Critica:Fahmi Alqhai, “¡Qué irse! ¡Qué apagarse!”
“¡Qué irse! ¡Qué apagarse!”
Critica de clásica / Auditorio Nacional
Obras de Rossi, Monteverdi, Hidalgo y otros. Roberta Mameli (soprano) y Juan Sancho (tenor). Accademia del Piacere. Director: Fahmi Alqhai. Ciclo Universo Barroco (CNDM), Auditorio Nacional, Madrid. 4-XII-2018
Bajo el título Il Gran Teatro del Mondo, el siempre inquieto Fahmi Alqhai y su Accademia del Piacere hilvanaron un programa centrado en los años de eclosión y desarrollo operísticos inmediatamente posteriores a la irrupción monteverdiana, unas óperas 2.0, si se quieren ver así, que avanzaban a buen paso hacia la madurez. Son los años que se han venido a agrupar bajo la etiqueta de “Venecia, 1637”, momento crucial donde el teatro público de ópera despegó definitivamente con un modelo propio tanto en lo artístico como en lo mercantil. De la música surgida al amparo de esta época y de sus transferencias musicales con España iba, en último término, el hilo argumental de la velada, que funcionaba sin pausa alguna.
En la parte instrumental (obras de Rossi, Sanz o Marini), la Accademia demostró gusto en la construcción de la tímbrica –aspecto esencial en este repertorio–, aunque algunos finales no fueron todo lo precisos que se deseaba. Destacó Miguel Rincón a la tiorba, con bellas ornamentaciones y buen sentido del color. La Sinfonia gravede Salamone Rossi que abría la noche sirvió como ejemplo de las flores secretas que se esconden en el patrimonio musical de estos años y de cómo exponer esta retórica de los afectos. Con todo, el peso real del concierto recaía en las piezas vocales del programa, donde se incluían lamentos, muertes y desolaciones (también con espacio para la burla y el retruécano), encargados a dos cantantes de amplia experiencia barroca como Roberta Mameli y Juan Sancho. La química entre ellos funcionó desde un primer momento. El tenor sevillano cantó con la solvencia y gusto acostumbrados, dejando de lado nasalidades e integrando su timbre como parte de la construcción de los personajes que abordaba.
Un peldaño por encima estuvo Roberta Mameli, soprano de cuidada proyección, buen catálogo de ornamentos y otro tanto de recursos dramáticos imbricados con el canto. Si funcionó bien en lo bufo, donde destacó de verdad fue en lo recurrentemente trágico, hasta el punto de recordar aquella frase mítica del cine absurdo español: “Se está muriendo divinamente, ¡qué irse! ¡qué apagarse!”. Su última intervención a solo, Adiós, prenda de mi amor, de José de Nebra, consiguió uno de esos momentos mágicos tan difíciles de lograr cuando las piezas se cantan independientes de sus tramas. Con la repetición (más informal y bufa) de Trompicávalas Amorde Juan Hidalgo finalizó con gran éxito la visita anual de uno de los más habituales colaboradores del CNDM. Mario Muñoz Carrasco
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