Crítica: Yuja Wang, equivocar lo importante
Obras de Rachmaninov, Scriabin, Ligeti y Prokofiev. Yuja Wang, piano. Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 22-V-2018.
Mario Muñoz Carrasco
A veces, con todo a favor, se confunden las cosas. Pocas primeras figuras del mundo del piano pueden presumir de las habilidades de Yuja Wang: versátil, técnicamente inverosímil, valiente en su elección de programas y de un vigor que se escapa del escenario. Y con todo y con eso aún está lejos de encontrar ese equilibrio entre el “poder hacerlo” y el “querer hacerlo”. Se vio durante todo el recital de anoche, una catedral gótica del pianismo empeñada en demostrar su altura sin pararse a pensar demasiado qué colores necesitan según qué pasajes. Por tener, la pianista china tiene todo lo importante pero olvida lo que tiene importancia. El programa original era un sugestivo paseo por el polifacético primer siglo XX, con Rusia en su epicentro y mucho repertorio aledaño, siempre con una primera figura en el punto de mira pero con alguna de sus obras más de periferia, recorriendo cada parada intermedia entre tradición y vanguardia.
El primer grupo de piezas cortas estaba conformado por preludios y estudios de Rachmaninov, una música con un equilibrio sonoro casi imposible entre ambas manos y enormes dificultades a la hora de planificar las dinámicas. El resultado fue potente pero algo sucio en la mano izquierda, sin acabar de encontrar el lugar exacto de lo evocador. El Preludio en Si menor op. 32, n.º 10 fue lo más convincente del conjunto por la desnudez de su lirismo. La Sonata para piano n.º 10, op. 70 convocó mejor su bruma casi tangible, con una Wang comedida y con mayor capacidad para indagar en los aspectos menos obvios de la partitura. Por su parte los tres estudios de Ligeti quedaron un poco desdibujados quizás por la ausencia de esa ironía que les da sentido.
La segunda parte no bajaba el grado de dificultad con la Sonata para piano n,º 8, op.88 de Prokofiev, una ecuación prácticamente irresoluble que plantea el tránsito entre el fraseo de ayer y la armonía de mañana. Wang cumplió con muchas de las necesidades de la obra, dando sentido a su rítmica compleja y claridad a su estructura, pero el resultado fue algo carente de sustancia. En cualquier caso el espectáculo comenzaba tras el concierto, con los seis bises que regaló al enfervorecido público repletos de pirotecnia y vértigo, desde las Variaciones sobre un tema de Carmen de Horowitz hasta la adaptación de Volodos de la Marcha turca mozartiana. Todo tan impresionante como errado. Esperemos que dentro de unos años contemplemos estos recitales como los pecados de juventud de una pianista excepcional.
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