo con su correspondiente mano se disparaban con una potencia inadecuada que hubiere tenido un mejor resultado mediante una labor más sedosa en los gestos. Su trabajo estuvo cerca del notable, pero se quedó en un aprobado alto. Manuel Cabrera
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