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Por Publicado el: 01/10/2010Categorías: Diálogos de besugos

Críticas a Mahagony en el Real

Llegan las primeras críticas a “Mahagony” en el Real, una producción que aprueba con notable.

LA RAZÓN
LA PODREDUMBRE SE ADUEÑA DE MAHAGONY
Teatro Real
WEILL/BRECHT: Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny. Measha Brueggergosmann (Jenny), Willard White (Moses), Michael Kónig (Jimmy), Jane Henschel (Leocadia), y Mcintyre. Dirección escénico: Carles Padrissa, Alex Ollé (La Fura dela Baus). Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Pablo Heras Casado. Teatro Real, 30 de septiembre de 2010.
En apenas dos años, 2008 y ahora mismo, “Mahagonny”, una página infrecuente del repertorio, se ha visto en dos excelentes producciones. Lo fue la de Mario Gas hace dos campañas en el Matadero Municipal y lo es la que acaba de proponer en el Teatro Real el tándem Carles Padrissa / Alex Ollé. “Mahagonny”, de 1930, que narra la creación de una ciudad en un hipotético desierto costero –hermosa contradicción-, creada por maleantes, coincide en el tiempo con el nacimiento real de Las Vegas, edificada en pleno desierto de Nevada en 1931 por la mafia. Y no sería excesivo que el profético lema de Bertold Brecht –“comer, amar, boxear y beber”-fuera transferible de la urbe ficticia a la real.
La Fura del Baus, responsable del nuevo montaje, juega con una estética que está a mitad de camino entre los zombies de George A. Romero (“La noche de los muertos vivientes”), los replicantes de Ridley Scott (“Blade Runner”) y los Nibelungos de Richard Wagner imaginados por el propio Padrissa en su “Tetralogia” de Valencia. Mahagonny es, así, la ciudad vertedero, escombrera, en donde la montaña de basura se convierte en púlpito o tribuna y la cloaca en pira-cadalso. Sus habitantes o moradores son, última referencia fílmica, “golums” reptantes por la maraña de desechso.
La dirección musical del joven granadino Pablo Heras fue muy acertada en lo que la obra tiene de sinfónico, pero algo endeble en la parte mas jazzística o de comedia musical, en donde Manuel Gas aventajaba a cualquier posible competidor, y es que el llorado maestro se sabía cómo nadie el ritmo vacilante y la impronta canalla que palpita en esta música.
Measha Brueggergosmann empezó completamente descafeinada en su ‘Alabama Song’, por desgracia la pieza más conocida de toda la obra; pero luego acumuló enteros vocal y escénicamente como prostituta vocacional. Willard White parece nacido para encarnar a Trinity Moses y Jane Henschel es la reencarnación viviente de la viuda Begwick; con menos entraña vocal el Fatty de Donald Kaasch, y no siempre ajustado en lo canoro, pero vibrante y entregado, Michael König en su Jimmy Mcintyre, y excelente en conjunto el Bill de Otto Katzameier.
El coro Intermezzo bordó una actuación que exactamente fue eso: no sólo cantar, sin actuar, moverse y compartir plano con los fabulosos figurantes de La Fura. La Sinfónica de Madrid tuvo durante toda la representación un nivel sobresaliente, con mención obligada a su sección de vientos, encabezada por el empastado grupo de saxos.
¿Era necesario este nuevo “Mahagonny”? Teóricamente no, pero la práctica ha puesto de manifiesto que los resultados pueden vencer al prejuicio o a la duda inicial. En conjunto, un gran acierto. José Luis Pérez de Arteaga

EL PAÍS
LA ESTÉTICA DE LA DESOLACIÓN
No hubo bronca ni tan siquiera polémica. La tan temida primera nueva producción de Gérard Mortier en el teatro Real con Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny se saldó con un éxito a varias bandas: vocal, orquestal, coral, teatral, escenográfico. La ópera es por encima de todo un ensamblaje de diferentes disciplinas artísticas. Esta vez se acoplaron como un mecanismo de relojería, y quien salió más beneficiada fue la propia ópera de Kurt Weill con libreto de Bertolt Brecht.
Quedó muy claro su tono de denuncia, su mensaje político, su estética tan combativa en un momento histórico entre dos guerras mundiales, su condición de nuevo camino estético adaptado a las necesidades de la sociedad.
La Fura dels Baus partió escenográficamente de un vertedero de residuos para plantear una estética desoladora en la que se proclama la grandeza de la suciedad o, si se quiere, se comprueba que la basura puede ser bella. No hay apoyos videográficos. La Fura vuelve a la desnudez de sus primeros montajes con una madurez que solo dan el paso del tiempo y el riesgo permanente.
La mirada intelectual de Alex Ollé se complementa con la fantástica intuición de Carlus Padrissa, la delirante perspectiva de modernidad de Alfons Flores -autor también de la escenografía de Carmen, de Calixto Bieito, actualmente en el Liceo de Barcelona- o la ágil iluminación de Urs Schönebaum.
La composición de grupos es siempre inquietante y el trabajo de los figurantes es de una habilidad que alcanza niveles de maestría. El planteamiento de La Fura dels Baus está exclusivamente al servicio de la obra, sin inútiles golpes de efecto, casi al borde de la elegancia -aún hablando de lo que hablamos- por su mesura.
Todo ello mueve a la reflexión. Incluso la tensión emocional es contenida hasta en el espectacular final con todas las pancartas desplegadas reivindicando unos valores o sus contrarios. La escena del amor está resuelta con humor e ironía, y la de la gula, con un punto de medida perversidad. Todo está controlado al máximo y de esa manera el ritmo narrativo no deja respiro al espectador.
La emoción viene preferentemente de la música. El reparto es excelente en su aspecto vocal y no menos en el teatral. Desde la sensible soprano canadiense Measha Brueggergosman -que borda el equilibrio entre estilo operístico, cabaret y canción popular del personaje de Jenny Smith- al incisivo y a la vez cálido tenor alemán Michael König, pasando por los estupendos cantantes y actores Jane Henschel o Willard White -quien participó también en la consagración de La Fura en el Festival de Salzburgo hace más de una década con La condenación de Fausto-, todos están en su sitio para mantener una tensión escénica desde el punto de vista vocal y teatral que no decae en ningún momento. Es de señalar asimismo la buena impresión que causó el renovado coro Intermezzo preparado con intencionalidad por Andrés Máspero.
Al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid se puso un chico granadino de 33 años, Pablo Heras-Casado. No le tembló el pulso ni la responsabilidad. Dirigió con una mezcla de fuerza y claridad, sin batuta, precisando bien los tiempos y acentuando con expresividad los momentos más dramáticos. Fue la suya una lectura más teatral que refinada, más en función de las voces que del perfeccionismo instrumental. Y así la orquesta sonó con garra, justo lo que requiere una obra tan incisiva como la de Kurt Weill.
Él éxito fue sorprendente. ¿Quién nos iba a decir hace unos años que La Fura, al margen de la calidad de su trabajo, iba a tener una acogida semejante en una première del Real? Lástima que su público más afín y juvenil no pueda asistir al espectáculo por el elevado precio de las entradas. J.A.Vela del Campo

ABC
«Mahagonny» y su gente
ASCENSO Y CAÍDA DE LA CIUDAD DE MAHAGONNY
Algo empieza a oler de otra manera en el Teatro Real. Después de un tímido arranque de temporada, que ya son ganas de echar a andar con el pie contrario, asoman otros aires impulsados por la ópera de Bertold Brecht y Kurt Weill «Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny», estrenada anoche. En realidad, debería decirse que en virtud de su representación, escénicamente posible gracias al trabajo de La Fura dels Baus, a su frente Alex Ollé y Carlos Padrissa como responsables de una nueva producción que musicalmente dirige Pablo Heras-Casado en su primera actuación en este teatro.
A los primeros se debe que la ciudad «paradisíaca» y «de la alegría», según Brecht, sea ahora un enorme basurero en una clara alusión a la metáfora que subyace de la obra. Este era el aspecto más divulgado del trabajo que iba a realizar La Fura y quita, una vez visto, también sea el menos interesante pues descubre al espectador, de forma obvia y anticipara, la moraleja de la obra.
La consecuencia más inmediata es la monotonía narrativa con la que suceden los cuadros iniciales, máxime al desaprovechar el proceso ideológico de la obra y algunas situaciones que podrían ser de gran impacto escénico como la escena del tifón de realización tímida. Afortunadamente, los estupendos cuadros con los que finaliza la obra compensan de todo lo anterior, como también lo hacen numerosos detalles que quedan por el camino y que son dignos de un teatro sólido (las gran coreografía de los fornicadores), irónico (el estupendo comedero de gallinas) y bien trabado (el combate de boxeo) que nada tienen que ver con los trabajos de proporciones impactantes que tanto prestigio han dado a La Fura.
Más redonda y muy interesante se demuestra la presencia en el foso de Pablo Heras-Casado, que ha de convertirse en un descubrimiento para muchos de los que acudan a estas representaciones. Podrá sentirse la partitura con otro «swing», pero no hay duda ninguna de que el maestro tiene las ideas muy claras sobre lo que puede hacerse con la música del sobrevalorado Kurt Weíll y a dónde hay que llevarla. El gran final y el poderoso «crescendo» con el que lo intensifica, lo dice todo. Hasta llegar ahí el trabajo musical se traduce que una interpretación enormemente precisa, a la que colabora la orquesta y el coro titulares del teatro, tímbricamente potente, meticulosa en el acompañamiento y dinámicamente exquisita en un plano impecable, para alegría de todo el reparto.
En esta «Mahagonny» concurre un plantel de cantantes cuya mejor virtud es la de estar bien equilibrados. No se hallarán voces espectaculares, momentos con verdadero mordente, tampoco lo tiene Measha Brueggergosman portadora, sin embargo, de un estilo refinado, sabio y bonito, pero a cambio es muy de agradecer el alto nivel medio que se alcanza; a un extremo el más irregular Michael Kónig, el leñador Jim Maclntyre, y al otro el trío de protagonistas Jane Henschel, Donald Kaasch y, más aún, Willard White. La representación de ayer se transmitió en directo a cines de España y del mundo vía satélite y en alta definición. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

EL MUNDO
LA CIUDAD TRISTE Y DESCONFIADA
Ópera. El público recibió entusiasmado el réquiem sobre el capitalismo triunfante
Calificación: **
ÁLVARO DEL AMO
El telón se alza para mostrar un prodigioso estercolero. La abundancia de los detritus sentencia de antemano lo que les cabe esperar a los fugitivos que podrían albergar alguna ilusión. La Fura ha optado por una contundencia en la imagen recurrente o, según el gusto de cada cual, por una obviedad que condiciona el discurso escénico desde el arranque.
La eficaz contundencia, o la reductora obviedad, se prolongará después con lógica implacable; así, veremos a prostitutas envueltas en papel celofán o provistas de su colchón correspondiente; la voracidad de un comer sin tino se muestra en un abrevadero donde los ciudadanos engullen como animales; en el desenlace un despliegue de carteles proclamando el triunfo del crimen o invocando una hipotética justicia increparán a la audiencia, con toda la compañía entonando a un tiempo un redoble moral, tan de rabiosa actualidad que quizás alguien habría preferido un poco más sutil.
Cuando el mensaje no es claro asoma la tentación de la obviedad. Y el posible, interés de esa ambigua fábula reside curiosamente en la confusión de su moraleja. Es muy fácil resumir los acontecimientos aquí presentados como una crítica a la corrupción del poder, en subversión capitalista, con el sucio dinero como fetiche de lo putrefacto. Pero si simplificamos así el sentido de la obra, como en gran medida simplifica este montaje, nos olvidamos del sugestivo impulso muy bien expresado en el arranque: el grupo de huidos busca la libertad y se instala en la ciudad rodeada por el desierto para plasmar el ideal anarquista de una sociedad donde el humano pueda vivir en el gozo y la inteligencia de que sus atributos no serán coaccionados, oprimidos, ni esclavizados.
Bertolt Brecht no explica realmente por qué no se logra el programa libertario; el virus proviene .de su propia contradicción; el dramaturgo se debate aún entre el pesimismo existencialista expuesto en su primera pieza teatral (Baa!), y la doctrina marxista que le proporcionará una interpretación de la Historia y un esquema teórico para comprender el presente. El quiere creer en la libertad del hombre, pero es demasiado sensible a su fracaso sistemático; de ahí que tienda a responsabilizar al capitalismo y al vil metal de todos los males, desde la muerte a la traición.
El compositor Kurt Weill aporta el cinismo triste, la desencantada amargura de unas melodías que se recrean en el desaliento, agitadas por el ritmo sincopado propio del cabaret. Una música que acompaña el diálogo y el recitado con una desenvoltura apenas intuida aquí, en la conjunción de orquesta, coro y cantantes.
La batuta impone un estilo brioso y algo precipitado, el reparto no domina sus respectivos papeles, y el coro oscila entre lo apagado y lo vociferante. Falta un criterio capaz de integrar el conjunto, conjugan-do la chispa de una partitura que pretende conmover sin quejarse con la actuación de unos tipos que en su vacío guiñolesco buscan continuamente engañarnos. Y el coro no es una masa amorfa, sino el río revuelto de una ciudadanía desesperada y amoral. Tal vez la solemnidad de la escena, propia de una gran misa de difuntos, ha contagiado su particular catarsis católica a los demás.
El Real aprueba con nota alta “Mahagonny” de Gerad Mortier

BEATRIZ PULIDO
Más de uno contuvo anoche el aliento durante todo el estreno de Mohagonny. Parece que en ocasiones como ésta no se calibra demasiado bien cuál puede ser la reacción del respetable del Teatro Real y ayer se temía lo peor. Al menos algo parecido a lo que ocurrió en la ópera Salomé, cuando los pataleos y ábucheos ensombrecieron la labor de Robert Larsen, ola pitada que se llevó el Wozzeck de Calixto Bieito.
Pero nada extraordinario sucedió. No hubo pataleo, ni abucheo. Es más, el público celebró la puesta en escena y aprobó con nota la primera producción propia de la era Mortier.
El libreto de Bertolt Brecht ya contenía en su argumento la decadencia, el sexo, la podredumbre moral y la Fura deis Baus se limitó a expresarla levantando metáforas de basura y sexo. Así al menos se comentaba en el descanso de la función, cuando a una espectadora se le escapaba que aquello era una «cochinada» pero «moderadamente comprensible». Se refería con ello a las escenas de sexo explícito que aparecen durante la representación, pero la misma mujer se rendía ante la extraordinaria música de Kurt Weill. «Está muy bien traído a escena aunque se podían haber guardado alguna que otra escena subida de tono y no hubiera pasado nada», aseguraba otro espectador.
127 salas de cine de Europa ofrecieron en directo la función y todas ellas vieron el apoyo unánime de los espectadores, que casi llenaban el coliseo, no sólo al jovencísimo director de orquesta, Pablo Heras-Casado o al reparto, con Measha Brueggergosman a la cabeza, sino también a los miembros del grupo de La Pura que fueron ovacionados también. Aquel aplauso cerrado y casi unánime, que ya se intuyó al final del primer acto, seguro que también hizo resoplar de alivio a Gerard Mortier

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